Invisibles o intocables, por Carolina Gómez-Ávila
Dos puñaladas traperas a la República le dio Hugo Chávez en 1999. Todas las que le dio después sólo tuvieron por objeto desviar la atención y evitar que se atendieran las primeras debidamente: la reelección -traición fundamental al ideario republicano que late al ritmo de la alternancia en el ejercicio del poder- y la prohibición de financiamiento de los partidos políticos por parte del Estado.
No dejo pasar ocasión alguna que justifique repetirlo porque creo que la población no ha concienciado que sanar esas heridas medulares modificaría nuestro escenario político definitivamente en cosa de 6 años. Una cifra que con hambre y enfermedad se juzga eterna pero que es la transcurrida desde 2012, lo cual nos demuestra que de haber tomado medidas ya estaríamos en situación muy distinta.
Con estas dos cuchilladas Chávez se garantizó la permanencia en el poder mientras destruía el sistema de partidos múltiples, sin el cual no hay democracia, al entregarlo a los poderes fácticos. Los partidos políticos fueron sorteados al mejor postor y sus líderes rebotan de yerro en yerro porque, además de que hay muy pocos con ideología y doctrina que los sostenga, la mayoría son pusilánimes y les cuesta convencer a quienes aportan el dinero para continuar en la lucha.
¿Y quiénes son los que aportan el dinero para continuar en la lucha? Debería decir que quienes -pudiendo- se sienten llamados a luchar por Venezuela y recuperar las condiciones de prosperidad que alguna vez parecíamos tener, pero la verdad es que lo aportan quienes están interesados en formar parte de un eventual poder en la sombra o, peor, quienes pretenden imponer el liderazgo, el método y los objetivos de la oposición.
En cuanto a identificarlos, la verdad es que la plata es ligera de cascos y cambia de manos con facilidad; eso es precisamente lo que ha pasado en los últimos 20 años, de modo que es casi imposible determinar el número y nombre de todos ellos.
Lo que sí es muy fácil suponer es que el dinero está en manos de quienes se enriquecieron a la sombra del felón de la patria que otorgó facilidades para el latrocinio y garantía de impunidad a los incondicionales de su proyecto personal. Esos, no otros, son quienes ahora tienen los recursos necesarios para que los políticos demócratas intenten rescatarnos de la dictadura
Si se admite lo anterior, se admite que no vale la pena hacerle reclamos a Ramos Allup, Rosales, Borges o a cualquier otro porque nada podrán corregir -no tienen radio de acción- si no cuentan con los medios que los financistas proveen generosamente a quienes denuestan de ellos y a quienes proponen a la población todo lo que ha atornillado a la dictadura en el poder: el liderazgo de algún chavista “arrepentido”, paros en una economía en quiebra, manifestaciones de calle sin haber negociado el apoyo militar, guarimbas inefectivas e invasiones extranjeras…
Por eso me ha sorprendido que los nombres más destacados de la sociedad venezolana le escriban una carta a los líderes políticos implorándoles unidad. Una carta en la que desestimulan la negociación pero acicatean la urgencia, una carta en que declaran que les angustia y les hiere el entendimiento la fragmentación de la oposición.
A mí lo que me angustia y me hiere el entendimiento es que estos destacados venezolanos no se den cuenta de que no está en manos de los políticos la unidad que piden. Opino que le han escrito a los destinatarios equivocados.
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Anhelo el momento en que la sociedad en pleno se le plante a los sinvergüenzas que se hicieron milmillonarios en el Gobierno de Chávez y les deje claro, ¡ojalá!, que todos sabemos que nuestros demócratas necesitan ese dinero para la lucha, pero que dárselo no les autoriza a imponerles el objetivo, el liderazgo y el método. Tienen lustros perdiéndolo por eso mismo.
Espero una carta de notables venezolanos que diga a los financistas que la sustitución de una dictadura por otra está descartada por quienes vivimos en Venezuela, así que el objetivo no es otro que negociación para lograr un proceso electoral que se acerque a las condiciones de “elecciones libres y justas”.
Una carta que haga caer en cuenta, a los financistas, que el pueblo opositor tolerará la participación de algunos disidentes del chavismo en un próximo Gobierno siempre que estén estrechamente vigilados por los demócratas, pero que deben desistir de la pretensión de que sea uno de aquellos quien lo lidere.
Una carta que les deje ver, a los financistas, que ya está muy claro que no tienen control sobre los militares y que -como, gracias a Dios, parecen no estar dispuestos a invertir en armas- es hora de que apaguen sus laboratorios de opinión y se sometan a los demócratas de Venezuela.
Más o menos de ese tenor sería la carta que yo hubiera querido leer firmada por los nombres más encomiados de nuestra sociedad, pero debo suponer que si no la escribieron es porque ni siquiera contemplan que son los financistas, y nadie más, quienes han impedido la unidad de la oposición. Y aquí estoy, preguntándome por qué.