La bondad en la política vs. La psicopatía, por Marta de la Vega V.

«La base de un cerebro sano es la bondad
y se puede entrenar».
Richard Jr. Davidson
Al buscar el significado de «bondad» en internet, se afirma que es una «inclinación o tendencia natural del ser humano a hacer el bien, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesita de una forma amable y generosa». También encontramos, desde el punto de vista de la neurociencia, que es una cualidad inherente al ser humano: «La bondad como condición existencial implica una inclinación natural a hacer el bien, caracterizada por la generosidad, la amabilidad y la empatía. Es una cualidad que se manifiesta en la disposición a ayudar a otros, evitar el sufrimiento y promover el bienestar general.
Esta condición existencial no solo se refiere a acciones externas, sino también a una actitud interior de compasión y amor por los demás. Es decir, se expresa no solo como empatía, que es la capacidad de sentir lo que sienten los demás y es instintiva, no exclusiva del cerebro humano, presente también en los animales, sino, según Richardson, de la Universidad de Wisconsin, cuyo lema encabeza el presente escrito, en la compasión, que es propiamente humana.
Es necesario diferenciar la compasión de la empatía, ya que los circuitos neurológicos que llevan a una u otra son diferentes y se localizan en regiones distintas del cerebro; en el circuito neuronal de la compasión la zona motora del cerebro se activa: es un estadio superior al de la empatía, que es pasiva, porque significa tener el compromiso y las herramientas para aliviar el sufrimiento.
Por eso, también ha afirmado Richardson: «La política debe basarse en lo que nos une, sólo así podremos reducir el sufrimiento en el mundo.» La compasión, que incluye la empatía, pero también la motivación para aliviar el sufrimiento, activa áreas como la corteza prefrontal y el circuito de recompensa, involucrando la oxitocina y la vasopresina, neuropéptidos claves en el apego y la unión.
De aquí podríamos concluir que los políticos motivados por el bien común, como servidores públicos, que asocian ética y política, no meramente entendida como conquistar el poder y preservarlo, requieren, desde la compasión, desarrollar sus responsabilidades mediante las acciones de cuidado del otro que favorecen el apego y la unión de la gente sobre la cual actúan: buscan mejorar su bienestar.
La amabilidad y la cooperación como valores sociales pueden ser entrenados y desarrollados mediante la educación, la salud, las instituciones del Estado y las políticas públicas.
La empatía nos conecta unos con otros. La compasión va un paso más allá: es una acción altruista, como también lo han confirmado estudios científicos realizados, entre otros, por Olga Klimecki en Ginebra. El canadiense Delroy Paulhus, que ha estudiado la triada oscura (narcisistas, psicópatas subclínicos y personalidad maquiavélica) en la Universidad de Columbia Británica, ha mostrado cómo interactúan estos aspectos de personalidad y afectan el comportamiento individual y social. Los individuos que han sido medidos por estos indicadores empíricos se caracterizan por ser cínicos, sin principios; con inclinaciones utilitarias, no expresan conductas prosociales, creen en la manipulación interpersonal como la clave para el éxito en la vida, y se comportan de acuerdo con esto. Algunos de los más crueles autócratas de hoy comparten tales rasgos de personalidad.
La psicopatía, siguiendo a Willem Martens, quien ha demostrado también el sufrimiento emocional oculto de quienes la padecen, sea por la soledad a la que sucumben, sea por su incapacidad para expresar emociones genuinas y por su imposibilidad de relacionarse cooperativamente con los otros, es una dimensión de la personalidad; se caracteriza por rasgos diagnósticos como gran encanto superficial, alta inteligencia, juicio pobre y falla en el aprendizaje a partir de la experiencia, egocentrismo patológico e incapacidad para amar, falta de remordimiento, de vergüenza o de culpa cuando se daña a otros, carencia de límites morales e incapacidad de distinguir entre bien y mal, impulsividad, grandioso sentido de autoestima y arrogancia, mentiras patológicas, comportamiento manipulador, poco autocontrol, comportamiento sexual promiscuo, ausencia de miedo, delincuencia juvenil y versatilidad criminal, entre otros.
Esta conducta no se considera una enfermedad mental, sino más bien un trastorno de personalidad que puede afectar el comportamiento y el carácter de una persona. Por eso no existe una «cura» definitiva en el sentido de que la persona deje de ser psicópata por completo, aunque hay estrategias terapéuticas que mejoran el comportamiento y la adaptación social.
Al clasificar los tipos de psicopatía, como señala J. M. García Montes, hay que distinguir entre los «exitosos» y los que no lo son. Los primeros, aquellas personas que, teniendo el desorden, evitan ir a la cárcel porque camuflan sus tendencias antisociales. Son individuos que, pese a tener rasgos clínicos de psicopatía, logran un determinado éxito social. El ejemplo paradigmático podría ser el personaje de un despiadado ejecutivo interpretado por Michael Douglas en la película de Oliver Stone Wall Street. Psicópata, individuos como él son incapaces de sentir piedad ni remordimientos.
David Lykken (1995), genetista y psicólogo, en su libro Las personalidades antisociales, logra deducir que muchos de los líderes y héroes de la historia mostraban, de una u otra forma, rasgos psicopáticos y, por tanto, podrían ser considerados como «psicópatas exitosos». Psicópatas y sociópatas se distinguen porque la personalidad psicopática parece tener origen biológico y genético, aunque logren un control consciente de sus impulsos agresivos y violentos, mientras que los sociópatas son producto de la experiencia y del entorno; surgen por factores de carácter familiar y social o traumas de la infancia.
*Lea también: La guerra de Trump contra el mundo, por Gonzalo González
Un ejemplo del líder positivo que ha dejado huella en la historia contemporánea es Nelson Mandela en Suráfrica. En el escenario geopolítico actual, no solo de Occidente, podríamos identificar entre los gobernantes varios líderes negativos.
El daño que hacen a la sociedad en la que actúan es gravísimo porque destruyen las bases de la democracia, sus principios y valores, que requieren no solo poner límites al poder sino construir bienestar y tejido social desde la cooperación y la bondad.
Marta de la Vega es investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora Titular en la USB y en la UCAB
TalCual no se hace responsable por ni suscribe las opiniones emitidas por el autor de este artículo.