La atracción por el precipicio, por Simón García
Twitter: @garciasim
Según una leyenda popular, el origen del nombre de la nomeolvides surgió de un enamorado que, buscando la flor que tanto le gustó a su amada, a pesar de sus precauciones, apenas pudo gritarle esa frase mientras caía de un acantilado. En diferentes cosmogonías reaparece la imagen del vacío donde hay «algo» que limita el caos y lo ordena. Persiste una peligrosa atracción por el vacío, cuyo riesgo lo indica Nietzsche, en una advertencia que ya es lugar común, sobre las consecuencias de mirarlo.
La élite política, que en 20 años se convirtió en tradicional, se asoma de nuevo al vértigo de la nada. Sus partidos, necesarios para la democracia, están perdiendo esa condición y derivando en aparatos que aíslan la búsqueda del poder de sus fines y contenidos sociales, y sobre todo, aferrados a la pretensión de obtenerlo y ejercerlo excluyendo a otros. El pretexto para la discriminación se exagera o se fabrica.
Todas las encuestas revelan que los partidos que, por pereza, seguimos llamando grandes, tienen porcentajes mínimos de identificación que los acercan a todos en las bajas columnas sobre sus seguidores. El sentido común le pide al sentido político que invente de nuevo la unidad, quizá no tan perfecta como la manito del 2015.
Esa petición no se oye cuando se descalifican a quienes hicieron antes lo que Capriles inició este año, con algunos logros y que el G4 intenta ampliar, negociando con Maduro en México y decidiendo participar en unas elecciones con un CNE designado por la Asamblea Nacional, cuya legitimidad no habían querido reconocer.
La realidad le cambió la estrategia a la oposición Se están superando dos escollos. Uno de concepción y otro operacional. El primero es aceptar que la democracia nace de la gente, de la acción de los partidos, de la separación y de la alternancia del poder, de la rotación de las élites y del derecho al voto. La autocracia limita la democracia e intenta negarla para asegurarse su perpetuación sin rendición de cuentas ni control social.
El segundo, fuertemente vinculado al anterior, es que no hay que esperar el cese de la autocracia para realizar y defender la democracia en todos los terrenos, incluido el electoral. La democracia no brota solo por desearla.
Dos verdades que hay que asimilar urgentemente ante el cuadro de recrudecimiento de las crisis que se le vienen encima a la gente por el desastroso manejo gubernamental de la economía y de las instituciones.
Por eso, es profundamente erróneo volver a propiciar la renuncia al derecho sustancial y definitorio de cada ciudadano que es el voto. Y más inconveniente aún convertir el propósito de cambio de poderes locales entre ciudadanos en una pugna suicida entre partidos para demostrar quien controla hegemónicamente a la oposición.
Si los de arriba están empeñados en imponer la división, hay que comenzar a crear medios para levantarla desde abajo.
No se puede combatir al régimen desde un discurso hipócrita sobre la unidad superior, mientras en la práctica se favorecen ganancias del PSUV.
Es hora de huir del precipicio. Crear consensos para votar por los mejores y ganar.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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