La sociedad patriótica en el 5 de julio de 1811, por Ángel R. Lombardi Boscán
La aparición de algunos individuos radicales alrededor de la Sociedad Patriótica, especie de club revolucionario de inspiración francesa, que hizo su aparición casi paralelamente al funcionamiento del Congreso, inyectó nuevas energías a un proceso caracterizado por la moderación y conservadurismo de sus protagonistas.
La Sociedad Patriótica llegó a funcionar como un Congreso paralelo, donde las posiciones republicanas se debatieron abiertamente exigiendo a las autoridades un mayor compromiso para con ellas. Los socios de ese conglomerado se constituyeron en la auténtica “oposición” al nuevo Gobierno del país. Incluso, sus asambleas públicas fueron mucho más desestabilizadoras que los tímidos brotes de algunas partidas españolas y americanas pro-realistas en ciertos puntos del país.
Las sesiones de la Sociedad Patriótica fueron en principio los martes, jueves y sábados, pero con el transcurrir del tiempo y ante el entusiasmo de sus participantes, se hicieron diarias. El general Pablo Morillo dejó constancia de la actividad de los “patriotas” en un informe que remitió a las autoridades en España en el año 1816: “En esta Junta se trataba de todas las materias, políticas, civiles, militares y religiosas; en aquella se sancionaban, corregían y anulaban y mandaban detener las leyes, decretos y determinaciones que constituía el Congreso”.
Don Francisco Espejo fue el presidente de la Sociedad Patriótica y orientó todos sus esfuerzos a influir en la opinión pública sobre la necesidad de marchar hacia la Independencia plena de España, identificándose con las máximas del credo liberal tan de moda en la época. La participación dentro de la Sociedad fue bastante heterogénea y permitió la presencia no sólo de blancos, sino también del sector de los pardos, constituyéndose en la primera asamblea auténticamente “democrática” que tuvo Venezuela.
El arribo de Francisco de Miranda al puerto de La Guaira en diciembre de 1810, constituyó un hecho de importante trascendencia para el futuro inmediato de la incipiente revolución venezolana. Miranda, el viejo e infatigable revolucionario trotamundos, quien había tenido el atrevimiento de invadir Venezuela en 1806 para librarla del dominio español, fue recibido con distante frialdad por las autoridades venezolanas.
El prestigio revolucionario de Miranda chocó a los criollos moderados, que en el pasado habían colaborado con las autoridades peninsulares de la Capitanía para combatirlo y apresarlo.
Miranda pronto percibió que la Independencia no era aún una prioridad para los criollos de Caracas y que había que trabajar arduamente para que lo fuera
Y a pesar de que logró un curul en el nuevo Congreso, la Sociedad Patriótica fue el espacio que aprovechó para dar publicidad a sus ideas e influir sobre los moderados en la necesidad de proclamar la Independencia absoluta.
Las acciones realistas en el Caribe poco inquietaron a los de Caracas y la hostilidad de Coro, Maracaibo y Guayana estuvieron bajo control, debido a la incapacidad de estas mismas ciudades para emprender algún tipo de ofensiva militar.
El Congreso venezolano empezó a legislar bajo la premisa de crear las bases del nuevo Estado. El debate sobre la constitución de un Estado federalista o centralista pronto presidió las discusiones de los congresistas. El primer tema álgido fue la propuesta de dividir la provincia de Caracas y equilibrar su potencial demográfico y económico con las restantes.
El resto de las provincias aliadas temieron quedar bajo la hegemonía de la capital y se aprestaron a defender un sistema federal que respetase las autonomías de cada provincia. Pero éste era un debate secundario ante la indefinición política del país y la desestructuración de los distintos poderes públicos.
El 25 de junio de 1811 Miranda hizo una irrupción estelar en el Congreso y llamó la atención sobre la necesidad de debatir la proclamación de la Independencia. Desde ese momento su liderazgo se fue imponiendo en las distintas discusiones que se suscitaron para tratar tan importante asunto, de la misma forma que los miembros integrantes de la Sociedad Patriótica presionaron desde la calle, en las afueras del Congreso, con manifestaciones y tumultos para que los diputados irresolutos cambiaran de opinión.
