Jueces sin vergüenza, por Teodoro Petkoff
Sin entrar a analizar las razones personales que impulsaron al presidente Chávez a «exhortar» (que es su manera de «ordenar») medidas cautelares de libertad para varios presos políticos, lo cierto es que al menos se produjeron algunas liberaciones, condicionadas, pero liberaciones al fin. Desde luego que es imposible no celebrar estas decisiones, pero también es imposible no verlas como una demostración más del estado de postración, de subordinación al Ejecutivo, de degradación y envilecimiento del Poder Judicial venezolano.
Es evidente que el TSJ, como conjunto, monopolizado por el chavismo, es apenas una extensión de Miraflores. Basta con recordar el reciente y grotesco incidente de las medidas ordenadas por Luisa Estella Morales contra Capriles Radonski para tener la noción cabal de lo que significa un sistema judicial totalmente dominado por el puño de hierro del autócrata. Lo de la liberación de unos pocos presos políticos se inscribe en la misma línea. No se trató de la acción autónoma, de un poder independiente, que por razones que le son propias, salidas de su propio examen de los casos, dictó tal medida sino de una demostración más del repugnante servilismo del sistema judicial, Fiscalía incluida, ante Chávez. Liberaron a Peña Esclusa y a Forero porque Chávez se los ordenó, no por hacer justicia. Tan simple como eso.
Durante meses los familiares de ambos presos introdujeron recursos de toda clase ante las instancias judiciales, demostrando la precariedad de la salud de ambos y, con apoyo en las propias leyes, apenas si solicitando atención médica para ambos que no la libertad. Los tribunales permanecieron sordos pero no mudos. Siempre respondían negando las solicitudes y permitiéndose, además, consideraciones ofensivas sobre la verdadera condición de la salud de los detenidos. Hasta que Chávez les dio la orden y con velocidad digna de mejor causa se produjo el «milagro». Sin pena, sin pudor, sin vergüenza, sin autocrítica. Mañana dirán, como todos los Eichmann y los Alfredo Astiz de este mundo que ellos sólo «cumplían órdenes». Y lo más desgraciado del asunto es que, en nuestro caso, esa excusa sería verdadera. Es verdad que sólo cumplían órdenes. Por la cabeza no les pasaba siquiera la idea de cualquier acción alternativa que difiriera aunque fuera en una coma de lo que el Gran Jefe les mandaba a hacer. No son militantes de una causa sino zombies. Hacen lo que les ordenan.
Cuando una jueza condena a Oswaldo Álvarez Paz a la pena absurda, y seguramente inédita en la historia judicial universal, de dos años de prisión con el país por cárcel, tenía muy presente la imagen de la jueza María de Lourdes Afiuni, quien tuvo la osadía de dictar justicia conforme a Derecho y ahora la presa es ella. La jueza de Oswaldo decidió viéndose en ese espejo.
La doctora Morales tiene derecho a una opinión política (si es que se puede considerar como tal lo que bulle en su cabeza), pero para ejercer su cometido sólo se puede guiar por la Constitución, las leyes y los códigos, no por sus convicciones políticas y mucho menos por las de un amo al cual sirve. En este caso se degrada ella y con ella a la institución de la cual es presidenta.