La cabezona, por Teodoro Petkoff
Nuestra Fuerza Armada se está haciendo macrocefálica, es decir, cabezona. La cabeza crece desproporcionadamente en relación con el cuerpo. Comparando la magnitud del generalato y almirantazgo de nuestra institución castrense con la de algunos otros países del continente, se puede tener idea de la magnitud de este fenómeno. Venezuela tiene, en este momento, 240 generales y almirantes, Argentina, 76 y México 145. México tiene 95 millones de habitantes, Argentina 36 y Venezuela 24. La desproporción entre el número de nuestros generales y almirantes y los de los otros dos países es enorme, tanto en términos absolutos como en relación con la población. Más aún, México y Argentina, que sumados tienen 131 millones de habitantes, casi seis veces más que nosotros, no llegan, juntos, al número de nuestros generales y almirantes (221 contra 240). Tenemos muchos más generales de división que divisiones y muchos más generales de brigada que brigadas. Muchos más almirantes que buques de guerra y muchos más generales de aviación que aviones de combate. Parece casi una cosa de opereta. Hoy, la inmensa mayoría de los oficiales superiores tiene que ser colocada en cargos administrativos en la FAN y en el resto del frondoso ramaje burocrático del Estado. Esta sobreabundancia no nació en los dos últimos años, ciertamente, pero en lugar de frenar la tendencia, Chávez la ha potenciado durante su gobierno.
También, contrariamente a la intención expresada de eliminar la influencia política en los ascensos, al suprimir la aprobación del Senado (esto es, de los partidos) para los grados de coronel, capitán de navío, general y almirante, la politización del acceso a los grados superiores se ha hecho ahora aún mayor. Ahora existe un condicionamiento político, que el general Cruz Weffer expresó sin eufemismos: el respaldo a la «revolución». Para ascender hay que ser «políticamente correcto». En otras palabras, hay que estar cuadrado con «el proceso». Pero se ha establecido una identidad entre el proceso y la persona del líder de este, de modo que estar cuadrado con el proceso significa ser leal a la persona de Chávez. No al presidente de la República sino al líder político de un sedicente «proceso revolucionario». Nunca, ni siquiera cuando Pérez Jiménez, se había expresado con tanta fuerza la idea de transformar la FAN en una guardia pretoriana. La politización anterior suponía la adscripción genérica a los valores de la democracia y una cierta vinculación, perversa, sin duda, con partidos políticos. Ahora, en cambio, la politización implica asumir los valores de una «revolución»; más o menos indefinida, sin duda, pero corporeizada en un líder, lo cual da a esa politización un carácter definitivamente más perverso. El lazo no es político sino personal. En términos prácticos, si el «lobbysmo» militar anteriormente se ejercía respecto de unos cuantos líderes políticos influyentes y de los partidos en general, ahora basta con estar en la buena con una sola persona para tener asegurado el grado superior