Esa carta, desgraciada…, por Laureano Márquez
Una carta ha escarnecido al país virtual en contra de sus signatarios. Los insultos, las descalificaciones se han hecho sentir con crudeza. Palabras como “traición”, “vergüenza” y hasta “crimen imperdonable” han salido a relucir. Pero ¿cuáles son las equivocadas opiniones que allí se exponen? ¿Cuál es el sacrilegio abominable? ¿Qué dice en definitiva esa carta, desgraciada, para despertar tanta ira? Pues bien, fundamentalmente, dice lo siguiente:
i) Que los que la suscriben respaldan a Guaidó como presidente interino (no exigimos –obviamente– que todo el mundo piense igual ni haga lo mismo, sino que a nosotros nos parece la opción más sensata para encontrar un camino que nos devuelva a la democracia)
ii) Decimos también, que en nada asombra que Maduro promueva mentiras sobre Guaidó –es su habitual manera de proceder; para él política y mentira son sinónimos–, pero que “nuestra preocupación” es que tal cosa no debería hacerse también desde la oposición, menos con un pueblo desesperado y desprovisto de mecanismos fiables de información (y es que –ciertamente– no mentimos cuando señalamos que nos preocupa la mentira, no el inalienable derecho a la crítica, no el desacuerdo, no la discrepancia, sino el falseamiento. No deja de ser asombroso –surrealista incluso– que a tanta gente le moleste que un pequeño grupo se oponga a la mentira)
iii) Se exhorta a los venezolanos a “mantener un tono constructivo” y a “luchar por hacer más decente y noble el debate político y nuestra conversación nacional”. Probablemente se nos pasó la mano, en verdad; quizás pedimos demasiado para el clima de enfrentamiento que se vive en el país.
Una de las cosas que más molestaron a los encolerizados detractores fue la palabra “intelectuales” con la que se nos alude en la nota publicada en los medios. Vamos a ver: los firmantes de la carta no somos tan mentecatos, tan necios como para calificarnos a nosotros mismos de intelectuales, menos para arrogarnos una representación de la intelectualidad venezolana que nadie nos ha dado.
Cuando la prensa reseñó esta carta, desgraciada, viendo la diversidad del grupo, decidió –supone uno– agruparnos bajo el genérico, impreciso y siempre despreciable término de “intelectuales”.
La dichosa palabra, no incluida en ningún punto de la carta, desató tanta o más furia que la misiva misma
En lo que al suscrito respecta, las descalificaciones no molestan. Cuando uno aparece muchas veces en diversos programas del canal del Estado, se va acostumbrando a ellas en su forma más vil, agresiva y rastrera. Han venido, además, tanto desde el chavismo como desde la oposición, incluida en esta última, por cierto, a los temibles conversos, que despotricaban de uno antes, desde el chavismo, y lo hacen ahora desde la otra acera.
Por otro lado, la desacreditación del oficio del cómico es ancestral. En el derecho romano existía la tacha de infamia, que degradaba el honor civil de los cómicos. En el Renacimiento, el desprecio por el oficio de la risa también era habitual: al cómico se le podía maltratar y ridiculizar en el escenario y fuera de él. No podía pernoctar en las ciudades, debía acampar a una legua de ellas. De allí, los “cómicos de la legua”.
En lo personal, pues, no me molesta la ofensa sistemática y sostenida, que es ya costumbre; lo que sí me indigna es que se use la “despreciable” condición de cómico (o payaso, si se quiere ser más hiriente) de uno de los signatarios para descalificar al resto, a gente cuya trayectoria merece admiración y respeto, entre ellos la de dos religiosos de los que nadie puede decir que sus vidas no han estado comprometidas hondamente con el destino intelectual del país, con la lucha por la libertad y la democracia y que merecen de los venezolanos la mayor estima.
Hay un término que define lo que nos está sucediendo a los venezolanos en este tiempo: el cainismo, el odio visceral al semejante, al hermano, al compatriota, que puede conducir a su aniquilación física o moral (o a ambas). El cruel régimen que padece Venezuela se ha cimentado sobre la promoción del cainismo.
No olvidemos la historia: comenzaron friendo cabezas en aceite en el discurso “inofensivo” de la campaña electoral de 1998 y terminaron haciéndolo cruelmente en la realidad desde el poder.
No deberíamos caer, quienes los adversamos, en lo mismo, porque por el insulto se empieza (¡ojo: es solo una opinión!). Sería bueno que evitáramos el epitafio que de manera premonitoria (un siglo antes de la Guerra Civil) escribiera -en este caso sí- el intelectual español Mariano José de Larra: “Aquí yace media España; murió de la otra media”.
P.S.: De todas maneras, por si alguno quisiera leer enteramente esa carta, desgraciada, que con tanta vehemencia ha sido condenada, aquí les dejo el enlace.