Paracaidismo* y Transición, por Carlos M. Montenegro
Sobre el infinito e inaudito suceso ocurrido en la tarde del jueves 7 de febrero pasado con el absoluto “blackout” de toda una nación y sus consiguientes secuelas, o sea: falta absolutamente de todo para todos, menos para la pandilla de los Alibabás, causantes del inaudito desaguisado, no tengo nada que decir que ustedes y todo el www. no sepan sobradamente.
Y acerca del constante y sospechoso guabineo de la mayoría de las instancias internacionales declarando y llamando a la moderación sobre el caso Venezuela, “con el mejor deseo de ayudar al pueblo venezolano”, aunque reconociendo al presidente interino como bueno, eso sí, pero parándole bolas al presidente usurpador que ni se baja del sillón ni se va de la casa, eso también, tampoco quiero añadir nada, pues me produce algo que se parece mucho a las náuseas, si es que no lo son.
A mi enorme capacidad de asombro le ha caído un chorro más. Ese enorme tanto por ciento, o más, de ciudadanos que quieren que éste régimen se acabe, cuando el anterior presidente, el 10 de febrero se juramentó a juro y por default empezó a usurpar, al otro día, automáticamente la AN tomo cartas en el asunto y ejecutando el artículo correspondiente a la transgresión convirtió a su presidente legal, con el encargo de poner las cosas en su sitio, en presidente interino de la República, juramentándose públicamente en Caracas ante una inmensa multitud jubilosa, junto a los millones que se manifestaron apoyándolo en todas las ciudades del país.
Es como si se hubiera aparecido la Virgen. La sorpresiva llegada del nuevo presidente transitorio constitucional, que por cierto mostraba una rara anormalidad: hablaba y se comportaba de forma normal, hizo que la gente entrara en catarsis adquiriendo una especie de síndrome de la Gata Loca, viendo a su Ignacio encarnado en el nuevo mandatario. Pero tras pasar las semanas y comprobar que Ignacio no disponía de barita mágica, sumado a que el gobierno de facto, agarrado al clavo ardiendo, y defendiéndose como gata panza arriba (como ven, este episodio va de felinos), nos mandó a la mamá de los apagones en nombre de la Casa Blanca, para sacarnos más de quicio si cabe, arrechado aún más al personal.
Pues ahora, cuándo no, no falta quien se empiece a dudar del interino, que cayó del cielo pero que a la hora de la verdad no sirve… quién sabe si alguien escribe el guion, pero el caso es que bla, bla, bla… y muchos ahora andan dudando del paracaidista inesperado
Es innecesario relatar lo sucedido en Venezuela en este par de meses, pero sí lo es anotar, que este supuesto inexperto político ha sobresaltado al mundo político pocos días después de saltar a la palestra.
Parece imposible que un recién llegado, de buenas a primeras haya sido capaz de conmocionar a un país cuya oposición ha estado lustros aletargada, cuando no dando tumbos, sin encontrar la forma de echar del poder a un régimen repleto de “alibabás” e infinidad de ladrones, que durante dos décadas, valiéndose de infames ardides ha secuestrado, saqueado, colapsado y hundido en la miseria a todo el país. Este recién llegado, ha logrado jaque tras jaque, arrebatar la iniciativa al régimen, hasta hacerle perder los estribos.
No cabe duda que si se logra expulsar del poder a estos felones “socialistas del siglo XXI”, en Venezuela se habrá fundado una nueva manera de liderar una nación para sacudirse a gobernantes tan indeseables y nefastos, llegando en paracaídas. Muchos aseguran que es algo inédito y no les falta razón si lo sitúan en lo que va de centuria.
En la historia abundan “paracaidistas”, esos personajes que se presentan sin cita ni invitación, que imprevistamente lograron proezas que a veces incluso cambiaron el curso de la historia; las circunstancias pueden ser muy diferentes de acuerdo a la época, pero los resultados, lo que importa a fin de cuentas, fueron transcendentales
Me voy a referir a tres, que la mayoría de ustedes posiblemente identificarán, así que empezaré por el más antiguo del grupo.
