La amenaza del autoritarismo pasajero, por Sebastián Godínez Rivera
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En los últimos años se han publicado libros como El ocaso de la democracia, de Anne Applebaum; Cómo mueren las democracias, de Ziblatt y Levitsky; Yo, el pueblo, de Urbinati, o Vida y muerte de la democracia, de Keane. Sin duda, el subcontinente y el mundo viven un momento de erosión democrática, y mucho se ha escrito sobre estos regímenes y sus líderes populistas. Pero, a diferencia del siglo pasado, estos líderes ya no llegan al poder por las armas, sino a través de elecciones y desde ahí comienzan a moldear la institucionalidad y debilitar la estructura del Estado.
El ascenso de los nuevos autoritarismos por la vía electoral implica que amplios sectores de la sociedad se sienten atraídos por sus posturas, discursos o, incluso, se identifican con estos personajes. La pregunta entonces es: ¿por qué después de 25 años de democracia, muchas sociedades latinoamericanas han optado por candidaturas antidemocráticas?
Las personas que simpatizan con un proyecto lo hacen porque se sienten parte de él e incluso el populista les hace sentir que él mismo proviene de ese pueblo lastimado. Por lo tanto, hay un sentimiento de empatía entre ambos. La seducción de cierta parte de la población ante una retórica que promete acabar con sus problemas y hacerlos partícipes de las decisiones tiene un efecto atractivo, a diferencia de la contraposición de propuestas característico de la democracia.
La nostalgia y el autoritarismo
En las sociedades modernas se están presentando crisis institucionales y sociales, que son el caldo de cultivo perfecto para que amplios sectores de la población se sientan atraídos por los liderazgos populistas. La especialista Anne Applebaum afirma que esta atracción surge porque grandes sectores de la población anhelan el pasado de sus naciones o por un resentimiento contra la clase política que no logra combatir sus problemas de seguridad, pobreza y desigualdad. Por lo tanto, estos sectores son más propensos a votar por propuestas populistas.
Pero el populismo no actúa por sí solo, sino que utiliza un arma poderosa: la desinformación. Ejemplo de esto hay muchos, pero uno de los más recientes fue la toma del Capitolio de Estados Unidos, producto del fanatismo hacia Donald Trump.
A ello hay que sumar la retórica sobre el fraude electoral, que fue difundido por diferentes canales de comunicación, y que se materializó en imágenes violentas nunca antes vistas en ese país.
El resultado es una población con vastos sectores atraídos por perfiles populistas y autoritarios novedosos para la ciencia política. No obstante, este fenómeno existe desde la democracia romana, el populismo tiene varias expresiones y ejemplos en la historia, desde el nazismo y el fascismo en Europa hasta el primer peronismo en Argentina, el nacionalismo revolucionario en México o el varguismo en Brasil. La similitud es que todos se sostenían en un líder carismático y en un discurso antisistema.
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El populismo en América
En estos últimos años hay dos países que han brindado imágenes al mundo de lo que el populismo y el fanatismo pueden causar. Uno es la ya mencionada toma del Capitolio de Estados Unidos en 2021. El segundo caso fue la toma de los edificios de los tres poderes de Brasil por parte de los seguidores de Jair Bolsonaro. El hecho ocurrió a cinco días de que Luiz Inácio da Silva asumiera como presidente.
La experiencia de Brasil tiene raíces en la posición del expresidente Bolsonaro que, si bien no llamó a una insurrección, la alentó con su silencio tras la derrota en la segunda vuelta del 30 de octubre de 2022. Sus seguidores pedían la entrada de las Fuerzas Armadas para evitar lo que llaman el socialismo del siglo XXI y por medio del argumento de que hubo un fraude durante la jornada electoral. Estos actos se extendieron a través de la toma de carreteras y marchas por parte de los fanáticos que se sentían en la obligación de defender a su líder.
Por momentos, la política y las instituciones se desgastan y erosionan, y esto es parte de las transiciones que viven los países. Y ante el descrédito de los partidos, candidatos y gobiernos, los candidatos outsiders surgen como un rayo de esperanza para dilatados sectores de la población que se siente comprendida.
Sin embargo, cuando estos líderes alcanzan el poder muestran un perfil religioso que se basa en la confianza ciega hacia su persona para así justificar la concentración de poder, el debilitamiento de la ley y la erosión democrática.
Por suerte, la política no responde a patrones establecidos, sino a los inputs y outputs de los contextos nacionales y los fenómenos que se presentan. Por eso, si bien el populismo puede debilitar la institucionalidad de la democracia, no prevalecerá sobre esta.
Sebastián Godínez Rivera es politólogo, por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Estudiante de Periodismo en la Escuela de Periodismo Carlos Septién. Analista en el think tank Laboratorio Electoral.
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