José Catire Agüero, el indoblegable, por Humberto Mendoza D’Paola
Conocí al Catire José Agüero en 1974, época en la cual yo era un joven dirigente estudiantil del liceo Lisandro Alvarado de Barquisimeto. Fue en un mitin frente a la entonces casa regional del MIR ubicada en la carrera 23. Eran momentos en que José había asumido, después de largas reticencias y discusiones, encabezar la reconstrucción del partido en Lara.
Es bueno recordar, como lo hace Pérez Marcano, que, luego de la derrota política y militar, así como las divisiones de la OR (luego Liga Socialista) y Bandera Roja, habían dejado un partido destruido, en desbandada. El Catire asumió, por fin, el reto que le pedía la Dirección Nacional encabezada entonces por Moisés Moleiro, Simón Sáez Mérida, Américo Martín y Héctor Pérez Marcano.
El mitin se organizó con la tenacidad que caracterizó siempre a José Agüero y sus leales amigos Napoleón Rodríguez, Daniel Colmenarez, el Catire Vargas y entre los más jóvenes, Isaías Izarra, quien luego sería nombrado Secretario Juvenil de la JS MIR. El orador principal del encuentro era el ronco Moleiro, quien para el momento era el Secretario General encargado.
Recuerdo a un Moisés barbudo y con un terrible antibetancourismo, que con su verbo encendido nos emocionó a todos los jóvenes que habíamos atendido al llamado del Toyota Agüero, como también se le conocía a José. Al finalizar el mitin me acerqué de la mano de Agüero a conocer a Moleiro y con ellos y otros compañeros nos fuimos por la vía que conduce a Duaca, a un campo a buscar a un viejo compañero, reacio a incorporarse a la lucha legal y la reconstrucción del viejo partido.
Este personaje resultó ser el famoso Gavilán, quien sin haber perdido costumbre de la clandestinidad, hasta que no estuvo seguro de que eran el Catire Agüero, Moisés y otros, no bajo de un árbol donde perfectamente pudo repeler una visita indeseada.
Fue doblemente interesante conocer, por una parte, a un legendario guerrillero y por la otra ver el respeto que éste sentía por El Catire y por el Ronco; respeto que era recíproco de mis acompañantes. La reunión se prolongó hasta bien entrado el amanecer, oyendo discutir a luchadores que habían entregado lo mejor de sus vida en la lucha contra Pérez Jiménez primero y, luego, erradamente, contra la naciente democracia.
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El Gavilán, a pesar de lo emocionado y agradecido por la visita, no aceptó, en ese momento, la invitación a reincorporase a la reconstrucción del MIR, pero le dejó la puerta abierta al Catire para seguir conversando.
Esa fue la gran misión de José Catire Agüero en la reconstrucción del MIR: utilizar su ejemplo, su autoridad moral y don de gran conversador para convencernos a muchos de incorporarnos (los nuevos) y traer de vuelta a los viejos, entre ellos a muchos adecos de base.
En esa madrugada Moisés y El Catire me convencieron que Junto a Izarra, mi labor sería la de fundar y dirigir la JS MIR en Lara –Macario estaba en Mérida y ya con Estanislao y Julio y el Nene Castillo tenían un sólido movimiento juvenil–. A partir de ese día, si mal no recuerdo que empezó el 9 de abril de 1974, me incorporé al MIR y mi jefe pasó a ser José Agüero, quien siempre sostuvo ser primo de mi abuela Juana, ambos cuareños, Agüero y de ojos claros los dos.
Fue una larga amistad que nunca se resquebrajó a pesar de las vicisitudes políticas que enfrentamos. Mientras viví en Lara, frecuentaba a José, quien siempre estaba trabajando y esperando que alguien apareciera con un carro para ir al Tocuyo, a Guárico, a Duaca, Carora, Urdaneta o a algún caserío donde él tenía que conversar con algún o algunos compañeros. Fue ésta una forma de conocer mejor mi Estado natal y al liderazgo del Catire, quien con gran paciencia y perseverancia, siempre obtuvo fruto de esos encuentros.
Así llegó a ser el MIR de Lara una fuerza política importante y el bastión junto con Mérida y luego Carabobo, de nuestro pequeño pero organizado partido. Cultivé también la amistad de Lola, su fiel y noble compañera; vi crecer a Thamara y nunca perdí contacto con ella. Hasta hace una semana que fui con Macario y José Luis Machado a visitarlos. Ese sábado nos reconoció, estuvo muy contento y en sus últimos esfuerzos levantó su brazo izquierdo para tomar nuestras manos, nos las apretó con fuerza y sonrió.
Así nos dijo adiós y hasta siempre. Para mí, su memoria de hombre justo, honesto, leal a sus principios y a sus amigos, será un activo inestimable que siempre conservaré, como mi corazón siempre será rojo y negro y siempre gritaré con Moisés: ¡Viva el MIR carajo! ¡Y viva El Catire Agüero!