Vivir la pobreza dos veces, por Ariadna García

Veinte años de chavismo hacen que cuestiones todo, que reflexiones, que rescates esa otra vida posible, que busques en la historia y en los recuerdos algo de institucionalidad, de democracia, de oferta de bienes y servicios, de seguridad. Hacen que te pares en esta nueva y demoledora realidad y te preguntes ¿Qué es la pobreza? ¿La conozco de antes? ¿Pertenezco a ese 92% de la población que es pobre por ingresos, según la Encovi 2018? No me hice ninguna de estas preguntas hasta hace muy poco, debe ser porque uno lleva tanto tiempo tratando de salir de la pobreza que, cuando decides mirarla a la cara, crees que ya la has superado.
Hace 28 años la razón de mi pobreza se debía a causas meramente económicas. Pocos ingresos de la familia, trabajos a destajo, oficios/falta de profesionalización, etc. Para entonces no era una pobreza de orden político, no era la pobreza de la coacción a través del trabajo, de la coacción a través de la comida o de las medicinas.
En aquella época no tenía claro qué era la pobreza, ni mucho menos que éramos pobres. Solo recuerdo que sentía mucho enojo al no poder comer lo que yo quería. A mí me provocaba comer arepa con jamón, pero la mayoría de las veces lo que había era arepa con queso o huevo porque era lo más barato. Así como granos y pasta para el almuerzo. El pollo y la carne estaban reservados para algunas ocasiones, era algo lejano. Esa falta de independencia a la hora de elegir los alimentos, siempre me generó una sensación de injusticia, pero luego entendía que mi madre hacía lo mejor que podía con lo que tenía y no tenía caso reprocharle nada, sino finalmente comerme la arepa a regañadientes.
Pasaron los años y estudié, me preparé. He trabajado sin parar desde los 18 años. Con mi primer sueldo pude pagar la universidad, la residencia, gastos personales. Entre 2009 y 2013 mi salario, poco más del mínimo, alcanzaba para todo, inclusive para costear mi primer viaje fuera del país, para entonces podía comer la arepa con jamón casi siempre, por primera vez empecé a tener independencia a la hora de alimentarme. Era algo que no reflexionaba, sino que disfrutaba. Sabía que mi trabajo tenía un valor, sabía que mi trabajo servía para algo. Supongo que en ese periodo salí del quintil de la pobreza.
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De pequeño te enseñan que debes estudiar, tener una carrera, ser horado, trabajador, perseverante, disciplinado. Te motivan una y otra vez a trabajar por cambiar tu realidad y alcanzar una mejor. Creo que le cumplí a mi madre en cada una de sus motivaciones. Superé las barreras para salir de la pobreza. Sin embargo, 10 años después, te topas con una situación más compleja aun, que tu pobreza de niña: ahora es una pobreza estructural, de orden político.
Una que se te impone desde el Estado, porque el Estado no te quiere independiente económicamente, ni libre, ni inteligente, ni honrado. El Estado te quiere pobre, sumiso, agotado. El Estado te impone qué comer, en el mejor de los casos, porque a la mayoría de la población se le impuso el hambre
El último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) llamado «El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo» revela que 6,8 millones de personas pasan hambre en Venezuela.
«América del Sur alberga la mayoría (55%) de las personas subalimentadas de la región y el aumento observado en los últimos años se debe sobre todo al deterioro de la seguridad alimentaria en la República Bolivariana de Venezuela, donde la prevalencia de la subalimentación aumentó casi cuatro veces, de 6,4% en 2012-2014 a 21,2% en 2016-2018», se lee en el documento.
¿Cómo es vivir la pobreza dos veces? Podría empezar por decir que esta no me genera el enojo de aquella, porque esta no es la pobreza de unos pocos bolívares en la cartera, sino la pobreza y el hambre de todo un país. Esta no es la de la independencia en ciertos productos, ni la inseguridad de si habrá comida mañana.
Esta es la pobreza de la inseguridad estructural que alerta la FAO y que ubica a Venezuela en el tercer lugar, entre 10 países, con “alto riesgo” de emergencia o deterioro significativo de la seguridad alimentaria
¿Cómo los jóvenes podemos manejar la frustración? La frustración de que el dinero no alcance en una economía en hiperinflación desde finales de 2017 y con un salario mínimo que se mantiene desde hace un año entre cinco y seis dólares. Cómo sobrellevar que no puedes cubrir tus necesidades básicas, mucho menos adquirir audífonos, un televisor, una computadora, un curso de inglés o una simple salida al cine.
Cuando analizo esto, he entendido que he hecho mi parte, que he hecho todo lo que está a mi alcance para salir de la pobreza, para procurarme calidad de vida, bienestar e independencia económica ¿Ha hecho su parte el Estado? ¿Ha garantizado calidad de vida y bienestar a la población? ¿Ha respetado el derecho a la alimentación, a la salud, a la educación? La respuesta es no. Ante la ausencia del Estado no puede volverse la frustración una reacción, sino que debemos elevar esa sensación a algo mayor.
Hoy enfrento la pobreza con la misma dignidad que hace 20 años. Hoy la encaro. Hoy no le temo. Hoy esta pobreza me sirve de empuje para trabajar, para develarla, para hablar por los 6,8 millones de venezolanos que pasan hambre, para hablar por los 4 millones que emigraron en busca de los derechos que en su país les fueron negados.
Hoy esa pobreza no debe derribarnos, comprarnos o humillarnos. Vivir la pobreza dos veces, no es morir dos veces, es vivirla dos veces para finalmente erradicarla
Con información de: http://www.fao.org/americas/noticias/ver/es/c/1201490/