De Iconoclastas, por Carlos M. Montenegro
No es fácil para nadie transitar por esta parodia de dictadura que estamos viviendo. Digo parodia porque ni siquiera es una dictadura real, aunque el régimen haya decidido adoptar ese ropaje tras ser desenmascarado y quedar patente que no son una revolución socialista, ni bolivariana, ni del siglo XXI, ni libertadora de ningún pueblo, ni de nada.
Las definiciones más comunes de dictadura dicen que: es un régimen político en el que una sola persona gobierna con poder total, sin someterse a ningún tipo de limitaciones y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad. No es nuestro caso, pues aquí no se sabe quién ni cuántos gobiernan.
De haberse dado esta cosa en época jacobina del siglo XVII, serían tomados como facinerosos y depredadores sociales, una especie de Robin Hoods al revés: roban a los pobres para beneficiar a los ricos, o sea, a sí mismos.
Pudo ser el caso del fundador y líder del actual régimen “bolivariano” tras intentar, sin éxito y causando más de 250 bajas, derrocar por las armas en 1992, a un sistema de gobierno elegido democráticamente tras la caída de Pérez Jiménez en 1958; se rindió al fracasar en el intento, siendo apresado, juzgado y sentenciado, con todos sus derechos procesales de ley y recluido para cumplir su pena. Pero después de una corta pasantía por la cárcel, su causa fue sobreseída en aras de no sé cual talante democrático, sin ser inhabilitado políticamente, lo que le permitió postularse y ganar la presidencia en las elecciones de 1999.
Tras investirse presidente, gracias a las reglas del régimen que trató de derribar utilizando en campaña un lenguaje populista con aroma democrático, no tardó en quitarse la piel de cordero y mostrar los colmillos de hiena, y con el manto de socialista (cualquier ideología le habría servido de disfraz), se dedicó a desmantelar esta nación siguiendo el método de un “coach” de lujo, que sabía bien cómo mantener durante más de medio siglo a la mayor isla del Caribe bajo su bota, la zurda supongo, a cambio de cobrar un generoso “barato”, como los chulos de barrio, lección aprendida practicando con los soviéticos, a cambio de no parar de hincharle las pelotas a los gringos. Hasta que un buen día todo se derrumbó en Berlín, y Gorbachov acabó con el juego rompiendo la baraja.
Pero lo que es la suerte, insospechadamente al ateo comunista isleño se le apareció la virgen. Fue en forma de un mediocre, aunque atrevido militar venezolano, “fan” del ex guerrillero cubano, dispuesto a dar lo que fuera por emularlo. Y se lo dio sin mayor empacho, con cargo a las abundantes arcas del Estado hasta que se vaciaron; pero continuó, ahora a costa del hambre y la salud de toda una nación.
Sus herederos lo superaron con creces, logrando las más insólitas e inéditas cotas de la historia en el renglón: “cómo hacer las cosas peor que el peor”. Siguen gobernando de facto actualmente y es probable que pasen a la historia como pares de aquellos Iconoclastas del siglo VIII de nuestra era, que rompían todo lo de valor espiritual.
Fue cuando el emperador bizantino León III decretó el año 726 una serie de edictos contra el culto de los iconos. Fue la llamada «reforma iconoclasta» o «iconoclástica» que establecía la destrucción de todas las estatuas con representaciones religiosas, especialmente las de los santos
En la parte occidental del imperio romano, el pueblo rechazó de forma hostil obedecer el edicto que rompía con las tradiciones cristianas, apoyando la oposición al decreto de los Papas romanos, especialmente Gregorio II y Gregorio III, lo que propició un larga disputa religiosa, política y hasta bélica con León III y sus sucesores, quienes continuaron favoreciendo la iconoclastia durante más de un siglo. Tras la muerte en 842 del emperador Teófilo su viuda Teodora siendo regente del futuro emperador, su hijo Miguel III, restauró un año después el culto a lo que representaban los iconos de la religión cristiana. Por eso fue canonizada tras su muerte como Santa de la iglesia Ortodoxa.
No existe inventario de la época, de los miles de obras de arte de grandes escultores que fueron destruidas durante aquel siglo en el orbe cristiano. Desde entonces ha habido diversas épocas con estallidos similares.
Un gran momento iconoclasta fue la Revolución Francesa, en ese periodo se intentó acabar con cualquier imagen que recordara al decadente absolutismo monárquico anterior o Ancien Régime, obstructor del progreso y la modernidad. Pero hay un caso paradigmático contemporáneo.
En 2001, estalló la noticia de que el gobierno islámico de Afganistán había permitido que la milicia ultra-ortodoxa islámica talibán afgana destruyera los colosos de Buda* esculpidos en roca entre los siglos III y IV, en Bamiyán, una de las paradas para las caravanas que transitaban por la ruta de la seda en aquella época.
Los impresionantes colosos fueron reducidos a escombros usando misiles antiaéreos, tanques y dinamita. Eran los únicos ejemplares de Gautama Buda en posición de pie. Además de esos dos colosos, El Talibán emprendió la destrucción de miles de figuras arqueológicas de la época en que Afganistán era centro de la civilización budista, mucho antes de que los ejércitos árabes en el siglo VII introdujeran el Islam.
La destrucción de las piezas de arte fue ordenada por el líder supremo de los talibanes, el mulá Mohamed Omar, para “evitar así la adoración de ídolos falsos”. Más de tres mil obras de arte fueron destruidas.
No es tal la iconoclasia de los dirigentes del régimen venezolano actual. Se diferencian un tanto de los iconoclastas bizantinos, jacobinos o islámicos, por lo que no pueden ser comparados ni denominados así. Aquellos destruían las estatuas de su país, mientras éstos van destruyendo su nación con todo lo que contiene, incluyendo su gente.
Parte de mi vida transcurrió bajo el régimen franquista, que era un dictador de libro, que se alzó con la victoria en un país destrozado por una guerra civil en la que como parte ayudó a devastar; sin embargo al morir dejó un país industrializado que figuraba entre los más prósperos de Europa, y que tras una exitosa aunque compleja transición, le permitió integrarse a la Unión Europea. Solo dictaba el dictador.
Aquí no es así, dejarán una nación y a su gente devastada, y, sin haber habido guerra. No son dictadores, ni revolucionarios, ni siquiera iconoclastas. Lo que son está a la vista.
Sin óbice ni cortapisa
En 2016 el presidente Santos de Colombia ganó el premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos para lograr un controvertido acuerdo de paz con el grupo guerrillero FARC, con la mediación de Noruega. Como es sabido, en Suecia se otorgan los Premios Nobel de Física, Química, Medicina, Literatura y Economía. Sin embargo el de la Paz es otorgado en Noruega por un comité nombrado por su Parlamento, según la voluntad del fundador del premio, Alfred Nobel, en 1895.
Dado que hasta ahora Noruega no ha reconocido a Juan Guaidó como presidente interino, y si por ventura las conversaciones sobre el asunto venezolano en ese país llegaren a buen puerto, que nadie se extrañe si el 10 de diciembre próximo el Nobel de la Paz le sea otorgado al actual presidente de facto venezolano reconocido por el gobierno noruego.
* En la foto de entrada uno de los colosos, antes y después de la destrucción.