Influencers: un mercado del odio, por Ariadna García
Les sigas o no, es habitual cruzarse con el perfil de algún “influencer” en las redes sociales. Según la definición de la empresa española InboundCycle, se trata de “personas que han conseguido crear un personaje de gran éxito en el mundo digital, que es seguido por miles de seguidores y suscriptores, en algunos casos, llegan a superar el millón”. La pregunta que me hago es qué enseñan estos sujetos: ¿Educan? ¿Entretienen? ¿Informan? ¿Son útiles a la sociedad?
El 16 de febrero una bióloga venezolana mostró en Twitter la manera como fue ciberacosada por los seguidores del entrenador de misses, Richard Linares y la comediante Vanessa Senior. Ambos dieron la orden para que las personas le escribieran a la mujer, luego de que ella alertara en Instagram que una de las guacamayas de Richard Linares había muerto por negligencia.
La orden de ambos influencers desató una ola de ciberacoso contra la bióloga Diana Duque. Casi como un ejército del odio operaron los usuarios en la red social Instagram. Los comentarios, en su mayoría, se referían a que la especialista en conservación de fauna silvestre “buscaba fama y seguidores”. Para estas personas, la vida se mide por likes y algoritmos. Se olvidaron de cómo funcionan las cosas fuera de un smartphone y, movidos por puro narcisismo, ese es su más grande análisis.
Los ataques contra la bióloga también fueron sexistas. Más de uno le habló sobre la “anaconda” que llevaba entre las piernas o de “su fantasía por Linares”. Las expresiones son un reflejo del machismo en la sociedad venezolana. En 2019, la nación cerró con 167 femicidios, según un monitor que lleva la investigadora Aimee Zambrano.
Ni Linares, ni sus seguidores -ejército del odio- se detuvieron en escuchar lo que decía la bióloga, una experta en conservación de fauna silvestre, porque en las redes sociales no importa lo que diga quienes saben, lo que importa es el ego y el narcisismo. Ese ego que se ejercita con gran disciplina en estas plataformas. Un ego y un odio que van de la mano y hacen flexiones todos los días.
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La inquietud de la especialista sobre la tenencia de aves se basa en un estudio sobre comercio ilegal de psitácidos en Venezuela (Sánchez-Mercado et al. 2020), que revela que 641.675 loros, guacamayas, pericos y cotorras fueron traficados entre 1981 y 2015, un promedio de 18.334 aves al año, según escribió Duque en su cuenta de Twitter.
“La cuarta especie más traficada es Ara ararauna (guacamaya azul y amarilla) y Ara chloroptera (guacamaya roja y verde). El psitácido más traficado es el loro real Amazona ochrocephala. Los psitácidos son el tercer grupo de aves más amenazado del mundo”, agrega.
“El ciberacoso o acoso informático se ha convertido en una de las formas más peligrosas de acoso, pues no solo la red ofrece impunidad al acosador sino que permite que se prolongue durante largos períodos de tiempo sin que la víctima se decida a pedir ayuda”, explica la compañía Sanitas en su página web.
Algunas consecuencias directas del acoso electrónico en cualquiera de sus vertientes son:
– Estrés.
– Ansiedad.
– Terror.
– Depresión.
– Impotencia.
– Somatización del problema con la aparición de enfermedades de todo tipo.
– Incluso, el suicidio.
El ataque en masa que sufrió Diana Duque le valió que le cerraran su cuenta en Instagram, pero a pesar de los improperios, en Twitter se encontró con un abrazo solidario de gente que repudió el hecho, de gente que la conoce y que sabe el trabajo invaluable que lleva a cabo en el país. No conozco a Duque, pero conozco el trabajo que hacen los investigadores con las uñas porque desde hace mucho los espacios de investigación quedaron en el olvido.
De este ejército del odio, me sorprende una cosa: la vida la reducen a un espacio digital donde están convencidos de que nada saldrá de allí, de que todo lo que hacemos en el anonimato no tendrá consecuencias en el mundo real. Se convencen de que esos “mensajitos”, que para ellos no son agresiones reales, son inofensivos y no. Estos ataques intencionales sí son ofensivos y logran hacer mucho daño, como los que cito antes. Linares publicó en su cuenta de Instagram una foto de Diana Duque, la identificó, la expuso de forma cruel. ¿Qué pasa si uno de esos seguidores se la cruza en la calle? ¿Qué pasa si alguien movido por su odio sale del anonimato para atacar?
La civilidad es una característica de la que no gozan muchos influencers venezolanos. No es la primera vez que alguno se ve envuelto en situaciones donde se refieren con un lenguaje soez, donde muestran la banalidad y superficialidad de la que están hechos. Este incidente nos llama a ser más prudentes, a escuchar más, a respetar el trabajo de nuestros biólogos, a condenar cualquier trato cruel, que pasa por ponerle un disfraz a un ave y tratarla como perro. No es un perro.
Millones de seguidores, millones de seguidores convertidos en: un mercado del odio.