Las colas de la ignominia, por Wilfredo Velásquez
En Ciudad Bolívar a las 10 de la mañana, el sol se aproxima candente e irritante hacia su cénit, mientras sus habitantes sometidos al oprobioso sistema socialista van humildes hacia el matadero.
Lo del matadero es literal, la ignominiosa cola para surtir gasolina en la estación denominada “Alaska”, cuyo nombre suena irónico en medio del calor abrasador que nos atormenta, se forma desde la tarde anterior, frente a las instalaciones del matadero.
Desde el matadero llegan los fuertes hedores, que empeoran la situación de quienes estamos en la cola evidenciando la insalubridad reinante.
Mi lugar se ubica en el centro de un puente militar de emergencia, que como es costumbre en nuestro país, permanecen eternamente como si las emergencias nunca se superaran, lo armaron sobre el río Marhuanta en tiempos democráticos, en este río, vierte, el matadero, directamente, sin ningún tratamiento, los desechos y aguas servidas. Justo allí estacioné mi vehículo.
Movido por la incertidumbre inicio el recorrido, desde allí hasta la estación de servicios.
Empiezo, mi periplo, resignado al calor y al polvo, que el viento levanta de la calle carente de asfalto y de aceras, típica imagen de un tercer mundo que presume de tener las más grandes reservas de petróleo y donde surtir gasolina, ocupa por lo menos doce horas hombre, considerando solo el tiempo laborable del conductor.
Si alcanza la gasolina, podremos cargar, cuarenta litros, por disposición de los militares que deciden todo.
Avanzo por la polvorienta calle, casi a tientas, a causa del deslumbrante sol, observó los vehículos tan destartalados como el mío, no veo las lujosas camionetas que usan los afectos al régimen, y me pregunto si es que ellos utilizan un combustible diferente, o si se lo servirán en sus casas, porque no es frecuente ver ni enchufados ni chinos esperando en las colas.
Frente al matadero se alza un arbusto de buganvilia, que, despojado de todo encanto poético, sirve de cobijo a una señora y sus dos niñas, que huyendo del calor de su vehículo se protegen bajo la escasa sombra.
Mucho pudiera decir de la miseria y la humillación que se observa lo largo de la cola.
Indignado por tanto oprobio contra un pueblo tan sumiso como yo mismo. Sudado y cubierto de polvo, llego, quince minutos después, a la estación de servicios.
Reino y centro de negocios de quienes deciden quien puede surtir primero. Resulta visible la presencia de “funcionarios» de baja graduación, que ejercen su autoridad sin considerar para nada los derechos ciudadanos de los usuarios.
Oprobio y autoritarismo, dos caras de la misma moneda que acuñó el difunto que creó este desastre.
Observo el ambiente frenético en torno a los surtidores en ruinas, donde el pavimento desapareció bajo la desidia de administradores y gobierno, donde a ojos vista, no se respetan las más mínimas normas de seguridad, los “funcionarios” a cargo y los empleados de la estación, usan su móviles sin ningún recato, los surtidores muestran su deterioro con descaro, los picos de las mangueras, gotean unos y chorrean otros, el derrame de gasolina es evidente, sin que se tome ninguna medida preventiva; los conductores no se molestan en apagar los motores mientras cargan los depósitos de los vehículos, la estación carece de iluminación, por lo que suspenden el servicio a temprana horas.
El ambiente exuda violencia y miseria.
La cola se mantiene con un relativo orden, algunos vehículos llegan empujados, por falta de combustible o por desperfectos mecánicos, solidarios algunos usuarios ayudan a los conductores de los automóviles accidentados.
Dante, sonriente en la multitud, observaba la fila que desciende al infierno y la depredación socialista.
Alrededor pululan vehículos conducidos por uniformados que reclaman su derecho a violar el derecho ajeno, en nombre de un gobierno cívico militar, que cedió a los militares el espacio civil del que despojó a los ciudadanos, para garantizarse su apoyo.
Los uniformados que surten sin hacer colas, se siente con derecho a violentar los derechos ajenos en función de su provecho.
El oprobio no solo se expresa, en el vejamen al que someten a la ciudadanía, por el solo hecho de estar en tan inhumanas colas, que violan el derecho a la libre movilidad, se expresa con mayor vergüenza, cuando el uso de ese control les permite a otros venezolanos usar discrecionalmente su función de resguardo de la seguridad pública, para irrespetar el orden que los ciudadanos tratan de mantener.
Ver a nuestros militares más jóvenes, prevalidos de su autoridad, violentar la cola para poner delante a sus allegados o compañeros, avergüenza a quienes lo observa y degrada al que lo hace.
Este abuso, contra la ciudadanía, del que no podemos decir que se lucren los “encargados” del orden, maltrata a la ciudadanía y desdice de la organización que los cobija.
Estar en estas ignominiosas colas, más de doce horas y no tanquear, porque quienes deben imponer el orden, privilegian a compañeros y amigos, violentando los derechos civiles, envilece a la institución que los agrupa, irrita y enfurece a nuestra ciudadanía y nos convence definitivamente, de la injusticia que priva en los regímenes socialistas, que prometen la igualdad y que en realidad nos colocan en una posición de miseria y minusvalía respecto a quienes se pliegan sumisos al régimen.
Solo nos iguala en la miseria y la indignidad.
Como en cualquier cuento de terror, ocurrió lo previsible, se agotó la gasolina y mi vehículo quedó a escasos treinta del último que consiguió tanquear.
Mañoso, el “funcionario» a cargo mandó a colocar la cinta roja indicadora del final, mientras un uniformado, con una niña en brazos espera displicente y otra persona a mi lado llamaba a un “patriota”, según le oí decir en su saludo.
Nunca supe el propósito de su llamada, pero si oí al “funcionario» a cargo, regañarnos por no llegar más temprano, como quien… dice los ciudadanos somos los responsables de que hayan acabado hasta con la gasolina.