El cisne negro de España, por Fernando Mires
El plan del habilidoso Pedro Sánchez parecía ser perfecto. Con esa destreza que solo tienen los hombres mimetizados con el poder, había logrado después de las elecciones de abril del 2019, donde alcanzó la primera mayoría, escenificar un espectáculo de conversaciones y diálogos cuyo único propósito era hacerlas fracasar.
El objetivo era más que evidente: convertir a las segundas elecciones en un paso que lo llevaría de la mayoría formal a la mayoría absoluta a fin de gobernar sin aliados o escogerlos a su gusto y discreción. Pero había que hacerlo de tal modo que la repetición de las elecciones no apareciera como responsabilidad suya sino de la intransigencia y egoísmo de los demás. Y lo logró. Su interlocutor más cercano, Pablo Iglesias, saldría de las conversaciones orientadas a formar gobierno, como un pájaro desplumado.
Sánchez hizo lo que quiso con Iglesias. Lo llamaba a conversar para negociar la composición de un futuro gobierno y luego le ofrecía una participación de esas tan menguadas que nadie podía aceptar sin perder apostura y dignidad. O le ofrecía una asociación no gubernamental y luego introducía objetivos que Iglesias no podía aceptar so pena de perder credibilidad en su campo de izquierdas.
Con el otro socio potencial, Ciudadanos, no hubo dilemas ni problemas. Albert Rivera se hizo el harakiri con su absurda ambición de convertirse en el líder de todas las derechas habidas y por haber, regalando el centro político al PSOE. De tal modo que en los tramos finales de los conversatorios parecía más posible una coalición “alemana” entre PSOE y PP que una alianza entre el PSOE y Cs. Lo que no entendió Iglesias fue que Sánchez no pensaba poner en juego ese centro político que le había obsequiado Rivera haciendo una alianza con el extremismo representado por UP.
Oleado y sacramentado: las elecciones tendrán lugar en noviembre. Suficiente para que Sánchez continúe en su empresa de asegurarse la mayoría absoluta. Por de pronto ya estaba intentando catapultarse hacia el olimpo de la simbología histórica hispana apresurado en llevar a cabo lo más pronto posible la exhumación de los podridos restos del Generalísimo. Esa iba a ser la marca histórica que lo elevaría a la condición de prócer de la nación post-franquista.
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Sánchez podía cantar victoria por anticipado. Los números lo favorecían ampliamente. Sus potenciales competidores bajaban aceleradamente en las encuestas. UP menos de lo que se esperaba. Pero Cs, después de las torpezas de su directiva llegó a ser el más grande damnificado de la política española. Gracias a las genialidades de Rivera, el partido del anti-independentismo se convirtió en un breve lapso en el partido más generoso de todos: ha regalado votos a VOX, al PP y al PSOE.
Hasta hace poco tiempo las encuestas daban los siguientes resultados: el PSOE con alrededor del 31,2% de los votos, seguido del PP (19,4%), Unidas Podemos (13,4%), Ciudadanos (13,1%) y Vox (9%). Sin embargo en un par de días todo cambió y esos números ya no sirven para nada.
¿La razón? Ha aparecido un cisne negro. Su nombre es Iñigo Errejón en representación de su mini-partido Mas Madrid (MM) al que le cambió nombre inmediatamente después de haber recibido la adhesión de los valencianos de Compromis y de los ecologistas de Ecquo. Desde ahora -vamos acostumbrándonos- llevará el nombre de Mas País (MP).
La metáfora del cisne negro tiene la virtud de llevar a un lenguaje más o menos popular una concepción anti-historicista de la historia (valga la paradoja). Una según la cual los hechos no acontecen según un plan metahistórico, sino de acuerdo a la ruta trazada por la ilógica de la contingencia pura. De acuerdo a esa visión, los hechos determinan a los procesos y no los procesos a los hechos.
