El vacío es la nada, por Simón García
Si se examina el interior de la oposición, se podrían palpar las venas de nuestra contradictoriedad. Múltiples y naturales discrepancias, que no rompen el cascarón porque aún operan como medio de crecimiento y extensión. Las partes reducen al máximo la desviación del rumbo fijado y lo ajustan o cambian cuando no “hallan nidos donde se pensó hallar pájaros”, para decirlo en frase del ingenioso Cervantes.
Sabemos que el veto y la exclusión en la competencia interna, debilitan la eficacia en la externa. Sin embargo, se mantiene una obsesión por la hegemonía que comienza por recortar amplitud y termina persiguiendo las diferencias en vez de tratarlas como un derecho.
Algunos analistas, como Carlos Raúl Hernández y Ramón Guillermo Aveledo, señalan que no existe ánimo de entendimiento ni en el gobierno ni en la oposición. Pareciera existir, en su lugar, el perverso interés de adaptarse a la crisis y normalizar el empate.
Grave señalamiento porque implicaría la obstrucción mutua de posibles soluciones. Protagonistas, indiferentes al clamor del país que sufre la crisis, que achican la política a juegos de poder. Se crea así un vacío disimulado con acciones decorativas, golpes perdidos, expectativas irreales y declaraciones de falso optimismo.
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En realidad son dos vacíos. Uno creado desde adentro que conduce a una oposición estacionaria y sin éxitos. Otro que induce desde afuera el poder autocrático limitando las luchas. Su causa invisible es la resistencia a la alternabilidad democrática y su efecto trágico el vaciamiento poblacional.
El vacío es una ausencia. Fuga de contenido, de eficacia y de dirección. Una soledad, quizá la peor de todas, porque aunque somos muchos no sabemos actuar unidos. Es una travesía por el desierto de nuestros errores, mientras nos exasperamos por autodestruirnos. Es una movilización en círculos que siempre nos lleva a un estado ocioso, al punto cero de energía.
La AN, oposición y gobierno, deben aprobar el cronograma de dos elecciones, parlamentarias y presidencial. Sea cual sea su orden, ambas expresarán la voluntad de la mayoría y resolverán el tema de la legitimidad, con el apoyo determinante de la comunidad internacional. No son las balas ni las invasiones, sino los votos los medios para sustituir la autocracia.
La gente ya decidió. Falta nombrar un órgano electoral confiable, que asegure imparcialidad y voto libre. El triunfo de la oposición unida será el detonante para abrir, irremediablemente, una superación cívica y constitucional del conflicto de poder.
Todo el país, agobiado por años de calamidades que aumentan día a día, quiere un entendimiento nacional sobre la sociedad a reconstruir durante los próximos diez años. Los sectores extremistas no pueden seguir impidiendo ese nuevo consenso.
Es el momento para que la oposición heterogénea se una y formule una estrategia transicional común y un plan que se despida de los medios violentos y la compulsión de resultados inmediatos en base al exterminio político del competidor.
La élite debe cambiar la política o la política cambiará a las élites. No sólo la naturaleza tiene horror al vacío, también la gente ahogada por la nada.