La cacería, por Teodoro Petkoff
En la Alemania nazi, después que el sistema judicial fue completamente confiscado por Hitler, funcionó de la siguiente manera: primero se hacía preso al supuesto «enemigo» y luego se le inventaba el delito con base en el cual se le sancionaba. Así se ha procedido contra Manuel Rosales. Desde que Chávez dijo «este preso es mío» y juró que lo llevaría a la cárcel, ya estaba sentenciado. No había ninguna acusación concreta, pero de allí en adelante los esbirros judiciales y parlamentarios del régimen han venido inventando un rosario de supuestos «delitos», en un intento de satisfacer el empeño personal de Su Majestad. Uno tras otro, han ido cayéndose, hasta llegar al que sirve de base para la acusación: no haber justificado un ingreso de 147 mil bolívares fuertes durante los últimos años. El tribunal no ha admitido como prueba en contrario la declaración de impuesto sobre la renta, que deja sin sustento la acusación. Es la justicia hitleriana. Rosales debe ser condenado, haya o no haya pruebas de algún delito, porque así lo quiere Su Alteza.
¿Exageración? Para nada. En un país donde hemos podidos ser testigos del interminable juicio al cual han sido sometidos Simonovis, Vivas y Forero, y los ocho agentes policiales, violando toda la normativa del «debido proceso», no es exagerado concluir que en asuntos de fondo político no existe Estado de Derecho en Venezuela. En un país donde el mequetrefe que funge de contralor puede inhabilitar políticamente a adversarios del régimen, sin fórmula alguna que se asemeje al «debido proceso», ¿se puede hablar de Estado de Derecho?
En un país donde el poetastro ramplón que ejercía la Fiscalía de la República pudo montar, impunemente, una mamarrachada como la del «testigo estrella», es obvio que el Estado de Derecho está en terapia intensiva.
Pero, además, sin que haya sido dictada la medida de privación de libertad contra él, con el tribunal cerrado deliberadamente, para impedir la audiencia del reo y el acceso de sus abogados al expediente, Manuel Rosales ha sido sometido a un implacable acoso policial diario y permanente, con la Disip pegada a sus talones, allanando sus oficinas y vivienda, y asediando, con típica cobardía, incluso a su propia esposa e hijos. ¡Y todo esto sin que medie auto de detención alguno! Los esbirros judiciales y parlamentarios, mero eco de la voz del amo, han hablado de «solidaridad automática» con Rosales, por parte de sus amigos y compañeros. Mienten.
Aquí lo que ha habido es «acusación automática», apenas el mandón ensoberbecido que ocupa Miraflores expresó su deseo de meter preso a Manuel Rosales.
Inmediatamente, Fiscalía, jueces y esbirros parlamentarios se desmoñaron para complacerlo. El juicio contra Rosales es una farsa. Ya la sentencia condenatoria está escrita, como estaba radicado el juicio en Caracas, aun antes de que ello fuera solicitado formalmente.