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Juan XII el Fornicario, y Johann VIII la Papisa, por Carlos M. Montenegro



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Carlos M. Montenegro | abril 21, 2019

El siglo X ha sido llamado el saeculum obscurum (años oscuros) del pontificado. Una época en que la deshonra, la corrupción, la intriga y aun el asesinato se enseñoreaban en la morada de san Pedro. En el intervalo entre 882 y 946 apenas 64 años, se sucedieron en el solio pontifical nada menos que 21 papas (sin contar los antipapas), alguno con apenas dos semanas  de pontificado. La confusión llegó a tales extremos que de algunos pontífices sólo se conocen los nombres, y ni siquiera existe la seguridad de que fueran papas legítimos.

En efecto, desde la mitad del siglo IX hasta la mitad del X de nuestra era, en que la Iglesia Católica se instaló en Roma de una forma  más o menos oficial, se fueron estableciendo lo que podrían llamarse las reglas del juego de la Iglesia Universal o Católica. Hasta entonces, desde la muerte de Cristo se divulgaba el cristianismo por el orbe conocido, principalmente el ocupado por Roma, a través de la palabra de sus discípulos que se propagaron predicando la doctrina que el maestro les había dejado como tarea. La cabeza de aquél movimiento estaba asentada, de forma digamos extraoficial, en Pedro, cuando el nazareno  durante la última cena le dijo: “Pedro, tú serás la piedra sobre la que construiré mi Iglesia”, que rápidamente los discípulos  convirtieron en axioma en los Evangelios y que la Iglesia dio por bueno.

El caso es que Pedro se convirtió en el primer padre de la Iglesia Cristiana y nadie lo puso en duda, que se sepa. A sus sucesores se les ha denominado Papas, (padres) de la Iglesia. Las reglas del juego se fueron tejiendo hasta formar el entramado que sustenta la liturgia de lo que hoy conocemos como Santa  Madre Iglesia Apostólica Romana. Sus funcionarios han logrado mantener la institución unida, adaptándose a los tiempos, y bastante bien, por cierto, pues llevan 21 siglos en la brega, y aún siguen siendo la religión más exitosa de occidente.

Por supuesto que durante siglos han sorteado enormes dificultades desde los tiempos en que por el mero hecho de ser cristianos eran echados a los leones, pero las han superado y en nuestros días los Papas viajan en olor de multitudes despertando fervor espiritual ante audiencias nunca logradas ni por los más aclamados artistas del rock.

Entre las vicisitudes por las que la Iglesia ha tenido que transitar, hay episodios que se balancean entre la leyenda y la verdad histórica, sobre los que la curia del Vaticano a partir del siglo XIV, han sabido ir corriendo velos, en defensa de la unidad de sus fieles, poniendo en práctica, cual precoces predecesores de Orwell, el método  del Gran Hermano: “Quien controla el pasado controla el futuro, y quien controla el presente controla el pasado”. Una de tantas es el caso del Papa número 130 de la Iglesia, Octaviano de Túsculo (937-964), noveno y último Papa de aquel aciago saeculum obscurum de la curia vaticana, también conocido como “pornocracia”.

Fue impuesto Papa por el príncipe y senador romano Alarico II, su padre, como Juan XII  contaba menos de 18 años (de 955 a 964); con educación laica deficiente y casi nula religiosa, es considerado como uno de los peores Papas de la historia. A lo largo de su corta vida se ganó el apodo de “el fornicario” por su amoralidad, conducta disoluta y su desenfrenada lujuria. Desde su ascenso al solio papal se hizo rodear en la residencia pontificia de Letrán, de personas de vergonzosa calaña como prostitutas, eunucos y esclavos, dedicando sus días a  festejos y depravadas orgías.

Tan evidentes fueron sus actos que fue convocado a finales del año 963 para un sínodo ante cincuenta obispos italianos y alemanes y ser juzgado por sacrilegio, simonía, perjurio, asesinato, adulterio e incesto. Sin embargo, rehusó presentarse y excomulgó a todos los participantes en la reunión, por lo que fue depuesto como Papa. A pesar de ello logró recuperar brevemente su mandato papal, pero pocos meses después, el 14 de mayo de 964 fue hallado asesinado de un martillazo en la cabeza, propinado al parecer por un marido que descubrió a Juan XII yaciendo con su esposa.

