Las furias de Szinetar, por Fernando Rodríguez
Vasco Szinetar puede que tenga dos almas. Una, la más conocida, la del gran cronista de la cultura venezolana, y allende, del último medio siglo. Alegre, ingenioso, lleno de humor, actor histriónico de su propia obra tantas veces. La otra es bastante contrapuesta, metafísica, triste, meditabunda. Es la que aparece en algunas muestras suyas y que siguen los más atentos.
Hace unos años hizo una exposición en la Sala Mendoza en que aparecían, a color, tres personajes que solo parecían convivir en un mismo espacio, sin mayor vínculo comunicativo, uno de ellos se tapaba con cierto dramatismo el rostro. Había una que otra variable, pero no importa. A mí no suele gustarme hacer interpretaciones muy especulativas de la fotografía porque siendo cuasi análoga a la realidad, tiene tantas significaciones como éstas, todas. Es el arte surrealista por excelencia decía Susan Sontag porque permite cualquier asociación, cualquier paragua y máquina de coser. Por tanto, me limito a decir parcamente que aquellas fotos sugerían soledad, incomunicación, una cierta melancolía, alienación metafísica pues. Cosa curiosa esas mismas fotos Vasco, a los carajazos, las torció, las dobló, las estiró, las cortó…un poco al azar, es decir, siguiendo ciertas compulsiones interiores y el resultado, que poco tiene que ver con aquellas silenciosas y hieráticas creaturas iniciales, volvió a fotografiarlas en blanco y negro y en un formato mayor que el canónico.
Este que escribe no gusta tampoco mucho de la fotografía pictórica o teatral, prefiere el realismo, vainas entre otras cosas de edad.
Pero éstas me parecen estupendas y a pesar de las rudas intervenciones del autor sobre ellas me parece que siguen siendo fotografías-fotografías, que no se valen de artes vecinas para encontrar su plenitud.
Ahora bien, sin duda esta transmutación de un mismo material tiene unos significados evidentes. Que de aquellas refinadas figuras se haya pasado a este amasijo agresivo e informal y que para ello se haya utilizado más el azar que alguna regla aurea indica que lo que quiere decir el autor, en esta hora venezolana, que no es cualquier hora, le viene de sentimientos viscerales, de una arrechera contundente, de un expresionismo que aúlla. Este mundo con formas distorsionadas tiene mucho que ver con el que vivimos y donde el artista tiene que sacarse terapéuticamente de las vísceras. Ya no es la alienación sino el grito, no el rastreo anímico sino el deseo de estar presente en esta era infernal de todos y donde la belleza resulta amarga como diría Rimbaud. Es un buen camino para completar el fotoperiodismo, tan importante en estos trances, para expresar de otra manera lo que nos sucede.
Hace unos meses Vasco ya había desembarcado en los predios de la fotografía comprometida con lo que nos aplasta cada día, cómo no hacerlo y para un fotógrafo. En aquella muestra había algunos caminos que no los encontré muy fecundos, las intervenciones pictóricas sobre ciertos rostros o un collage, demasiado formalista, para reflejar la violencia callejera. Pero sí había un conjunto de sujetos solitarios que es de lo mejor que he visto para expresar nuestra tragedia actual. Hombres paupérrimos, soledad de bienes y protección, en rincones inubicables, sórdidos y lejos de todo, soledad ciudadana. Sin símbolos políticos allí está magníficamente el inmenso vacío en que nos hemos convertido.
Ps. La exposición “Desconstrucción salvaje” en la Galería tres y tres de Las mercedes.