Oscurana, por Gioconda Cunto de San Blas
“Controlar, callar, doblegar, anular, limitar, someter, restringir, amilanar, amedrentar, dominar, humillar, coaccionar, asustar. …Algunos de los verbos del régimen en su perversa cotidianidad contra la libertad”. Robo este tuit de mi gran amigo Sergio Antillano (@sergioantillano) para sintetizar la labor corrosiva del régimen usurpador, una vez más demostrada con la detención del periodista Luis Carlos Díaz y su posterior liberación bajo condiciones restrictivas. Contabilizados por el Foro Penal Venezolano, a estas fechas son casi mil presos políticos y unos 7.820 venezolanos sometidos a procesos penales por razones políticas, algunos con «medidas de libertad restringida». A ellos se suman los perseguidos, torturados y asesinados a manos de los cuerpos de seguridad del estado.
En su insaciable exigencia de sumisión, cualquier excusa es válida para el régimen en responsabilizar a otros por sus desmanes. El más reciente, el mega apagón que desde el jueves 8 de marzo sufrimos los venezolanos a nivel nacional. Luego de 20 años en el poder y en un intento vano por engañarnos, los usurpadores responsabilizan al “imperio” por la catástrofe nacional, ignorando los descalabros que desde hace no menos de 15 años, los expertos han estado anunciando, de no cambiar las políticas públicas de la “revolución bonita”. Prefirieron expulsar a los técnicos altamente capacitados para dar espacio a las incompetentes fichas del partido. Los resultados están a la vista.
Sin luz, sin agua, sin internet, sin comida, sin servicios básicos de salud, sin libertad, en esta semana nuestras vidas se han retrotraído a los días coloniales cuando ninguno de esos beneficios existía, una experiencia dolorosa en lo íntimo y en lo social, al excluirnos del siglo XXI, la era del conocimiento y la información
Los saqueos en estos días (en Maracaibo, más de 500 establecimientos comerciales sufrieron los desmanes de hordas enardecidas que destruyeron todo a su paso) son la representación grosera de la debacle económica de un país que mal que bien era puntero en América Latina en cuanto a riqueza material y estabilidad. Al paso de los bárbaros por el poder, Venezuela se ha convertido en un erial, con una moneda devaluada cien millones (108) de veces desde 2008 y una hiperinflación anual acumulada que sobrepasó 1,6 millones por ciento en 2018, una pobreza que alcanza al 90% de la población y una emigración de 12%, unos servicios públicos hechos añicos como producto de la corrupción y la incompetencia. Cumple así el régimen con la palabra empeñada de dejar a Venezuela en cenizas llegado el momento de abandonar el poder, tal vez su única promesa satisfecha.
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La ruina en salud es tema de comentarios universales. El aumento en los casos de malaria desde 2000 hasta 2015 suma 359%, seguido por un nuevo incremento de 71% en 2017 que está también afectando a Brasil, a tenor del éxodo venezolano hacia el norte de dicho país, un dato particularmente doloroso por cuanto la labor titánica de Arnoldo Gabaldón y su equipo en el Ministerio de Sanidad, en la segunda mitad del siglo pasado, condujo a una reducción notable de este flagelo en Venezuela. No solo es paludismo, son otras enfermedades inducidas por vectores, son las cifras de muertes maternas, de desnutrición infantil, de tratamientos fallidos y defunciones prematuras por falta de medicamentos, de equipamiento apropiado o de energía eléctrica para manejarlos, que han retrotraído nuestro sistema de salud en 50 o más años y según informes recientes, han recortado la esperanza de vida del venezolano en tres años y medio, a la existente en 1996.
Es la miseria también en educación a todos los niveles, desde preescolar hasta educación universitaria: deserción y ausentismo escolar, renuncia de más del 40% del plantel docente, emigración, falta de recursos para elevar el nivel de la educación pública. Sume y siga…
La Historia recogerá todos estos relatos de ignominia. Y también las glorias asociadas a las luchas por la libertad, inherentes al espíritu humano. Es lo que estamos viviendo en la Venezuela de estos tiempos, un renacer del espíritu levantisco que hará posible el pronto retorno a la democracia y a la libertad usurpadas por quienes creen equivocadamente, al igual que Hitler con su Tercer Reich, que su perversa quinta república duraría mil años.
Contamos para eso con Juan Guaidó, Presidente (e) de la República, con nuestros diputados a la Asamblea Nacional y sobre todo, con el concurso de los ciudadanos que bajo ese fresco liderazgo “no permitiremos que la oscuridad que esparce el régimen entre en nuestros corazones” (Guaidó dixit), mientras labramos unidos esta lucha en las calles para alcanzar la ansiada libertad.