Hubo otro acontecimiento aún más extraordinario. Desde que Pedro se inició como Papa, este puesto ha sido ejercido única y exclusivamente por varones. Sin embargo, en un momento dado ocurrió una situación singular, como fue el insólito asunto de la joven Johanna Gerbert.

Nacida en 822 cerca de Maguncia, Alemania, cuya madre de origen anglosajón había quedado embarazada de un monje cristiano. Y dados los tiempos, la mujer tuvo que emigrar lejos para evitar el escándalo. Unos años después Europa se vio infectada por la terrible peste que mató a millones de personas, y la joven Juana descubrió, que para poder subsistir, los monjes como predicadores tenían más oportunidades, así que tomando las ropas de un clérigo muerto se hizo pasar por monje, al parecer con buenos resultados.

El monje historiador Mariano Escoto cuenta en su Chronicon que Juana era de una erudición e inteligencia notables  y pronto se hizo popular con sus sermones; un monje inglés  de la abadía de Fulder se enamoró de Juana y la introdujo en la abadía de monje copista como Johannes Anglicus (Juan el Ingles), donde estudió con el filosofo y teólogo germano Rabanos Maurus, Primer Preceptor de Alemania; luego huyeron a Francia, donde el “clérigo Juan” debatió con los célebres doctores San Auscario, el fraile Beltrán y el abad Lobo de Ferriere.

Viajaron a Constantinopla  y Atenas, permaneciendo varios años, adquiriendo elocuencia junto a grandes conocimientos de filosofía universal siendo admirado en toda Grecia, que era la cuna del saber. Al morir repentinamente su amante, el “joven monje” marchó a Roma, sede de la Iglesia Cristiana y capital política del Imperio, donde enseñó artes liberales en la escuela de los griegos.

Nobles, cardenales, sacerdotes, diáconos y frailes hacían honor de su amistad y por medio de tales influencias fue medrando rápidamente; con su notable sabiduría, sus partidarios lograron elevarlo a la silla pontificia como Juan VIII, tras la muerte del Papa León IV,  de quien era secretario para asuntos internacionales; pasó más de dos años desempeñando una buena gestión, pero la carne le hizo trampa y quedó embarazada, al parecer del embajador Lamberto de Sajonia, ocultando su estado bajo los holgados ropajes de la época.

Pero durante una procesión desde la basílica de San Pedro a Letrán  le llegó el momento del parto, cayendo de la silla papal desfallecida en plena calle. Al ser asistida, se descubrió el secreto y la multitud de feligreses, enfurecidos por el engaño, la lapidaron allí mismo junto al recién nacido. Un papa  posterior fue llamado también Juan VIII con el fin de borrarla de la lista de padres de la Iglesia. Hay defensores de su existencia y quienes sostienen que es una pura leyenda, pero no hay documentos suficientemente serios que sustenten cualquiera  de las posiciones.

Según Martín de Opava en su Chronicon Pontificum Imperator, este papa no está incluido en la lista de los sagrados pontífices, por razón de su sexo femenino y lo irreverente de la cuestión, pero desde entonces se estableció el uso de las “sedia stercoraria”, aceptado por la Iglesia hasta el siglo XVI, donde cada nuevo Papa, tras el cónclave era  sentado en una silla especial con el fin de palpar oficialmente sus genitales para no repetir tamaño error. Una vez que el encargado llamado “il Palpati» decía en voz alta: “¡Habet duos testículos et bene pendentes!” (¡Tiene dos testículos y cuelgan bien!), una vez comprobado y enunciada la frase, los asistentes a la ceremonia respondían Deo Gratias (Gracias a Dios) y el asunto quedaba zanjado.

Como Juan VIII, se cree que llegó a coronar emperador al rey de Francia Luis II, El Tartamudo. En muchos templos  y ciudades se colocaron imágenes y retablos de la “Papisa Juana”* y hay profusión de escritos sobre el caso. La polémica no está resuelta y la historia de la Papisa Juana” mereció la atención durante siglos, despertando la imaginación literaria de genios como Shakespeare, Calderón de la Barca, y Lope de Vega entre otros, que utilizaron el tema de la mujer capaz de engañar a los más sagaces, vestida como hombre.

Liv Ullman interpretó “Papisa Johanna”, de Michael Anderson (1972) y en 2009 se rodó otra versión de producción alemana.

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