Isabella, por Alejandro Oropeza G.
X: @oropezag
… «transparente glaciar de vuelos que no volaron».
Mallarmé: «Poésies».
Hace ya unos años, once para ser precisos, en abril de 2013, esperábamos los resultados de la elección presidencial en la que los principales contendientes fueron, Nicolás Maduro y Enrique Capriles. Había esperanza de lograr, por la vía electoral, la retoma del hilo democrático. En algún momento, avanzada ya la noche, en la pantalla del televisor apareció aquella nefasta escalera/baranda del Consejo Nacional Electoral, transitaba por ella la inefable Lucena, escoltada por los heraldos areniscos de la frustración.
Sí, escuchamos los resultados, nuevamente perdíamos, nuevamente el reinicio de una voluntad que no se ha quebrantado hasta el día de hoy, aquella frase de “tendencia irreversible” acudía a exigirnos que no podíamos dejarnos doblegar por la frustración, que nada, que hay que seguir, que la desilusión no funciona, que el trabajo está ahí, y la lucha a la espera.
Una niña escuchaba el anuncio que le arrebataba inmisericorde los sueños, Isabella tendría en ese momento unos catorce años; se vino en llanto, balbuceaba su esperanza rota, su futuro indefinido. Acudía su mirada incomprensible a las marañas de lo inútil para tratar de entender por qué debía de naufragar en su propia tierra, en el centro delimitado de sus pocos años.
Lloraba con la certeza de que más allá no había nada posible, que ahí se partía un después y le tocaba asumir realidades perdidas que le redefinirían la vida. Ella estaba muy consciente. Luego, al tiempo, vino la partida a lo remoto, como tantos, como tantas, como muchos. Graduada de bachiller y aceptada en una escuela de negocios en París, partió. Como pocos, como muy pocos, con la posibilidad de la tranquilidad inmediata en la lejanía. Allá, quizás muy cerca de algún lugar que recitaba nuevos encuentros, escribe un primer manifiesto en el cual asume y ratifica su condición irrenunciable de venezolana, declaración en la cual se encuentra con su universo más allá de cualquier mar y de cualquier cielo roto. Se definía atrevida y retadora, con una voluntad de ser lo que tenía que ser, lo que es probable comenzara aquella madrugada, ya lejana, en lo irreversible de una declaración que le fracturó la vida en dos.
En estos días de épicas bregadas a muchas manos, de defensa de voluntades y de certeza de fracasos en seguidilla, renació una esperanza para conquistar un tiempo que es necesario edificar. Entendimos que los liderazgos no siempre son para destruirnos como sociedad y para hacernos serviles a la necesidad satisfecha con migajas humillantes; comprendimos, con responsabilidad, que los liderazgos también pueden y tienen que ser honestos y perseguir un fin general sustentado en el bien común, sin ideologías de alcabala.
Advertimos que los conceptos de aquellos otros, los autócratas demagogos, son más para renegar del espejo que los refleja y buscar la descalificación de quienes cuestionan con certezas sus ineficiencias, corruptelas, vicios públicos y un largo camino de taras gubernamentales de todo tipo.
La patria, aquella que les resultó útil para fracturar y secuestrar el espacio público, se convirtió en pesadilla para la sociedad libre pensante, y en justificación de toda estrategia para seguir ahí, en el poder, como sea y en contra de quien sea, sin otro fin que el poder en sí mismo.
De nuevo, ya desde la lejanía de un destierro gris, he visto el rostro de muchos hermanos partirse en un llanto doloroso. Esta vez, de nuevo, se escurre por los vericuetos tiránicos de los pasillos y poltronas oficiales, el golpe furioso a la esperanza, vociferando muerte a los vientos negros de la destrucción y pidiendo baños de sangre ajena, amenazando con devorar el futuro cada vez más cerca del presente, para que sobreviva una nada de tiempo que sepulte las posibilidades de ser, más allá de la sombra absurda de una oligarquía corrupta y ciega.
Pero ¿son semejantes estos llantos a los de aquella Isabella? Afortunadamente no, no lo pueden ser. Hoy, aquellos que lloramos, no nos extraviamos en una marcha triste y solitaria con una bandera mojada, de regreso a un hogar que no nos pertenece en una ciudad cualquiera del mundo. Tampoco Isabella arrostró ese desconsuelo, ella luchó desde lejos. Hoy estamos desde acá, allá. Hoy sabemos, y lo sabemos muy bien, que le ganamos a la oscuridad y a la violencia. Hoy estamos conscientes de haber construido y forjado paso a paso una épica que nos redefine y nos alienta.
Épica que aquellos atrincherados en palacios recién pintados anhelan desesperadamente como soporte. Hoy somos una nación dentro y fuera de la Casa Grande, reasumimos la convicción irrenunciable de ser demócratas y que, como siempre, somos hijos de la libertad. Sabemos que tenemos y somos, a la vez, un liderazgo certero y responsable. Y que la mayoría apostamos por ese futuro que estamos seguros vamos a construir muy pronto, juntos, desde cualquier parte del mundo donde estemos. La Venezuela libre renació el domingo 28 de julio de 2024, y para siempre.
Isabella, es hoy una mujer, la niña que lloró por su futuro en riesgo, ha andado mundo y es una esperanza para sí misma y para su país. Su pasión, como lo dijo en su primer manifiesto, sigue siendo, y quizás lo sea hoy aún más, Venezuela. Esa risa abierta, espontánea y franca, la tengo conmigo acá en mis soledades recurrentes, mientras el tiempo pasa y pasa, y aguardo una puerta que me invite a regresar a algún lugar para reconstruir recuerdos rotos. No sé cuál fue la reacción de Isabella la pasada madrugada de domingo para lunes, quizás haya nuevamente llorado, como muchos. Pero, ya no es aquella niña temerosa; no, ella se hizo un futuro y regresó valiente a su referencia más profunda, su país; y ahí vive y ahí está, allá en nuestra Tierra de Gracia.
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Estos días, millones de Isabellas, Marías, Coromotos, Josés, Corinas y Edmundos, andamos regados por toda la tierra, reclamando nuestro triunfo legítimo y nuestra decisión de futuro y de verdad, sabemos que somos capaces de todo, por ser lo que podemos construir. También sabemos que somos ya otro país, otra geografía, la nueva geografía, esa, la que nos abre un futuro inmenso que nadie nos volverá a secuestrar.
lejandro Oropeza G. es Doctor Académico del Center for Democracy and Citizenship Studies – CEDES. Miami-USA. CEO del Observatorio de la Diáspora Venezolana – ODV. Madrid-España/Miami-USA.
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