Cuando Jesús de Nazareth fundó el cristianismo, desde antes de nacer, Judea ya era colonia de Roma. Tras ser crucificado, sus discípulos se esparcieron por los confines del Imperio predicando el monoteísmo cristiano, mal recibido, en un imperio tradicionalmente pagano, donde lo que sobraban eran dioses. Durante tres siglos las cosas no fueron fáciles para los seguidores de Cristo, que fueron hostigados y marginados.
Fue en el periodo del emperador Diocleciano (245-316) cuando se intensificó, aún más la persecución cristiana. Diocleciano queriendo revivir los viejos cultos paganos y convertirlos en la única religión del imperio, llegó hasta el punto que en 303 promulgó su primer Edicto contra los cristianos, prohibiéndoles reunirse para celebrar sus actos litúrgicos, decretando que se quemaran sus escrituras y la destrucción de sus lugares de culto a lo largo del Imperio y requisar todo lo de valor para el tesoro imperial.
Los incidentes no tardaron en aparecer con matanzas de Cristianos (acusados en falso de incendiar ciudades, incluida Roma) a lo que éstos se defendieron creando inseguridad social en todo el imperio. Y cuando nadie lo esperaba llegó el paracaidista el año 306; fue nada menos que el sucesor del déspota Diocleciano, Constantino I, quien al ver el desastre de Imperio que heredaba, decidió parar el desastre e hizo lo que nadie imaginaba: convocó el Concilio de Nicea y declaró la religión cristiana legal en todo el Imperio. Por eso y supongo que, por más cosas bien hechas, le otorgaron el título de Constantino El Grande, que dio un giro transcendental a la historia de la humanidad.
El siguiente personaje podría ser por su multiplicidad, el paradigma del paracaidista político capaz de cambiar, varias veces, el trascurso de la historia. Nació en 1807 en la Niza piamontesa, y aunque en la mayoría de sus biografías es citado como un político y militar italiano, nada más lejos de la realidad. Fue un aventurero, corsario, casi anarquista, rebelde y revolucionario que se apuntaba al primer bombardeo que se cruzara en su camino. Vean una brevísima relación de sus andanzas: con apenas diecisiete años se trasladó a Roma junto a su padre y allí le surgió la idea, imagínense, de suprimir el poder temporal del Papa ya que con su Estado Pontificio impedía unificar la península italiana, que no era su país.
Se hizo marinero, y ya en 1832 con solo 25 años, fue nombrado capitán del barco Clorinda, con el que viajó en corso por el mar Negro, donde fue abordado por piratas turcos, cayó herido y prisionero, pero consiguió escapar. En 1833 pasó a formar parte de la Joven Italia, movimiento organizado por el revolucionario Giuseppe Mazzini, que pretendía fundar una república autónoma; estuvo involucrado en la insurrección del Piamonte, lo que le costó una condena a muerte después de su captura y tras ser considerado uno de los cabecillas de la revuelta. Pero de nuevo pudo fugarse huyendo a Sudamérica en 1835, donde vivió doce años.
Se instaló en la República de Rio Grande do Sud y apoyó al presidente Bento Gonçalves da Silva, de cuya sobrina era amante, en su lucha independentista contra Pedro II el emperador de Brasil. En 1841 pasó a Uruguay que estaba en plena guerra civil, la llamada Guerra Grande, tomando partido por el Gobierno colorado de Fructuoso Rivera; organizó una unidad militar que fue denominada “La Legión Italiana”, poniéndola al servicio del Gobierno de Montevideo que en 1842 designó a Garibaldi comandante de la flota, que libró la batalla del Rio Paraná y que en 1845 tomó la ciudad de Colonia. Mientras que en Italia peleó por unificarla, en América del Sur luchó por fraccionar las antiguas colonias
Además de su actividad revolucionaria, dio clases de matemáticas en Montevideo e ingresó en la Logia Masónica Les Amis de la Patrie. Sus andanzas fueron infinitas, pero al retornar de nuevo a Italia, tras las campañas de 1848 y 1854, logró su gran sueño de unificar Italia, el país donde ni siquiera había nacido, entregándole a Víctor Manuel II, el reino de un país completo.
