El fantasma de Perón, por Fernando Mires
El título de este texto parecerá extemporáneo, no lo dudo. Escribir que Perón es un fantasma después del éxito apoteósico de Alberto Fernández en las primarias o más aún, después de que tantos medios de difusión anunciaran alarmados el regreso de la peronista viuda de Kirchner, sería un título muy equivocado. Pero el peronismo no es un concepto válido para todo tiempo y lugar. Ni el peronismo neo-liberal de Menem (a quien podríamos situar a la derecha de Macri), ni el peronismo socialista de Kirchner, ni el peronismo jacobino (populachero) de Cristina, ni el peronismo post-moderno de Alberto Fernández, tienen que ver mucho con los que fueron los gobiernos de Perón.
Evidentemente, no estoy diciendo nada nuevo. Que el peronismo es multiforme lo sabemos todos. Pero que hay formas estabilizantes y otras disolutivas, no lo sabemos muy bien. Lo que se está afirmando es que la forma peronista de Fernández escapa no solo a las formas locales del ser peronista sino, además, lo acerca al promedio de las formaciones políticas que imperan en el mundo occidental.
La política argentina no es exótica ni excepcional como anuncian algunos analistas políticos. Todo lo contrario: lo que hoy conocemos como peronismo es el resultado de una serie de mutaciones que han terminado por llevar a la política argentina a un nivel de intercomunicación con órdenes prevalecientes en otros países republicanos y democráticos. Muy peronista dirá ser Alberto Fernández, pero antes que nada él es un hijo de la globalización, no solo de la de los mercados sino también de las ideas.
Fernández es el portaestandarte de una alianza electoral de dos izquierdas que encontramos en todas las latitudes democráticas: la centrista y la rabiosa (para decirlo con un término que heredamos de la revolución robespierana). Al otro lado de la frontera, una derecha liberal en ambos sentidos de la palabra: el económico y el político. Visto así, el arco político argentino ha llegado a ser similar no solo a los que priman en algunos países latinoamericanos (Uruguay, Chile) sino en la mayoría de los países europeos. De ahí que leyendo el estupor que ha provocado en los medios difusivos europeos el “retorno del peronismo” y escuchar a algunos periodistas pronunciar la palabra “peronismo” con un tono de superioridad, como si hablaran de los otentotes, uno termina preguntándose en qué mundo creen ellos que viven. ¿No se han preguntado jamás que es lo que hay debajo de ese significante llamado peronismo? Evidentemente no. Si lo hicieran encontrarían tal vez un espejo.
Tomemos como ejemplo a dos de los principales periódicos de España. Tanto El País como El Mundo han competido en presentar el “retorno del peronismo” como una catástrofe para el continente sudamericano. El director de El Mundo escribió incluso una larguísima parrafada sobre el eterno retorno peronista. En su hispano-centrismo (o provincialismo) no logró darse cuenta de que entre la política española y la argentina imperan hoy más equivalencias que diferencias. ¿Hay en el mundo una equivalencia tan aproximada como la que se da entre Pedro Sánchez y Alberto Fernández (ambos exponentes de un socialismo clasemediero, reformista, urbano y no ideológico) ¿No hay acaso equivalencia en los propios extremos? ¿No son tanto el cristinismo como Podemos entidades demagógicas que avivan resentimientos sociales y representan a la perfección lo que Hannah Arendt llamaba alianza entre determinadas élites y “la chusma” (Mob)?
Pero no solo en las formas, también en sus actos equivalen los políticos españoles con los argentinos. En los momentos en que escribo estas líneas, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias buscan unir a “las dos izquierdas” en aras de un futuro gobierno, proceso que en Argentina ya tuvo lugar entre el albertismo y el cristinismo
En cierto modo -y para hablar ahora de un país considerado políticamente serio- se trata del mismo acercamiento que busca la alicaída socialdemocracia alemana con la extrema izquierda (Die Linke) en vistas a la formación de un gobierno post-Merkel. ¿Por qué asustarse tanto con Argentina cuando en la propia casa se vive lo mismo? Incluso si vemos el tema de las equivalencias por el lado derecho, veremos que Argentina supera en un sentido político civilizatorio a varios países de Europa. En efecto, la derecha macrista es predominantemente liberal y en Argentina no existe un partido proto-fascista como Vox en España o como AfD en Alemania, para nombrar solo a un par.
¿Qué Argentina vivió en plena corrupción bajo el gobierno de Cristina? De acuerdo, pero no hay que remontarse al periodo Aznar para advertir que el PP en materia de corrupción no tiene que envidiar a nadie en el mundo. Y ahí lo tenemos ahora, al mismo PP, aspirando nuevamente a ocupar parte del poder a través de la alianza de “las tres derechas”.
Pocas veces las palabras neo- testamentarias han alcanzado tanto vigor político frente a los medios europeos cuando descalifican a las elecciones argentinas como si fueran de segundo orden ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? (…) ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano”. Esas palabras las transcribió San Lucas (6, 41-42) quien, como sabemos, no era argentino ni peronista.
PS1. Pensaba terminar este artículo con la cita de San Lucas. Sin embargo la pregunta del millón no ha sido respondida. Si el peronismo nunca ha sido el mismo durante su historia ¿qué diablos es el peronismo de hoy? Podríamos quizás convenir en que antes que nada es un nombre, el nombre de Perón, nombre que cumple la función, para decirlo con las palabras de San Lacan, de ser y fungir como “el nombre del padre”. Para Lacan, el nombre del padre –hay que aclararlo– es el nombre de un ser no existente: el nombre de un “fantasma del viejo pasado que no volverá” para decirlo ahora con Gardel.
El padre lacaniano tiene poco o nada que ver con el padre biológico. Así como para el Freud de Tótem y Tabú el padre para el Lacan del Seminario 3 es la representación del padre totémico (haya existido o no), el significante recurrente que permite ser en el tiempo (en la historia). Es también la creencia en un antepasado fundador, alguien que nos da la filiación y nos hace creer que no venimos de la nada, una entidad imaginaria y simbólica que sostiene al ser político, un nombre que protege a las comunidades y a los individuos de su propia orfandad y les permite actuar en su nombre: en “el nombre del padre”.
Muchos países mantienen “el nombre del padre” relegado en un viejo pasado. Venezolanos y colombianos reinventan todos los años a Simón Bolívar. Los uruguayos a Artigas. Los cubanos a Martí, los nicas a Sandino. Los norteamericanos se remontan a “nuestros padres fundadores”. Los países post-monárquicos a la majestad del trono vacío (Lefort).
A los argentinos en cambio no se les perdona tener un padre moderno, símbolo del enlace entre los sindicatos obreros y las grandes masas con la política. Pues al fin eso y no más es el Perón de nuestros días: el nombre del padre de la Argentina moderna. Cada vez más nombre y cada vez menos padre
PS2: Los chilenos -acabo de comprobarlo- no tenemos a ningún padre totémico, ni histórico ni político. ¿Será por eso que todavía una de las principales calles de Santiago se llama “Huérfanos”?