El incidente ocurrido con el capitán don Feliciano Montenegro fue otro argumento más utilizado por los partidarios de la Independencia. La Regencia había enviado en comisión en los últimos meses del año 1810 a este funcionario, que fue asumido por la Junta de Caracas en la importante Secretaría de la Guerra. En junio de 1811 huyó a España llevándose importantes papeles y documentos oficiales. Este acto de espionaje y sabotaje contribuyó a la exaltación de los espíritus más fundamentalistas dentro de los criollos republicanos, además de traer el desprestigio de los juntistas moderados, en su mayoría inexpertos y poco suspicaces en asuntos de gobierno.
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La Gaceta de Caracas del martes 2 de julio de 1811 refiere la noticia de una “Invasión Coriana” en las inmediaciones de la ciudad de San Felipe, donde se dedicaron a robar y a saquear algunas haciendas favoreciendo la huida de algunos esclavos. El acontecimiento previno al gobierno de Caracas a tomar medidas de policía más estrictas para atender futuras acciones de sus vecinos enemigos.
Los testimonios realistas al referirse a las jornadas que condujeron al 5 de julio de 1811, no dudan en señalar la indebida presión que sufrieron los diputados pro/monárquicos, que bajo coacción no tuvieron más remedio que apoyar la iniciativa de Miranda y otros de sus partidarios.
Los disturbios en las puertas del Congreso, originados por personas extrañas al mismo, parecen formar desde entonces en la política del país un “lobby” callejero cuya influencia nunca ha dejado de ser importante. Esta práctica irregular, de unos “gavilleros” que actúan como bandas armadas, no ha dejado de acompañar a los venezolanos a lo largo de su ya dilatada vida política en cualquiera de los ámbitos donde se vaya a decidir una posición de poder.
Pero lo que parece ser entusiasmo “democrático” no deja de ser un simulacro dirigido por líderes inescrupulosos que no han dudado en utilizar el recurso de las masas para conseguir sus objetivos políticos en la toma del poder. La “política” en su práctica más primitiva ha competido siempre con una mayor ventaja contra la “política” establecida jurídica y legalmente.
La Venezuela Independiente si bien nació a través de un pacto jurídico, no por ello este alumbramiento estuvo exento de la violencia como mecanismo de presión utilizado por uno de los bandos en disputa.
En Venezuela la tradición caudillista y personalista de los hombres públicos que optan al poder a través de mecanismos arbitrarios, no ha dejado de mantener su vigencia aun en el presente. Venezuela nació a través de un “Golpe de Estado” cívico/militar el 19 de abril de 1810; la República Independiente se proclamó el 5 de julio de 1811 con presiones de un sector criollo radicalizado en contra de otro moderado que trajo como consecuencia la guerra entre las provincias, una mayor hostilidad de España y luego la Independencia efectiva con la derrota de los Ejércitos realistas en 1823; posteriormente se siguió luchando entre los distintos caudillos y oligarquías regionales por el control del Estado hasta los primeros años del siglo XX.
Finalmente, el 5 de julio el Congreso de Venezuela declaró la Independencia con la unanimidad de todos los diputados, salvo el voto del padre Maya, representante de La Grita, quien fue el único en argumentar que el proceso iniciado el 19 de abril del año 1810 se hizo para resguardar los derechos de Fernando VII, y que esa fundamentación debía mantenerse vigente dentro del actual Congreso y Gobierno. Fue el único de los diputados que se mantuvo firme en la convicción de que Venezuela no podía romper con la Monarquía.
Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Mérida, Barcelona y Trujillo, adoptaron el tricolor como bandera de la naciente República. Hubo festejos y actos que solemnizaron tan importante paso y los funcionarios y habitantes de quince años para arriba tuvieron que jurar la nueva Independencia.
Al arzobispo de Caracas, Narciso Coll y Prat, al igual que muchos criollos y españoles aún identificados con la causa del Rey y que no estuvieron plenamente convencidos sobre las bondades y consecuencias que traería sobre sus vidas y responsabilidades la mudanza hacia el nuevo sistema, se les presentó un difícil dilema por resolver.
El Arzobispo de Caracas fue un tenaz y oblicuo enemigo de los republicanos. Hábilmente sobrevivió al frente de su cargo tanto en los gobiernos republicanos como realistas que se estuvieron sucediendo desde el año 1810 hasta la llegada de Morillo en 1815. Sus “Memorias” le sirvieron para justificar su conducta sacerdotal y pública en tan difíciles años y como medio de desagravio a las acusaciones vertidas por Morillo, que le consideró como un colaboracionista de los “rebeldes”.
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