Bailando hasta que llueva, por Carolina Gómez-Ávila
El jueves 31 de octubre, Juan Guaidó lideró un encuentro con la Sociedad Civil: Iglesia, medios de comunicación, empresarios, organizaciones de ciudadanos y partidos políticos, reconociendo y apoyando a sus articuladores naturales para lograr el retorno de la democracia: los partidos políticos.
Hacia el final de su alocución, Guaidó recordó su tiempo en el movimiento estudiantil; apreció la insistencia de sus mentores en que tuviera presente en todo momento a qué se enfrentaba, y las características del momento que vivía, para poder salir airoso y producir cambios en la realidad.
También habló de lo necesario que es perder el miedo a los partidos políticos y a las formas de participación establecidas, como la protesta. Aunque se falle en el cobro, decía, un penalti no deja de ser un mecanismo válido para marcar un gol en el fútbol.
La audiencia se sumergió en el resultado adverso porque Guaidó no explicó que los indicadores de efectividad que sirven en el mundo deportivo y comercial, no son los que se aplican a la actividad política. Es que él era un niño cuando en Venezuela anidó la antipolítica al grito de “¡Necesitamos gerentes!”, en referencia a la administración pública.
Los medios de comunicación y algunas importantes oenegés de entonces, se dedicaron a ¿educarnos o adoctrinarnos? para el porvenir: Venezuela dejaría de ser un país “en vías de desarrollo” y haría de la potencia, acto, cuando el Poder Ejecutivo –en sus niveles municipal, estadal y nacional– fuera ocupado por funcionarios que delegaran y gestionaran por resultados.
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Ya no importaba quién nos gobernaba; es más, era indeseable que tuviera compromisos políticos. Lo que importaba era el equipo de tecnócratas que lo asistía y, a falta de carrera y capital políticos, su carisma.
Así se fueron por el caño los delicados equilibrios de la gobernabilidad que sólo se logran con la política. Sin ellos, ni los mejores tecnócratas podían sostener un plan de desarrollo para la nación, algo que debimos haber aprendido en el segundo Gobierno de Carlos Andrés Pérez.
De vuelta a Guaidó, su discurso llegó al cierre motivacional enfocado en la manifestación convocada para el 16 de noviembre: “¿Saben por qué la danza de la lluvia que hacen los indios, nunca falla? ¡Porque siempre bailan hasta que llueva!”.
Así recordaba los valores propios de la resistencia: constancia, coherencia, claridad y convicción en los objetivos junto con la disposición a cooperar para su logro, sin importar los costos. Así nos bajó la línea de acción.
No habló Guaidó del rol de la población en dictadura. Seguramente porque cree que nos puede desanimar si nos dice lo limitado que es. De la inmadurez de la población en este tema, tiene mucha responsabilidad el sistema educativo que nos enseñó que el 23 de enero de 1958, “el pueblo tumbó a Pérez Jiménez”. La verdad es que ese día unos militares tumbaron a otro militar y, fue con política –no con criterio gerencial– que los líderes de entonces lograron la convocatoria a elecciones para el 7 de diciembre de ese año. Casi nadie recuerda que Larrazábal se postuló como candidato, lo que demuestra que su intención era continuar en el poder.
Entonces, ¿qué otra cosa puede hacer la población sino apoyar a sus líderes políticos? Sólo eso y, especialmente, no apoyar a quienes quieren arrebatarles el liderazgo.
Me refiero a las oenegés que intentan despolitizar o despartidizar las protestas, mientras pretenden liderar otras exangües. Me refiero a unos pocos sectores de la sociedad civil que antagonizan con los partidos suficientemente validados por la voluntad popular, porque planean hacer surgir otros nuevos o proponer un líder apoyado por el poder gubernamental, militar o fáctico.
Sí, me refiero a políticos sin liderazgo propio pero con recursos, a sus medios, a sus financistas y a sus intelectuales orgánicos, todos abocados a provocar el fracaso de la coalición democrática que en este momento está al frente de la Asamblea Nacional, porque su intención es suplantarla. No se puede ser políticamente más miserables para con la nación.
La nación exige unidad, sí, ¡alrededor de quienes ya nos lideran! Quienes no tienen ascendencia sobre el pueblo son como el pueblo y, hasta que retorne la democracia, deben hacer lo que el pueblo: seguir bailando hasta que llueva.