Durante los años transcurrido entre las campañas, se fue un tiempo a Tánger, donde perdió a Anita su esposa, luego vivió en State Island, New York, y después como capitán de un barco mercante por el Pacífico en 1851 visitó en Perú a doña Manuela Sáenz, “Libertadora del Libertador”, la compañera sentimental de Simón Bolívar, que tal vez fue su admirado modelo. No acabaron ahí sus aventuras pues en 1870 marchó a Francia donde participó en la Comuna de París.
Falleció en 1882 como un corso más, que tampoco era, en su casa de Caprera. Córcega este extraordinario paracaidista “metomentodo” que como habrán adivinado se llamaba Giuseppe Garibaldi y alteró un par de veces el curso de la historia
La transición política española, acaecida en España tras la muerte de Franco en 1975 es por antonomasia la más popular del siglo XX. El régimen instalado en 1939 por el general Franco tras vencer en la guerra civil a la II República española, iba camino de su cuarta década y según las propias palabras del dictador en un discurso por TV, que tuve la oportunidad de ver en directo antes de su muerte, dijo: “…en mi testamento lo he dejado todo atado y bien atado… “(sic). Se refería a que la continuidad de su régimen estaba garantizada pues estaba previsto que su sucesor, en calidad de Rey, Juan Carlos de Borbón, sería coronado tras su muerte como jefe del Estado, pero jurando, que también lo vi, mantener los principios del Movimiento Nacional, es decir su régimen; y así se hizo, con lo que el andamiaje del Estado quedaría incólume. Sin embargo, pronto se percibió que Juan Carlos I venía con un talante más democrático, que no comulgaba con aquella forma de gobierno y se proponía cambiarlo al igual que sus instituciones.
No obstante, el Consejo del Reino, compuesto por franquistas, le dejaba poco margen de maniobra. Para elegir presidente, el rey solo podía escoger de una terna de candidatos propuestos por el Consejo, que para el gobierno de 1976 fueron:
Manuel Fraga, colaborador de Franco, varias veces ministro y vicepresidente del gobierno con Carrero Blanco; José María de Areilza, conde de Motrico, embajador de España en Argentina, Francia y EEUU había logrado firmar el tratado de amistad hispano norteamericano con Eisenhower, levantando el bloqueo a Franco; y el tercero de la terna fue Adolfo Suárez, un joven abogado que durante el franquismo desempeñó varios cargos públicos como gobernador civil de Segovia, procurador en Cortes y director general de Radiodifusión y Televisión que resultó ser el paracaidista, que contra pronóstico, procedía del Movimiento Nacional.
A pesar de ser un desconocido para la opinión pública, Suarez fue el elegido de la terna por el rey para presidente de su primer Gobierno en 1976. El “establishment” franquista lo admitió, pues procedía de Falange. Suarez sin embargo de acuerdo con Juan Carlos I rápidamente convocó a elecciones generales, por primera vez libres en España desde 1936, alzándose vencedor apoyado por una coalición de partidos de centro, la Unión de Centro Democrático, (UCD), y preparó la Ley para la Reforma Política que fue el hara-kiri de las Cortes franquistas, pues la aprobaron.
Tras diversas negociaciones multilaterales (pactos de la Moncloa), consiguió en 1978 que se aprobara en referéndum una Constitución, mediante la cual España pasaba a constituirse en monarquía parlamentaria. A partir de ese momento Suarez inició una transición sin retorno para cambiar un régimen dictatorial, por otro democrático.
Las fuerzas franquistas se vieron sorprendidas, pues nunca pensaron que un paracaidista “de los suyos” iría a cambiar radicalmente la historia española del siglo XX. Y sin guerra.
¿Quién dice que no estamos a punto de que un paracaidista venezolano cambie la historia?
* Paracaidista en 3ª acepción: Es también persona que se presenta en un lugar sin haber sido invitada, o sin estar citada. (DRAE)