La botella vacía, por Carolina Gómez-Ávila
Apoyaría sin reserva la realización de primarias si estuviera a la vista una elección presidencial a la cual manifestaran querer concurrir varios líderes opositores, a través de una o varias tarjetas habilitadas para tal fin.
Lo haría porque el proceso interno tendría trascendencia. El esfuerzo y dinero requerido -que no es poco- estaría bien invertido en estimular la participación de la base opositora para que, de la movilización, no sólo surja un líder. Más importante aún es que en la ocasión se cense a los voluntarios necesarios para el éxito de una subsiguiente cita electoral.
De unas primarias no sólo sale un candidato. De las primarias salen ciudadanos comprometidos con la promoción y defensa del voto, multiplicadores de los métodos de cuidado del sufragio, imprescindibles testigos de mesa y valiosísimos voluntarios profesionales y operativos para un próximo proceso electoral. Claro que en ese entorno tienen mucho sentido las primarias; en el actual, ninguno.
No digo nada que no se sepa. Precisamente lo que me preocupa es que esto lo saben todos. Incluso los influenciadores, empresas encuestadoras e institutos de opinión devenidos en operadores políticos que han sido contratados para realizar sondeos y foros que incidan en la opinión pública sobre este tema.
Supongo que quienes los contrataron deben ser los únicos beneficiarios de hacer unas primarias extemporáneas, a sabiendas de que la inercia abstencionista provocaría que sólo la “militancia dura” y la clientela de los precandidatos participara ¡y decidiera!
Nada más peligroso para una frágil oportunidad de retorno a la democracia que el hecho de que sean esos, y no el grueso de la base opositora, quienes elijan a un “líder”. Más grotescamente populistas son quienes acompañan la propuesta con el timo de que alrededor de este “líder” se reagruparía una vez más la oposición. Echan mano del sesgo del pensamiento ilusorio que siempre lleva a malas decisiones.
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Políticos muy serios han propuesto reconstruir la unidad en torno a un objetivo. El problema es que ese objetivo, en vez de llegar al poder, parece ser que el resto no llegue al poder. Intereses opuestos pero, más irreconciliables aún, sus métodos: unos no están dispuestos a renunciar a la fuerza como vía para obtener el poder y otros no están dispuestos a renunciar al voto para lo mismo.
No hay primarias que puedan con esto porque quien sea erigido como líder por la población nunca es el líder de quienes compitieron con él y perdieron. Lo bueno de reconocer este problema es que trae una posibilidad de solución. Si se admite que hay dos vías enfrentadas para llegar al poder -la violenta y la electoral- se verá que es posible que quienes apoyan el uso de la violencia renuncien a ella si no encuentran cómo canalizarla y ven avanzar la electoral; lo contrario no es posible, nunca un demócrata escoge la violencia como opción.
Por otra parte, promocionar unas primarias para catalizar protestas de calle me parece un burdo error. Los demócratas que aún vivimos en el país nos jugamos el resto en 2017 para apoyar una posibilidad de cambio político pacífico, bien sea electoral o negociado. Fracasado aquel intento y rota la coalición no habrá quien nos movilice si nos sentimos en riesgo.
Por estas razones convendré en que cuando sea el momento oportuno, pocos meses antes de una contienda electoral, el candidato de los demócratas deberá ser elegido en primarias. Advierto que si en tales primarias participara alguno de los cabecillas extremistas, podríamos no estar eligiendo a un líder sino al comandante de un grupo guerrillero y que, si acaso cuajara la propuesta extemporánea de hacer primarias sin un proceso electoral a la vista, lo que se estaría escogiendo es a cuál de los borrachos habría que darle la botella vacía.