Noticia sobre Alvar Núñez cabeza de vaca, por Ángel R. Lombardi Boscán
Las etiquetas mentales son difíciles de erradicar. Mucho más si se trata de un pasado ideologizado como ha sido el que se ha construido alrededor de la Historia de Venezuela. Para nuestros programas escolares de ciencias sociales el periodo colonial representa el genocidio hispánico sobre el “buen salvaje” indio. Y resulta que en las crónicas de los mismos exploradores, adelantados y aventureros hispánicos se narra con aprehensión como los indios les hicieron la vida imposible. El tema de los microbios europeos que arrasaron con unos anticuerpos endebles es otro asunto. La guerra entre indios americanos y europeos fue feroz y las victorias se repartieron de lado y lado. Aunque es bien cierto que el metal de hierro fue el factor tecnológico que inclinó la balanza en favor de los segundos.
Hay muchos testimonios hispánicos sobre el siglo XVI y lo que significó explorar una tierra desconocida y a unos “salvajes” compenetrados con sus medios naturales y dispuestos a defender sus intereses. Tenemos a un Alvar Núñez Cabeza de Vaca (Jerez de la Frontera, 1488/1490 – Sevilla, 27 de mayo de 1559): “coleccionista de naufragios e infortunios”.
Un atípico conquistador que no conquista, sino que es conquistado y su plan es sobrevivir cuando lo normal es rendirse y perecer ante las fuerzas de la adversidad más extremas. Aquí la leyenda cede a la realidad
Cabeza de Vaca se embarcó en la nefasta expedición de Pánfilo de Narváez del año 1528 y capitaneó una aventura insólita que le hizo recorrer Florida y México. Cuando hablamos de la hazaña del hombre en la Luna (1969) tenemos que reparar en paralelismos que han existido, aunque prisioneros del anonimato: la expedición menguada de Cabeza de Vaca, caballero andaluz, es uno.
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Cabeza de Vaca es un Ulises sin poesía ni heroísmo, aunque según Carlos Lacalle: “es el primer conquistador cuya actuación está informada por un auténtico espíritu de justicia y de caridad para los nativos americanos, y acaso el único en su generación que encarnó en su conducta los principios de las Leyes de Indias”. Cabeza de Vaca sería entonces el primer antecedente directo de Bartolomé de las Casas y su espíritu reivindicativo en la protección de los indios americanos.
La relación de Cabeza de Vaca se conoce bajo el nombre de los “Naufragios” (1595). No hay en el relato algo parecido a las hazañas guerreras de Hernán Cortés, por el contrario, es toda una anti épica porque estos trescientos exploradores motivados por encontrar riquezas que pudieran ofrendar al rey de España lo que hacen es convertirse en famélicos esqueletos andantes perdidos dentro de una geografía inhóspita. “Tormentas, sed, hambre, angustia, heridas, alucinación, vértigo y extenuación. Toda la infinita gama de terrores que comprende la agonía, son padecidos por los expedicionarios desde la “Bahía de Caballos” hasta la desembocadura del Mississippi o Rio del Espíritu Santo, así bautizado en 1519 por Álvarez Pineda”.
La expedición se fue desintegrando paulatinamente y sólo los de mayor templanza y suerte se mantuvieron en pie. Los ardides de Cabeza de Vaca para lidiar contra el medio hostil son sorprendentes: desde el mercader que regatea con astucia hasta la de asumirse como curandero salvador de indios. No obstante, es la desnudez y el hambre sus principales cartas de presentación ante unos indios sorprendidos en tratar con esqueletos y fantasmas. Son esos mismos indios quienes les acogen y salvan en una especie “fraternidad de las lágrimas”.
Cabeza de Vaca es uno, sino el primero, en dotar al indio de cualidades humanas, algo que la mayoría de sus compatriotas desestimaron por completo
Cabeza de Vaca es uno de los primeros etnógrafos americanos. Sus observaciones desde la condición de prisionero de indios son interesantes. “Lo que les da más placer es emborracharse con humo, y por el tabaco dan todo cuanto tienen. Las madres suelen amamantar a sus hijos hasta los doce años de edad en previsión del hambre. Los “mariames” suelen matar a sus hijos, ya porque han soñado desgracias, o bien para no darlos en casamiento a sus enemigos, pues están prohibidos entre gente de la misma tribu. Los que se casan compran mujeres en otras tribus, y pagan por ellas un arco, dos flechas o una red de pescar”.
Rememorar estos sucesos abstractos y lejanos referidos en un castellano antiguo enrevesado y tosco siempre es un incordio, sobretodo, para la gente joven que piensa que la historia remota es toda prehistórica y aburrida. No obstante, hay películas que nos acercan a las crónicas e infortunios tal como los narra Cabeza de Vaca. Voy a referirme solo a dos: “Un hombre llamado caballo” del año 1970 con Richard Harris dónde un hombre blanco termina siendo un reo de los Sioux completamente deshumanizado hasta que logra alcanzar el reconocimiento de estos por su valentía. La película es contada desde el punto de vista del indio lo cual le confiere un valor agregado. Memorable la escena iniciática como guerrero conocida como “Juramento al Sol”.
La otra película es mucho más reciente: “El renacido” del año 2015 y cuyo realismo y majestuosidad son sus puntos fuertes. En ésta película la confrontación entre indios de la América del Norte y los colonos ingleses y franceses deriva en un duelo totalmente equiparable y verosímil. Incluso, hasta permite mostrar a un indio filósofo cuando sostiene que “sólo la venganza le pertenece a Dios”.
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