La burbuja bodegónica, por Marianella Herrera Cuenca
@mherreradef | @nutricionencrisis
Uno se pasea por diferentes lugares de Caracas, y también en alguna que otra ciudad de Venezuela, los más insólitos, y en todas partes se ven estas tiendas de todos los tamaños, llenas de productos importados de todas clases, cual réplica de una de las tiendas de mayoristas más importantes de Estados Unidos. Llama la atención el tipo de alimentos que venden, en particular “chucherías” como se llaman en Venezuela o “botanas” para los mexicanos. Como si un país pudiera alimentarse con crema de avellanas con sabor a chocolate, o los diversos aceites de moda, de coco, de oliva, entre otros.
Pero lo asombroso es el precio: ¿quién puede pagar esto? Estas tiendas, mejor conocidas como bodegones lucen siempre ¡vacías! ¿Y lo otro que llama la atención es si es adecuado o no comer solo alimentos y otros comestibles importados? Uno se lo pregunta porque al final, de las tradiciones culinarias, de lo aprendido gracias a la educación nutricional y de lo que sabemos que es mejor y más saludable, que en la despensa de una casa deben existir alimentos perecederos y no perecederos.
De ahí, pues uno decide y cocina el menú de la casa, que en Venezuela, antes de la debacle solía ser algo así como la sopa, el “seco” y un dulcito y el infaltable jugo natural, de esos que solo se hacen en Venezuela. Por ello, cocinar solo con “no perecederos” no es posible.
Pero además, es que uno dice ¿cómo es que se reactiva la economía agroalimentaria a punta de “bodegones”? y uno se contesta a sí mismo, qué lástima, que no sea de verdad, que lástima que sea una burbuja de mentira. Porque de esto, digo, del interés por la gastronomía, por los alimentos, podría generarse producción de los mismos, empleo, trabajo en el área de hostelería y restauración, turismo, emprendimientos diversos. Porque cuando uno piensa en gastronomía, inmediatamente piensas en ingredientes, y de calidad, y para que los ingredientes de calidad existan tiene que existir alguien que los produzca, y tiene que haber alguien que los prepare, y alguien que venda y comercialice. De esta manera, cuando vemos una serie de locales que parecen sacados en serie, porque además venden lo mismo, al mismo precio inaccesible, y que de manera ostentosa hacen alarde de lo inaccesible para la mayoría, uno se da cuenta que algo no está bien.
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Recuerdo en mi infancia, los locales maravillosos que existían en Caracas, o en Porlamar, esos preciosos sitios que además de vender algún producto, tenían comida para llevar, y recuerdo a Emore-Teresa en el Concresa, la pastelería El Rosal (Uy se me cayó la cédula), favorita de mi padre por sus deliciosas empanadas chilenas, y otras cuantas más, de las cuales sobrevive la Pastelería Las Nieves en Chacaíto. La diferencia, es que estos lugares generaban compromiso, empleo, conocimiento culinario y amor al trabajo. Eran empresas familiares donde el amor a la tradición era lo principal, que diferencia con estos bodegones del siglo XXI, donde todo es importado, no hay nada hecho en casa, no hay protocolos de atención al cliente, y no se genera una cadena de alimentación de la tierra a la mesa.
No, eso no ocurre, no hay el productor que es el que te lleva la mejor rúcula, porque ahí no se vende rúcula, lo que se vende es “crema de avellanas achocolatada”, se vende aceite de oliva a un precio inaccesible y otras delicateses importadas que no constituyen parte de la dieta diaria de ninguno de nosotros.
Eso estaría muy bien para comprar algo, cuando uno tiene invitados en casa y si podemos darnos el lujo. Pero para poder llegar a una verdadera generación de acciones culinarias, productiva y de impacto, tiene que pensarse desde el principio, tiene que haber un plan, una política de Estado que tome en consideración lo gastronómico, la producción de alimentos acorde, la comercialización de los mismos, el turismo maravilloso que puede promover, el emprendimiento en hostelería y restauración y por supuesto la generación de empleo que esto implicaría. ¡Qué manera tan bonita de fortalecer la seguridad alimentaria! Fortaleciendo el ingreso digno de los trabajadores del área de la alimentación, que maravilla de promoción de nuestra identidad como venezolanos.
Ojalá fuera verdad, el hecho que la burbuja de bodegones fuera una cosa positiva, pero más bien es un disfraz que entristece a quien no puede comprar nada. Para poder seguir adelante tenemos que reflexionar en el nuevo país que queremos, es el nuevo futuro que queremos crear, es la nueva Venezuela no dependiente del petróleo, es la Venezuela del turismo, los restaurantes bonitos y sabrosos, es la de los productores de alimentos maravillosos que esta tierra bendita nos brinda en su suelo y de los mercados accesibles para todos.
Para ello, estoy segura que podremos plantearnos un esquema de alimentación acorde con nuestras tradiciones, productos autóctonos, con el calor de hogar venezolano y con el compromiso y dedicación que nos hace ser como somos, Venezuela lo merece y nosotros también.