¡Eres un gusano despreciable!, por Tulio Ramírez
El chavismo es como aquellos juegos de ferias de pueblo que exigen del participante estar atento ante una consola con ocho huecos de donde salen aleatoriamente cabezas de muñecos. Al saltar una hay que darle un certero batazo para obtener los puntos necesarios y ganarse el osito de peluche. Cada cierto tiempo, el chavismo nos enseña una de esas cabezas. Si no estamos alertas para golpearlas donde Dios manda, se nos instala en nuestra vida cotidiana y hasta normalizamos su presencia.
Esas cabezas pueden tener variadas formas. Una de ellas se expresa a través de los miles de decretos, resoluciones, instructivos y normas que surgen como conejos de la chistera de los magos. Mientras estamos tratando de comprender una, aparece la otra contradiciéndola, ampliándola o todo lo contrario. Otras son las frases o eslóganes que se acuñan para generar una semántica institucional que se enreda como telaraña en el inconsciente colectivo. Su objetivo, sustituir el sentido común y el pensamiento racional. Sobre esto quiero aburrirlos con algunas reflexiones.
Siempre me ha llamado la atención la manera como el chavismo utiliza los códigos para comunicarse. Desde los primeros momentos Chávez se encargó de hacer repetir entre sus seguidores, frases que inventaba o que importaba de otras realidades y situaciones. Con el tiempo se convirtieron en slogan publicitarios que a fuerza de repetirse se adhirieron al vocabulario chavista.
Una de las primeras fueron las infortunadas “con hambre y sin empleo con Chávez me resteo” y “ser rico es malo”. Fue una manera inteligente de convertir uno pésimos resultados de política económica en un grito de guerra victorioso. Vender la idea de que más puede la ideología que la vida misma, allanó el camino para las adhesiones viscerales, acríticas y hasta sadomasoquistas. Así fue como, de movimiento libertario, el chavismo se fue convirtiendo en una secta fanatizada en torno a un líder carismático con altos niveles de hipocresía. Pedía a los demás, sacrificios que nunca estuvo dispuesto a hacer.
Históricamente estos mantras semánticos fueron recursos para la manipulación política de masas obnubiladas por liderazgos mesiánicos. Estas frases persuasivas y motivadoras tienden a sustituir el pensamiento propio por recetas verbales que justifican todo pero no explican nada. Ellas se instalan en el inconsciente de las mentes frágiles y sirven para explicar y justificar los fracasos de estos regímenes.
Son una suerte de gríngolas ideológicas que impiden ver a los lados y mucho menos el lado del otro. Lo grave es cuando estas fórmulas exitosas que economizan pensamiento, prenden en sectores ciertos opositores. Esto se verifica cuando nuestro lenguaje se confunde con el del liderazgo opresor y comenzamos a hablar con sus mismos códigos.
Estaba en medio de estas reflexiones cuando me llega al buzón de mi computadora un correo de un colega de la universidad. En el mismo me pregunta que ando haciendo en estas vacaciones. Le respondo “Aquí, pensando y escribiendo pendejadas”. Me pidió que al terminarlas de escribir se las enviara porque estaba aburrido de tanto pelear con la mujer.
Una vez escritas se las envié. Me interesaba su ojo crítico y filosófico. Al rato me responde afirmando que tengo toda la razón, que “el lenguaje del régimen ha permeado aguas abajo y se está utilizando de manera masiva”. El ejemplo que me da es que llegando en la madrugada y con unos palos encima, su mujer lo recibió gritándole “¡otra vez la misma vaina!, esto no es vida, anda a dormir tu borrachera lejos de mí. Mamá siempre lo dijo, ¡eres un gusano despreciable!”. Remata con esta perla, “fíjate, estoy seguro que eso nunca se lo dijo mi suegra, eso se lo copió de Maduro”. La verdad, así no se puede.