Invasión, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Alfredo está defendiendo con ardor y sin notas al pie de página la brutal entrada de tropas rusas a Ucrania, y yo lo veo desde un rincón de la sala no sin asombro, en un intento por entender cómo alguien que jura defender la paz al mismo tiempo aplaude una acción irracional con tintes de crueldad, de la que por lo general los perdedores son los ancianos y los niños. Defensor de un cargo medio y bien remunerado en el gobierno se siente obligado no pocas veces a pensar en dirección contraria al sentido común. Mi hipótesis es que el pana se afana por articular su discurso bajo la sospecha de que cuanto diga o escriba por las redes sociales podría llegar a Miraflores lo que le favorecería para que le tomen en cuenta en la nueva tanda de nombramientos de cargos oficiales. Por tanto sus cálculos suelen ser más estudiados y hasta tamizados bajo la consulta de datos en Google.
Es verdad, ya no son estos los tiempos del Difunto, quien disparaba decretos, ascensos y destituciones de forma emocional, a través de las insufribles cadenas televisivas cuando Aló Presidente tenía para Alfredo y muchos funcionarios similares a él la imperiosa necesidad de escucharlos, tal y como pasa con los religiosos transfiguran el menester de asistir a misa de once dominical. Yo estaba en el otro extremo no solo del sofá de la casa de Marian, sino también de mi posicionamiento frente a este acontecimiento disparatado, transmitido en directo. Eran escenas de una distopía, de una aberración de la historia que se ha sacado de la manga Vladimir Putin aletargado con la nostalgia de la vieja URSS. Confrontábamos, pues, jodiéndonos unos a otros, y alzando la voz a la velocidad en que se vaciaban los vasos, cada vez que se incorporaba un nuevo argumento en favor o en contra, como suele ocurrir en una reunión de amigos.
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De repente, Alfredo relató el caso de una familia humilde de Los Teques que había perdido la vivienda debido al volcamiento de una gandola en la carretera cuya carga derribó un viejo roble que terminó aplastando la casa de los González, afortunadamente sin consecuencias humanas que lamentar. “¿Qué hice yo?”, preguntó Alfredo nos miró con el gesto de quien deja flotar el suspenso. Seguidamente narró su reacción “Los acogí en casa por dos días y ya al tercero estaba conversando con Farruco Sesto, quien entonces manejaba los hilos de la Misión Vivienda, y en un dos por tres, mientras la familia González resolvía en fiscalía y tribunales su querella contra la empresa propietaria de la gandola, nosotros logramos expropiar un apartamento desocupado en la avenida Panteón, perteneciente a una familia opositora que se dedica al negocio inmobiliario, es decir, compraba inmuebles y los engordaba para revenderlo luego a un precio superior”, explicó Alfredo probablemente con la intención de hacerse entender al forzar la barra y añadir su anécdota a la pregunta de por qué la poderosa rusa se daba el caché de aplastar Ucrania.
El argumento, desde luego, no encajó ni tuvo sentido para nadie. Chavistas y escuálidos presentes en la sala nos miramos las caras esforzándonos en interpretar la digresión de Alfredo y establecer una simetría con el paso de los tanques rusos por una vía desolada que conducía a Ucrania, y que el corresponsal de CNN transmitía más con justificado temor que con rigor periodístico. Alguien trató de ser condescendiente con el pana ya que Alfredo insistía en el derecho que le asistía a una nación de recuperar un territorio que desde años inmemoriales le pertenecía, pero este argumento de la invasión de una propiedad desde hace rato había dejado de tener sentido. No para todos. Alfredo apeló a los recursos que empleó el chavismo hace más de quince años cuando hasta el mismo Diosdado Cabello validó desde la Asamblea Nacional una ley que permitía a una familia sin recursos apropiarse de un apartamento o una casa luego de constatar que estaba desocupada, aún cuando fuese la propiedad privada de alguien.
En eso estábamos, al calor de un debate trillado porque la caída en ese bucle de los abusos del Comandante no venían al caso cuando Marián sacó a Alfredo del centro del debate y, con el teléfono en la mano, alzó la voz para que oyera mejor y se lo repitió.
-Que nos llama la vecina Raysa en la isla de Margarita… que unos patriotas con dos familias y varios niños forzaron las cerraduras y tomaron nuestro apartamento. Dicen que desde hace tiempo han visto que estaba desocupado y ellos no tienen dónde dormir.
Alfredo nos observó, su apuro se reflejó en la seriedad que emanaban nuestros rostros y golpeado, no solo por la noticia, sino por los efectos del licor nos comunicó con voz gutural y pastosa que la reunión había terminado, mientras en la pantalla en un asomo de que brutalidad rusa iba en serio un tanque de Putin aplastaba un carro que, en una avenida de alguna ciudad ucraniana, trataba desesperadamente de evadirlo.
*Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España