La abuela parió morochos, por Teodoro Petkoff

Encima de todos los problemas que el Gobierno confronta en el frente político, parece que nadie en aquel se está dando cuenta de lo que se le puede venir encima el año próximo en el frente económico-fiscal.
En el proyecto de presupuesto 2002 se estima un precio promedio de 18,50 dólares/barril y una exportación de 2,877 millones de barriles diarios. Esto significaría exportaciones por 19.400 millones de dólares, lo cual sería una buena noticia. La mala es que esas cifras son de un optimismo delirante. Por un lado, el precio de la cesta venezolana difícilmente podrá ser de 18,50. El ciclo petrolero conspira contra esa posibilidad y, además, la decisión de la OPEP de reducir en millón y medio de barriles su producción diaria esta condicionada a que los productores NO OPEP hagan lo propio en 500 mil barriles. Rusia, el principal productor NO OPEP, ofreció una reducción simbólica de 30 mil barriles. Sus planes son los de expandir su producción entre 300 y 500 mil barriles diarios el año próximo. Esa no sería propiamente una contribución al alza de los precios, sin duda. Con buena suerte, más realista es esperar un precio promedio para nuestra cesta alrededor de los 16 dólares.
El volumen de exportación también es irreal. La actual cuota de exportación de Venezuela es de 2,670 millones de barriles diarios. De modo que aun si no se materializara el recorte «stand by», esta cuota está por debajo de lo que se estima en el presupuesto. Con un precio «optimista» de 16 dólares/barril y una exportación de 2,5 millones de barriles/día, el ingreso petrolero será de unos 14.600 millones de dólares para el año 2002. Es decir, casi 5 mil millones menos que lo estimado en el presupuesto.
Por otra parte, los ingresos no-petroleros también están sobreestimados porque están basados en un crecimiento económico de 4,1%. Con la economía nacional ya en franca desaceleración y con una perspectiva petrolera tan poco brillante, ese estimado parece más bien un buen deseo que el resultado de correr un modelo econométrico. Todo esto quiere decir que el «programa» económico del 2002 podría ser inviable. Las necesidades de financiamiento del déficit llegan a los 11 mil millones de dólares. Aun utilizando los recursos del Fondo de Estabilización Macroeconómica (FIEM), el panorama luce muy complejo. Pero lo más grave de todo y a lo que debería dedicar su atención el Presidente, en lugar de andar en disquisiciones politológicas sobre los discursos de Adina, es a la elaboración de un programa alterno para enfrentar lo que bien podría ser un brutal choque petrolero. Porque no existe ese crucial programa ni en términos conceptuales ni como ejercicio operativo. Gravísimo. Todo esto sin contar los efectos de lo que podríamos llamar el choque «interno». Los efectos sobre la actividad económica de las leyes-chuzo, que el Gobierno le clavó al país sin aviso ni protesto. A estas alturas lo que provoca es apagar la bola de cristal y encomendarse a Dios.