El giro, por Simón García
La estrategia de la oposición era un rey que quedó desnudo desde el 30 de abril. La crisis de resultados cuestionaba la vía rápida. Al planteamiento de la ultra aceleración de la lucha y al diseño de los tres pasos se le veían los rieles: negar la negociación previa a la renuncia o derrocamiento de Maduro; elevar la presión interna, pero priorizando las amenazas externas; acentuar salidas militares para desalojar al usurpador mediante rendición.
La selección de las vías predeterminaba quienes podían transitar por ellas. Ese tipo de estrategia, reducida a tres objetivos, solo podía ser adelantada por conductores extremistas o en alianza de éstos con sectores radicales. Su misma naturaleza resultaba incompatible con el sostenimiento de posiciones moderadas. Así que, en vez de formular alianzas, perseguía establecer una hegemonía libre de moderados y centristas.
El arranque portentoso de la nueva portada opositora hizo trastabillar al autócrata el 23 de enero y levantó una ola de entusiasmo en la sociedad. ´Pero la primera parada a ese notable impulso se produjo un mes después, cuando en horas de expectativas se vio por TV como se desmoronó la promesa del si o sí y que el plan B sólo era el plan A. El régimen, que había descansado contra las cuerdas, desató la represión.
Pero los errores rebotaron sobre un colchón de rechazo a Maduro de más del 80%. El sólido respaldo a Guaidó ayudó a surfear los desaciertos y reparar la percepción del vamos bien. Los lideres y partidos de la oposición mayoritaria siguieron la máxima llanera de no cambiar de caballo en medio del río y con paciencia estratégica decidieron darles tiempo a los resultados y no abandonar empeños en los primeros traspiés.
Tenía sentido proteger y proyectar al país el grado de unidad conquistado en la AN y ofrecer el buen gesto de respetar el momento de Guaidó.
No era necesario esperar por Tiresias para interpretar los signos del giro. Guaidó comenzó un leve descenso en las encuestas, ´crecían los ciudadanos que no encontraban motivos para identificarse con la oposición, se aminoraba la movilización interna, la comunidad internacional desaconsejaba invasiones. Surgió el discurso del entendimiento y la política buena desde un vocero medular, Edgar Zambrano.
Se oyó a Henry Ramos argumentar sobre la importancia de las elecciones para poner fin a la usurpación. Manuel Rosales planteó en Maracaibo la necesidad de un acuerdo para paliar la tragedia eléctrica que castiga a los zulianos, rompiendo el mantra supremo de la negociación, pronunciado en tono de quien revela algo que los demás ignoran: “nada esta resuelto hasta que todo este resuelto”.
Y el empate que la oposición le regalo al régimen con el retiro de Barbados justificó el acuerdo de la casa amarilla.
El giro iniciado con la Resolución de la AN del martes 1 de octubre es claro, pero todavía incierto. Hay que empatar el acuerdo corto de los cinco con el acuerdo largo que sólo puede tener éxito si proviene del G4 y la AN.
El desgaste de las antiguas opciones plantea el desafío de introducir cambios en la estrategia de cambios. Veamos quien asume esta misión de cara al país y quien la incumple desoyendo la palabra del adivino en Antígona. Si no se pone todo el brío en la rectificación y toda la inteligencia en reformular una estrategia eficaz que no se olvide: “la obstinación en otro nombre de la estupidez”.