La araña, por Aglaya Kinzbruner

Twitter: @kinzbruner
A veces, como Esopo, tenemos que recurrir a la figura de los animales para contar las cosas como son. La protagonista de este cuento es una araña. Esta araña era muy eficiente y trabajadora. En un concurso de personas influyentes al cual se presentó le pidieron se identificara para inscribirse. Enseguida – dijo – filo: artrópoda, clase: arachnida, orden: araneae. Muy bien – le dijeron – está aceptada, quedó con el número 150. Se quejó ampliamente diciendo que no merecía quedar de última. No –le dijeron– después de usted ¡vienen todavía los presidentes sudamericanos! Con dos o tres excepciones ¡últimamente están bastante devaluados!
Pero cuéntenme –se quejó la araña– quiero ejemplos, ¡no puedo quedarme con eso! Pues mire –le contestó un miembro de la mesa de admisión– hay uno que se fue a Alemania a decirles que era una lástima que habían tumbado el muro de Berlín. –Ah, caramba,– dijo entonces sorprendido el propio jefe de admisión. ¿Y será que no sabe que fue un periodista italiano, Riccardo Ehrman (corresponsal de ANSA) quien lo tumbó? –¿Cómo así?– Preguntó otro de los miembros. Pues en una conferencia de prensa que dio un periodista alemán que pertenecía al partido comunista de Alemania Oriental, un tal Günter Schabowski, sobre las nuevas normas para poder finalmente viajar, Ehrman interrumpió la conferencia de prensa e hizo una pregunta demoledora: –¿A partir de cuándo?–
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Parece que Schabowski, confundido, se puso a buscar algo entre los papeles que tenía delante, no encontró nada y, como buen alemán, sabiendo que tenía que contestar algo dijo, –en cualquier momento, ya, a partir de ahora–. La teleaudiencia berlinesa como un solo hombre, corrió a buscar picos y palas, martillos, lo que encontrasen y su reacción no se hizo esperar. En unas horas del muro quedaban en pie solo partes. Estaba hecho añicos, kaputt.
Hubo personas que se llevaron para su casa algunas piedras de recuerdo (muy malos recuerdos), los guardias del muro mataron a más de 146 personas que trataron de escapar de Berlín Este a Berlín Oeste. Otros se metieron en su carro y corrieron a Berlín Oeste para abrazar a familiares y amigos. Y Ehrman, habiendo acumulado muy buen karma con su actuación, se fue a vivir y trabajar tranquilo a Madrid y ¡vivió hasta los 92 años!
La araña suspiró aliviada. –¿Hubo más errores?– Preguntó. El miembro de la mesa de admisión le contestó. –Sí y peor todavía.– Quiero saberlo todo –dijo pacientemente.– Pues, le digo– contestó el oficial parlanchín. Este mismo señor está recogiendo fondos para mantener a un grupo de delincuentes para que no sigan robando y secuestrando con la filosofía que una vez tengan dinero no van a continuar con sus fechorías. Ahora se cansan de invadir haciendas y fincas en una hermana república, roban ganado y piden vacunas. Pero los duendes de la selva han hablado. Lo de los niños fue un aviso. A la tercera metidura de pata se activarán.
Ya la araña había comenzado a lanzar telarañas por doquier y había cazado unos cuantos mosquitos. –Y este señor ¿no tiene amigos? Por lo del ejemplo, digo. –Pues sí,– le contestaron al unísono. –El presidente de la hermana república tiene que celebrar elecciones, pero no quiere porque las va a perder. Entonces, ayuda a preparar elecciones y luego echa todo para atrás y así juega y juega y la gente está muy brava. Las elecciones son muy importantes. ¿No decía Churchill que la democracia es el menos malo de los gobiernos?
Y eso no es nada. En un país cercano muy grande otro presidente le lava la cara a los dos. Dice que todo está bien, que se trata de una narrativa que ni Corín Tellado y él no sabe cuánto se ha perjudicado con eso. Ha sido propuesto ya para el Nobel de la Mentira.
¿Saben una cosa? –Dijo la araña,– el número que me den está bien. ¿Qué hago yo, una araña de bien, en este rifiraffe de inútiles?
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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