J.M.Coetzee o el filo del cuchillo, por Celina Carquez
Esta no es una columna de crítica literaria al uso. Es la crítica de una lectora enamorada, fascinada o deslumbrada por autores conocidos y otros poco explorados; algunos inquietantes, y otros familiares pero no leídos. No está escrita para críticos literarios. Es, más bien, una guía entusiasta para invitar a la lectura a la gente común como usted y como yo.
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John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) escribe como el filo de un cuchillo. Ninguna palabra sobra. Es árido. Sus párrafos tienden a ser cortos y precisos. No faltan ni sobran adjetivos, quizá herencia de sus estudios en matemática durante su juventud, carrera terminada que luego abandonará por la de lengua inglesa y la escritura. Esas letras que duelen y cómo.
Este sudafricano, que reside en Australia, ganó en 2003 el Premio Nobel de Literatura. Pero ya antes había ganado el prestigioso Booker Price que concede el Reino Unido en 1983 con Vida y Época de Michael K, que lo catapultó a la fama. Luego se convirtió en el primer autor que ha ganado el Booker Price dos veces por su famoso libro Desgracia en 1999. Pero su obra es prolífica y está impregnada de sus primeros años en Ciudad del Cabo, del Afrikaans y el apartheid; aunque siempre escribirá en inglés. Todos sus críticos coinciden en que es el heredero del ruso Fiodor Dostoievski.
Sus historias son desgarradoras, tristes y, por momentos, hacen que cualquiera pierda la fe en la humanidad; acaso Coetzee la perdió hace rato.
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En Vida y época de Michael K escribe: “La muerte que has escogido está llena de sufrimiento, miseria, vergüenza, arrepentimiento, y todavía quedan muchos días para que la liberación llegue. Vas a morir y también va a morir tu historia, por los siglos de los siglos, a no ser que recobres el juicio y me escuches (…) Soy el único que ve en ti el alma singular que eres. Soy el único que se preocupa de ti. Soy el único que no te ve como un caso fácil en un campamento fácil, ni como un caso difícil en un campamento difícil sino que te veo como un alma humana imposible de clasificar”.
Es una Sudáfrica dividida por la guerra civil en la cual la población vive atemorizada. El protagonista, Michael K busca refugio junto con su madre, a quien luego perderá y deberá valerse por sí mismo. Pero Michael K no es una persona como cualquiera, es más lento, tiene poco roce con la gente y tendrá que esconderse –en un vano intento–, de la guerra que se libra.
En Desgracia, una de sus obras maestras también está atravesada por el postapartheid y sus estragos en la sociedad. Un profesor es acusado de acosar sexualmente una alumna; esa es la coartada para contar la historia de este profesor, justamente, caído en desgracia, que se va a vivir con su hija en una granja en el interior de Sudáfrica, donde verá cómo se vive en realidad ese nuevo postaparteheid. El texto está escrito de manera amarga y sobria: “Por lo que a Dios se refiere yo no soy creyente, de modo que tendré que traducir a mi propio lenguaje lo que usted llama Dios y los deseos que tenga Dios. Según mi propio lenguaje, estoy siendo castigado por lo que sucedió entre su hija y yo”.
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Pero Coetzee tiene un particular sentido del humor. Con la escritora Elisabeth Costello quien protagoniza un libro y la crítica literaria no duda en señalarla como el alter ego del escritor por los tópicos que trata: el realismo; la novela en África, las vidas de los animales; las humanidades en África, El Problema del mal y Eros. Cuando habla sobre la novela en África dice: “Por supuesto ustedes pueden replicar con razón que el pasado es igualmente una ficción. El pasado es historia, y ¿qué es la historia salvo un relato hecho de aire que nos contamos a nosotros mismos?”.
Otra de sus novelas que encantan es Foe, quizá la más breve de su vasta obra. Allí toma un texto clásico de Daniel Defoe, Robinson Crusoe, y lo reescribe y pasa a ser una historia epistolar. En aquella isla no solo naufragó Robinson, sino Susan Barton: “(…) El dolor que te acongoja no es el dolor de la pérdida sino el de la carencia. Lo que esperas recobrar en mi persona es algo que nunca has tenido”.
Y mi novela preferida, El Maestro de San Petersburgo, trata sobre un episodio en la vida de Fiodor Dostoievski: la muerte de su hijastro Pavel. El escritor, quien está exiliado, regresa a San Petersburgo para conocer los detalles alrededor de la muerte de su hijastro, y su amor por Anna Sergeyevna, un personaje ficcionado: “Ha traicionado a todos; tampoco entiende que esas traiciones podrían ir aún más allá. Si alguna vez quiso saber si la traición sabe más a vinagre o a hiel, ahora ha llegado el momento”.
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Ya antes había contado su biografía en Infancia y Juventud pero, la ‘autobiografía’ de Coetzee en su madurez es contada en un relato coral por tres amantes en diversos tiempos en Verano; contactadas por un crítico literario y le van contando su relación con él. Aquí Coetzee es lapidario consigo mismo y no escatima en críticas y adjetivos. Para muestra un botón: “Julia: Porque John Coetzee no era mi príncipe. Por fin llego a lo esencial. Si esa era la pregunta en el fondo de su mente cuando llegó a Wilmington (¿Va a ser esta otra de esas mujeres que confundió a John Coetzee con su príncipe secreto?) ahora tiene la respuesta. John no era mi príncipe. Y no solo eso: si me ha escuchado con atención, a estas alturas podrá ver lo improbable que era que pudiera haber sido un príncipe, un príncipe satisfactorio, para cualquier doncella del mundo”.
El universo de Coetzee está impregnado de dolor, humor negro, cinismo, pero a veces de una pizca de dulzura. Leerlo es fácil pues no escribe de manera enrevesada o con miles de vericuetos y juegos con el lenguaje; al contrario es una prosa limpia y sencilla. Es imperdible leerlo.
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