Los Milicianos y la Bruja del Ávila, por Tulio Ramírez
En grupos de 4 o 5 se les ve junto a los torniquetes del Metro recibiendo los cartoncitos que hacen las veces de Tickets, también en la entrada de los hospitales públicos o de algún ministerio en el centro de Caracas. Por lo general sus edades pasan por mucho los límites de los 60 años, aunque se pueden encontrar algunas milicianas muy jóvenes rondando un poco más de la mediana edad.
Es curioso, cuando están solos ponen cara muy severa y vigilante. Tratan de infundir una autoridad que nadie parece reconocerles. Esto lo saben, pero no terminan de asimilarlo. Sin embargo, la magia del uniforme los hace sentirse todopoderosos, sobre todo cuando algún despistado transeúnte o usuario les pide alguna dirección o la ubicación de alguna oficina o taquilla.
Los he detallado. Cuando están en grupo su comportamiento es diferente. Conversan animadamente sobre los hijos, los nietos, las medicinas hechas en casa, los “tigritos” que les salen en el Barrio o las diferentes maneras de preparar el Cocuy de Penca. En esos momentos pareciera que se tomaran un “break” y dejan de tener la pose de “perdonavidas” que les exige “su investidura”.
A estos milicianos los vemos recorrer a diario la ciudad con morralitos tricolordescoloridos, quizás legado de algún nieto que lo tiró por una mochila más presentable. Con paso cansado y evidente estado de desnutriciónllegana suspuestos de “vigilancia”. Allí pasan el día, esperando la hora de partida y hacer el mismo recorrido de vuelta a sus precarias viviendas. Quedan agotados, pero orgullosos de su contribución “al proceso”.
A estos hombres y mujeres, la mayoría jubilados de muchos años, se les ha fabricado una cruel fantasía. Si bien los ha mantenido físicamente ocupados, ha tenido en ellos una suerte de efecto placebo, que los hace sentir eufóricos por “la posición de autoridad que ostentan”. Así me lo manifestó uno de ellos, “la revolución descubrió lo útil que podíamos ser como vigilantes del orden público y del proceso”.
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Al observarlos, trato de establecer un paralelismo con mi niñez. Recuerdo que, en las noches, para distraerme por la falta de aparato televisivo en casa, mis padres me colocaban en la ventana que daba al cerro Ávila, con la “importantísima misión” de observar y detectar alguna fogata. Si la consiguiera debía comunicar con urgencia a mis padres porque era la señal de que “La Bruja del Ávila” venía hacia la ciudad en búsqueda de los niños que se portaban mal.
Los milicianos, al igual que lo hacía en mi niñez, también tratan de alertar y detener a “La Bruja del Ávila” por contrarrevolucionaria. Otro aspecto que hace similar a ambos casos es que se aprovecharon de nuestra inocencia, aunque con distintos fines, por supuesto. Ahora, lo que distancia mi experiencia infantil de guardián nocturno, estriba en que mis padres nunca me vistieron de manera ridícula para llevar a cabo esa misión, ni me invistieron de alguna ilusoria autoridad para cumplirla.