Jim en la selva, por Teodoro Petkoff
El juego del diálogo nació trancado. El gobierno, creando una supuesta «comisión para el diálogo» que más chimba no podía ser, al estar excluidas de ella las organizaciones de la oposición, y algunas de éstas, por boca de dirigentes importantes, declarando que con este gobierno no tenían nada que dialogar, ahorcaron la «cochina» antes de que fuera colocada la primera piedra. No sabemos si a las partes les interesa destrancarlo, pero al país sí le interesa y lo que se haga en ese sentido, por mucho que pueda ser tildado de ingenuo, vale la pena apoyarlo.
En estas condiciones, ¿para qué podría servir la presencia de Carter? Pues para ayudar a establecer alguna comunicación entre los contendores, antes de que se acentúe el crescendo que lleva a la violencia. Independientemente de que haya sido invitado por una de las partes (lo cual de por sí produce reservas en la otra), el peso de su figura, unida al pragmatismo típico de los gringos, podría tal vez contribuir a convencer al gobierno de que debe sentarse con la oposición tal cual ella es, y a ésta de que no debería rehuir esa invitación si ella se produjera.
Hasta ahora, en esta disputa por la opinión, el gobierno se muestra «flexible» pero la oposición luce reticente. Si alguien pensó que esto podría ocurrir, no se equivocó. Ya desde antes de que Carter aceptara venir, varios voceros de la oposición cuestionaron su presencia. Carter seguramente leyó ayer la «Carta Abierta» que le dirigiera la Coordinadora Democrática. Se le pide en esa carta que se quede en el país hasta el 11 de julio y sea «personalmente» garante de que la marcha programada para ese día no será atacada por el oficialismo. Con este gesto, se dice allí, Carter «se ganaría la confianza plena» de los firmantes de la misiva. En otras palabras, este ex presidente de Estados Unidos debe dar, pues, a la oposición una «prueba» de que es un tipo confiable, para que sus buenos oficios puedan ser aceptados. Es de suponer que los redactores del texto creen que se la comieron. Como debe creerlo Carlos Ortega cuando, ante la propuesta de Carter para crear una posible «comisión de notables», postuló tres nombres para ella: Fidel Castro, Saddam Hussein y Gaddafi. Una muestra notable de disposición a buscar salidas no traumáticas. Se dice también en esa carta que «para que haya diálogo debe haber una base mínima de confianza» y de seguidas se proponen cinco «condiciones básicas para la construcción de la confianza que haga posible el diálogo». Cuatro de ellas, sin embargo, forman parte sustantiva de la controversia. Para enfrentar materias como esas es que se supone necesario el diálogo. Plantearlas como «condiciones» previas es simplemente colocar la carreta delante de los bueyes. La «confianza mínima» sólo puede surgir, si acaso, una vez entablado el diálogo, no antes. Sólo una de ellas (la creación de una verdadera mesa de diálogo en lugar de esa comisión chimba que constituyó Chávez) es pertinente y es una condición sine qua non. Las demás lucen casi como pretextos para no sentarse a hablar. Esa oposición que pretende poner a prueba a Carter, en verdad se está poniendo a prueba a sí misma.