Siguiendo la línea filosófica formada por la triada Husserl- Heidegger- Arendt, los acontecimientos (o fenómenos) para que sean tales, han de ser inesperados, sorpresivos y discontínuos. Tesis que contradice de plano la línea historicista trazada por la díada Hegel-Marx. En contra de la historia vista como producto de la necesidad objetiva, los acontecimientos (eventos según Arendt) al irrumpir cambian el curso de los hechos y dan comienzo a nuevos capítulos y, muchas veces, a otras historias.
Para ilustrar sus tesis los historiadores anti-historicistas recurren casi siempre al ejemplo del atentado de Sarajevo, hecho que desataría a todos los demonios europeos dando origen a la primera guerra mundial y a sus millones de cadáveres repartidos en absurdos campos de batalla donde los soldados no sabían por qué morían y mataban. Y como es fácil suponer, sin esa guerra espantosa tampoco habría tenido lugar la segunda, la más salvaje de la historia de la humanidad.
Vista así la historia, los llamados cisnes negros no constituyen necesariamente una anormalidad. ¿Quién no debe cambiar de plan cada día como consecuencia de hechos que se entremeten en los momentos más inesperados? Con mayor razón ha de ocurrir en los grandes momentos de la historia donde actúan enormes cantidades de seres imprevisibles. Porque efectivamente, ese cisne negro llamado Errejón, al anunciar su candidatura presidencial, se les atravesó por lo menos a tres partidos. En primer lugar, y podría decirse, sobre todo, a PSOE.
PSOE – si no aparece un segundo cisne negro – conservará la mayoría, pero si MP, de acuerdo a los actuales pronósticos, le quita votantes al PSOE, convertirá a la utopía de la mayoría absoluta de Sánchez, en una simple ilusión. Ni corto ni perezoso Sánchez, avistando esa posibilidad, se apresuró a decir, sin que nadie le preguntara, que algunos puntos del programa de MP (MP no tiene ningún programa, aparte del cariñoso madrinazgo de Manuela Carmena) le parecían muy interesantes.
De esta manera, si Sánchez no consigue la mayoría absoluta, podría al menos formar una coalición con Errejón, mucho más simpático para el resto de los partidos hispanos que ese dechado del oportunismo político llamado Pablo Iglesias. Como ya se dice en España, MP nació para ser el socio que necesitaba el PSOE. Mucho mejor socio en todo caso que el demasiado corrido a la punta izquierda UP y que el recientemente corrido a la derecha Cs. En fin, un nuevo partido de centro izquierda, más a la izquierda que PSOE, más a la derecha que UP.
Si las cosas siguen el rumbo dictado por el cisne negro Errejón, UP correrá el peligro de convertirse en un partido de la ultra-izquierda marginal, como fue Izquierda Unida en el pasado reciente. Y si eso ocurre – no estamos pronosticando, solo barajando posibilidades- MP, sin habérselo propuesto jamás, podría cambiar incluso todo el orden de la estructura política hispana.
La estructura política de la España bi-partidista (PP y PSOE) pasó a ser después de la incorporación de Podemos y Ciudadanos, un cuadrilátero. La irrupción del ultraderechista VOX configuraría una arquitectura pentagonal. MP, el nuevo cisne negro, ya ha llevado a constituir una estructura hexagonal.
Con cisnes negros o no, España mantiene una constante histórica: la de marchar siempre a contracorriente de la política europea. Así, mientras en casi toda Europa los partidos socialistas decrecen, el PSOE aumenta considerablemente. A la vez, mientras en el resto de Europa la línea divisoria entre izquierda y derecha comienza a desaparecer, en España -quizás solo por joder– hay ya tres partidos de derecha y tres de izquierda.
Y eso que hoy no hemos hablado de los mini-nacionalismos. Pues mientras en muchos países europeos se trazan líneas en vista a la conformación de una gran Europa formada por estados nacional, política y geográficamente muy bien constituidos, España insiste en volver hacia los umbrales micro nacionalistas del pasado medieval.
Quizás lo que necesita España no es un solo cisne negro sino una bandada de cisnes negros. Y parece que vienen volando. Al momento de escribir estas líneas, Iñigo Erregón está recibiendo adhesiones de todos los rincones de España. Ya es de película.