La ansiada media vuelta, por Gregorio Salazar
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El ministro de la defensa puede otear con sus prismáticos las calenturientas aguas del litoral central como si esperara al pirata Morgan y no a un considerable número de buques de guerra de la primera potencial militar del mundo. Puede. Los jefes revolucionarios pueden mantener a una parte de sus disminuidas huestes en agitación constante, saltando de tarima en tarima, de Petare a la San Martín o en cualquier plaza Bolívar del interior del país. Pueden. El presidente de la seccional legislativa del PSUV puede arremeter contra la primera ministra de Trinidad o Tobago e insultarla de la peor manera, y lo mismo contra cualquiera de los gobiernos de los países que se han alineado con la amenaza imperial. Puede. Desde lo más alto de la cúpula del (des) gobierno pueden hacerse alardes guapetones por los miles de misiles que, según afirma, les ha puesto a su disposición el jefe del gobierno ruso. Puede. La parafernalia mediática del sector público puede desorbitarse repitiendo goebelianamente que un avance militar contra Venezuela generará una reacción colectiva de América Latina y que el continente todo se sumirá en una confrontación bélica con los Estados Unidos. Puede.
Todo eso y mucho más, hasta donde dé la angustiada narrativa. Nada de eso es lo suficientemente disuasivo ni determinante para resolver favorablemente el conflicto. En su fuero interno el régimen venezolano sabe que su apuesta debe mantenerse en la esperanza de una negociación que diversifique las opciones de desenlaces –lo menos costosos y traumáticos– a la presión política y el cerco militar a que lo mantiene sometido la administración Trump desde julio pasado. Lo óptimo: nada de transiciones ni desalojos.
La ventana negociadora parece permanecer cerrada, pero la opción jamás será desechada. Saben que en lo temporal el margen de maniobra de su terrible oponente no es ilimitado y que estando a un año exacto de la crucial medición electoral legislativa, clave para el desempeño en la segunda parte de su mandato, debe calibrar muy bien sus pasos en el Caribe. Cualquier error de cálculo puede resultar infinitamente costoso.
Mucho más en esta atmósfera en la que se bambolea convulso el mundo desde los primeros días del 2025, todavía en medio de una guerra comercial iniciada por los propios EEUU; el interminable genocidio en Gaza; la guerra de casi cuatro años en el invadido territorio ucraniano; las cada vez menos desembozadas amenazas guerreristas de Putin a Europa, a lo cual se suma ahora un clima de guerra fría con vuelta a las nuevas pruebas de armas nucleares, como anunciaron esta semana Trump y Putin.
Abriga, sin duda, el régimen venezolano las esperanzas de que en este planeta de creciente inestabilidad aparezca el ansiado «cisne negro», un evento inesperado e impredecible, que un buen día de estos obligue a Trump a revaluar las necesidades y objetivos estratégicos y tenga que emprender, primero gradualmente y luego en forma definitiva, el regreso en U, la media vuelta de su flota imperial. Una victoria por cansancio sobre el imperio y, como contracara, el catastrófico hundimiento de la oposición venezolana liderada por María Corina Machado.
Sería una victoria de portentosas dimensiones históricas, superior a la de Playa Girón. Aquella fue la de Castro contra una expedición de exiliados cubanos entrenados y armados por los EEUU. La victoria de Maduro seria sobre el mismísimo poderío militar del imperio. Nada menos. Crecería su apoyo popular y hasta la indulgencia internacional ¿Posibilidades? Una entre cinco, dicen los expertos. Apenas un 1% le dan los más frenéticos.
Sesenta y una víctimas fatales en 15 ataques a presuntas narcolanchas. Sesenta organizaciones no gubernamentales (ONG) exigiéndole al congreso que intervenga para detener la campaña militar en el Caribe, cuyo costo se estima en unos diez millones de dólares diarios. Critican México y Brasil y Petro, delirante, descarga su cohetería discursiva. Todo pesa y la carga se acrecienta con el correr de los días.
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Y frente a ese teatro de operaciones, los venezolanos viven un clima de tensión e incertidumbre, mientras que el dólar convertido en misil y la inflación que invade los hogares hacen caer todavía más sus paupérrimas condiciones de vida. Y la represión que no cesa. Así estamos a apenas 61 días de la llegada del 2026.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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