La arquitectura en la tinta y voz de Oscar Tenreiro, por Faitha Nahmens Larrazábal

*Todo llega al mar, una exposición y dos libros que cuentan intimidades de la ciudad milhoja
El afán de ser en y de Caracas es contumaz, tan desdentada como va, guapea; tan talada y amurallada —miden sus muros más que la muralla china—, no deja de parapetarse coquetona. No, no tiene apenas buen lejos. La ciudad terquea en la fisura con su verde vocacional, ese que es vertical en el Ávila y horizontal en parques, calzadas, bordes de autopistas y donde sea posible: florecemos —¡arriba Cadenas!— en el abismo.
Un estudio de mercado habría dado como resultado que la gente la ve como una cuarentona de clase media, divorciada, y con dos hijos, eso podría interpretarse como intensidad y rímel chorreado o más bien como un abran paso, mujer saliendo adelante. Así va la ciudad: arremangándose, emergiendo de la entraña, buscando como el topo, bajo tierra y sin ver, una salida a la luz que intuye. Pese a los paisajicidios, hace contrapeso con la creatividad comprometida. El arte se asume hilo memorioso y del tiempo y desafía —inconforme esencial— lo disruptivo. Forma de consciencia esa de no dar su trazo a torcer, hace de las suyas, estremeciendo con un vigor que late, que se siente. Caracas con vida, convida.
Sala de todos, la ciudad, concepto victorioso y cada vez más generalizado en el planeta, complejidad donde se organizan los sueños y afanes, es el escenario donde tiene lugar la vida; el territorio dilecto de la democracia que persiste, no se deja. Aunque Las Mercedes parece gritar lo contrario, La Pastora tiene un historial de victorias, La Palomera preserva las tradiciones y se cohesiona como imán de la convivencia, igual que Los Erasos, modelo de conciliación, mientras Campo Alegre sigue pizpireta pese al rimero de bellezas arquitectónica derribadas. Petare es tenacidad orgullosa por ser la tierra del golfiao y El Hatillo hace el intento de dar la cara o más bien mantener la fachada.
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Zonas que subrayan la heterodoxia escenográfica que nos narra, el conjunto, por ahora archipiélago de islas a su aire, cuenta de las capas de la milhojas que somos. Que Caracas es varias a la vez. Mixtura a la vista que es espejo de las delicias del mestizaje —la modernidad convive con la arquitectura con regusto vasco o colonial y, desde nuestra vocación parlanchina, parece que el zinc aboga con la teja a favor del diálogo necesario—, la ciudad cebolla se hace notoria hasta en la fachada de sus edificios: cada balcón exhibe su tipo de reja, reja atemorizada y ocultadora que nos separa cada vez más de la imagen eterna de la bicicleta, del hombre en camiseta y de las serenatas a Julieta.
En cualquier caso, hay diseño aunque parece quimera innecesaria, ejercicio incomprendido y desdeñado, ceñuda interrogante. La excepción son las torres presurizadas, herméticas y desabridas de Las Mercedes; parecen cajas de hielo colocadas directamente sobre los escombros de la arquitectura amable desde el trazo virtual de la compu.
Pero ha habido planificación urbana y sin duda trazo innovador y experto, ese que ubica a un edificio justo donde el sol puede bañarlo tangencialmente y con las ventanas en el punto exacto para recibir la brisa del Este. ¿Es eso la arquitectura? ¿La convivencia de la forma y su aparente interés de disponer balcones frente a las plazas, que una ordenanza vele porque los edificios no atiborren la visión de El Ávila desde la perspectiva de cada ventana de Chacao? ¿Para qué valorarla si se nos antoja efímera? Sobre estos temas, espacio y ciudadanía, la cultura y Caracas, la palabra que conecta y el libro, sobre las hojas entintadas y las verdes que necesitan defensa giró Jardín Ciudad Palabra en los salones, pasillos y auditorios del Instituto Tobías Lasser del Jardín Botánico: un evento tejedor y amoroso concebido por Albe Pérez y Xariell Sarabia, promotores culturales y amantes de Caracas que cerró con el gusto exacerbado por el reencuentro. Con las palabras de los tantos charlistas que dieron fe de la constancia de muchos caraqueños. Con aplausos cerrados a los autores de esta iniciativa que nos emparentó con el exitoso y en veremos Festival de la Lectura.
