La banalización del bien, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Comienzan a sobreabundar los voceros y opinadores «buenagente» a cargo de proclamar a los cuatro vientos lo bonito y chévere del país a través de repetidos «reels» y videos, cuidando con meticulosidad de cirujano jamás pasarse de esa «raya» que marca el límite entre la estolidez intelectual y la corrección política. Hay así, por ejemplo, quienes se ocupan de elevar reiteradas alabanzas a la belleza arquitectónica de la Ciudad Universitaria o a lo impecable de su recién podado césped, pero sin nunca indagar acerca de las innumerables penurias de estudiantes y profesores para poder avanzar con todo en contra.
Últimamente, el «neobuenismo» nacional se ha extendido hacia la densa crisis hospitalaria que por más de una década hemos denunciado y documentado. Fue en razón de la tragedia ocurrida en el servicio de Hematología del Hospital de Niños JM de los Ríos, en Caracas: 22 pequeños pacientes diagnosticados con leucemia aguda murieron tras la administración de metotrexato – medicamento de uso frecuente en la quimioterapia de esta afección– por la llamada vía intratecal, es decir, directamente al espacio que rodea al sistema nervioso central y al cerebro.
Para el infortunio de estos inocentes venezolanitos, la preparación contentiva del mencionado medicamento, elaborada en algún mugriento laboratorio de Mumbai, venía contaminada por dos temibles bacterias: Klebsiella pneumoniae y Pseudomona aeruginosa.
Los colegas a cargo hicieron lo único que procedía: cerrar el servicio por razones técnicas y poner sus respectivos cargos a la orden. Cualquier otra decisión habría sido contraria a la deontología médica venezolana, que en el parágrafo único del artículo 93 de su código establece que:
«También se hallan los médicos obligados a denunciar ante las autoridades competentes las condiciones de insalubridad o de inseguridad que observen en los ambientes de trabajo, así como aquellas que noten en lugares públicos o privados que constituyan riesgos para la salud o la vida de quienes a ellos concurran».
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La Academia Nacional de Medicina y sociedades científicas históricas como las de Pediatría y Puericultura, Hematología, Anestesiología y Salud Pública, no tardaron en pronunciarse mediante un comunicado en el que se señala que:
‹‹…solicitan información sobre el resultado del análisis que el Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel debió haber realizado al metotrexato de 500 mg del lote utilizado el 01/08/2023. La respuesta a esta solicitud fue que «el resultado de esos estudios estaba listo y que todos los medicamentos habían pasado los controles de calidad”, sin que se les mostrara documento alguno que respaldara tal afirmación»››
Conozco bien a los hematólogos pediátricos venezolanos, una selecta y muy reducida comunidad profesional caracterizada por su excelencia y por un sentido de la abnegación médica que se llega a parecerse a la paternidad. No debió ser una decisión fácil para ellos tener que clausurar un servicio de Hematología Infantil histórico que lleva como epónimo el nombre de ese apóstol de los niños leucémicos que fuera el profesor Walles Camarillo.
El pasado 18 de septiembre, tras una medida de amparo judicial solicitada por alguno de los tantos «buenistas» que abunda en estos tiempos, se ordenó su reapertura sin que hasta el sol de hoy sepamos nada del menjurje indio ni de los responsables de adquirirlo y distribuirlo en Venezuela.
«Todo se arregló, todo lo han puesto bonito. Al hospital lo pintaron y hasta el fluxómetro de la vieja poceta de tu servicio te lo cambiaron, ¿qué más quieres?». «Lo que pasa» – me dicen- «es que tú todo lo politizas y los venezolanos ya estamos hartos de tanta política». Con palabras parecidas se me despacha cada vez que señalo el tartufismo de quienes, a falta de argumentos, echan mano a asombrosas cualidades mediáticas para tratar de convencernos que todos nosotros no somos sino una caterva de malasgentes empeñados en hacer infelices a todos los habitantes de la neoembellecida Venezuela de la «pax bodegónica».
Lo cierto es que la mortalidad por todas las causas en los tres servicios de Medicina Interna del Hospital Universitario de Caracas entre 2022 y 2023 asciende al 35 %, cifra que recuerda mucho al 31,2 % que la entonces ministra Antonieta Caporale reportara, como promedio nacional, en aquella Memoria y Cuenta de 2015 que le costó el puesto. Cuñetes van y vienen. La paleta de pantone se abre ahora para escoger los más bonitos colores que pinten la miseria de estos pobres nosocomios nuestros que en más del 80 % carecen de tomógrafo y en más del cincuenta de servicio de laboratorio permanente. ¿Qué dicen a eso los rapsodas del 2.0 que van por ahí cantando al acicalamiento de los hospitales públicos venezolanos?
Ostensibles son las costuras de este «neobuenismo”»nacional que tanto celebra ese «makeup”»que tape un poco nuestras pústulas, no importa si al precio de nunca curarlas. Expresión de esa «banalización del bien» – parafraseando a la gran Hanna Arendt– que nos propone una ética «light» y de bajo costo que nos permita cada noche irnos a dormir tranquilos, aun a sabiendas de que con nuestra omisión estamos avivando las llamas de una maldad estructural que, en el campo sanitario, cobra lo suyo en vidas prematuramente perdidas. Al respecto, cabe citar a la no menos grande Susan Sontag y su memorable ensayo de 2003 titulado «Ante el dolor de los demás»:
«las cámaras han transformado la historia en espectáculo…Crean una confusión sobre lo real que resulta moralmente analgésica».
Pero el mal no «juega a carrito» en Venezuela. Sus símbolos de hoy nada tienen que ver con hombrecitos rojos armados de tridentes como el del célebre jamón endiablado; muy por el contrario, ahora se nos presenta impecable, limpiecito, «fashion» y bienhablado, como para nunca levantar sospechas. Pero sus obras están ante nosotros, hablan por sí mismas y en la Venezuela de los enfermos resultan inocultables.
El drama sanitario venezolano no cesa. No hay mano de pintura que cubra tanto dolor. Dolor de los nuestros para el que no hay analgesia que valga. Todo lo demás es música de fondo.
Aunque le den «like».
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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