Escritores, artistas, arquitectos y urbanistas llenaron de buen verbo —los verbos amar, resistir, valorar, reconocer, hilar, vencer— los espacios abiertos construidos junto al Jardín Botánico, entre los cuatro espacios vegetales diseñados más valiosos del planeta. José Balza, Oscar Marcano, Federico Vegas, Rafael Arraiz, Enrique Larrañaga, Cheo Carvajal son algunas de las voces que convocaron a favor. También Oscar Tenreiro, profesor, sesudo e inquisitivo intelectual y cuya obra, convertida en muestra fotográfica e investigativa, constituye —ahora mismo en la planta baja de la Facultad de Arquitectura de la Central—, la exposición Todo llega al mar, nombre que también titula sus libros más recientes, par de vademécums o biblias imprescindibles.
Cual tour de rockstar, con la agenda de charlas caraqueñas convenidas cada miércoles a las 3, el profesor Oscar Tenreiro ha nutrido almas en su Facultad —o es su facultad— y en cada presentación de los tomos de Todo llega al mar —el volumen que contiene su pensamiento y artículos publicados en la prensa y el que incluye la vida íntima de sus diseños y obras—, ha revelado secretos de la ciudad. Con sus libros y su pasión, quien ha sido colaborador de Tal Cual también tuvo su sesión de revelaciones en esa galería de la belleza llamada Collectania, que devotamente ejerció el mecenazgo para la publicación de sus libros más recientes.
Peregrinación la suya con sus obras, de la convocatoria en el Jardín Botánico, va ahora, este 6 de julio a las 10 de la mañana, a la UCAB, donde sigue tejiendo memoria y sigue deslizando, a bocajarro, sesudas verdades. El profesor no deja de responder a la pregunta de por qué esa frase tan concluyente, la de que todo llega al mar: se la pasó Le Corbusier cuando le obsequió un dibujo con esa oración a la revista estudiantil en la que Tenreiro estaba involucrado cuando era estudiante en la Central, y ya estaba en andanzas editoriales.
De aires quijotescos y vocación inequívoca por el oficio de armar espacios vitales donde habiten los sueños, suerte de filósofo romántico que quiebra lanzas por el país, la libertad y la república, seduce el charlista con sus disquisiciones y su hablar sin ambages. Cabeza caliente que está por cumplir los 84, hombre culto y de sabidurías, voz con enjundia y autoritas, y ya sabemos que no hay nada más sexi que una neurona, quien recibirá este 11 de julio el grado de Doctor Honoris Causa en su alma mater habló en el Jardín Botánico rodeado de verde en la Caracas que aún es respiro para celebrar la ciudad amada, la ciudad que intenta el lazo y el abrazo de la convivencia posible y también la palabra precisa que hace puentes, y ya sabemos que los puentes aproximan lo distante y salvan las nostalgias.
Caracas, ciudad que contiene 450 especies de aves y los tantos que han emprendido vuelo, ciudad de tramas tejidas con techos rojos, tejas coloniales, modernidad inducida con el boom petrolero, inexactitud de viviendas en la planificación que no deja de hacerse y deshacerse, parece llevar en su entraña la condición de estar siempre en proceso. Nada está listo nunca: nada es eterno —y el oprobio menos—, pero ¿no es eso vivir? ¿moverse, mutar? No de manera febril: los cambios, para que sean avance, deben digerirse. Y en eso están Tenreiro y los tantos y tan buenos colegas suyos, los arquitectos venezolanos de nombres con sonoro eco, y los que llegaron para quedarse y dejar huella con andamiajes en obras y en conceptos (Villanueva, Sanabria, Chataing, Negrón, Guevara, Almandoz Marte, Vicente, Micucci, Larrañaga, Marín, Bacci, Henríquez, Peña, Vivas, Galia, Rivera, Marín, Vegas, Silva, Gego, Lasala, Álamo Bartolomé, Haiek, González Casas, González Viso, Romero Gutiérrez, Delmont, Rigamonti, Niño Araque, Palacios, Wallis, Antonorsi, Vertullo, Alcock, Gasparini, Gabaldón, Mujica Millán, Sttodard, Navas, Malaussena, Contreras, Gómez, Gómez de Llerena, Santana, Delgado Arteaga, Bolívar, Cardona, Novoa, Dembo, Vidal, Polito, Ponti, Tarhan, Maragall, Olmsted, Hatch…) intentando ser expresión de ciudadanía y de interacción, la que urde la arquitectura y la lectura y la cultura toda, la mejor arma o mejor dicho la mejor herramienta para reconstruirnos. Y al decir reconstrucción decimos arquitectura. Feliz día a los colegas de Dios —el arquitecto del universo—, este 4 de julio.