La capacidad de inventiva, por Sergio Arancibia
Autor: Sergio Arancibia
Hace ya una buena cantidad de años – los suficientes como para que la cosa sea historia- el Presidente Chávez, escuchando a quizás a qué asesores, impuso la existencia y la utilización de una moneda ficticia llamada sucre, con la cual se iban a realizar las transacciones comerciales en el seno de los países del Alba, sin usar el dólar. Se trataba de una moneda que no tenía existencia física, pero que podía ser utilizada como unidad de cuenta y como depósito de valor. El sistema era simple: si Venezuela exporta mercancías a Ecuador – para poner un ejemplo – por un valor de 100 sucres, Venezuela, o sus exportadores, no reciben los 100, sino que esa cantidad se compensa con las exportaciones de Ecuador a Venezuela, que supongamos que son de 120 sucres. En esas circunstancias Venezuela cancela a Ecuador solo los 20 que corresponden a la diferencia entre exportaciones e importaciones. Para pagar esos 20 puede hacerlo pagando el equivalente en dólares, o seguir acumulando una deuda en sucres que eventualmente se compensará con el comercio recíproco de los períodos venideros.
El sistema permite mover solo 20 dólares, y no 220, como sería en el común de los intercambios. Pero el sistema funciona siempre y cuando Venezuela pague al momento de la compensación los 20 que ha quedado debiendo. Si Venezuela pierde su capacidad de pagar esos 20 – o si el BCV comienza a hacerse el loco – el sistema comienza a hacer agua. Si no paga, el sistema se paraliza. Los exportadores de los países del Alba exigirán crecientemente dólares en vez de sucres. Puede que cuando las empresas estatales y/o los gobiernos sean los que están comprando y vendiendo, haya un grado mayor de tolerancia y de capacidad de espera. Pero al poco andar, hasta los países más amigos se aburrirán de tener sucres, que se hacen cada vez más difíciles de convertir en dólares. Al final del día el sistema se sincera, se deja de comerciar en sucres, y seguimos siendo amigos del alma, pero en dólares. Ya hoy en día nadie se acuerda del sucre.
Ahora se intenta convencer al mundo de que, a cambio de sus mercancías o de sus préstamos, acepte los petros, moneda virtual emitida o manejada por el gobierno venezolano, que ya no estará respaldada solo por la buena voluntad del BCV y por la palabra del Presidente Chávez, sino por una cierta cantidad de petróleo que está bajo tierra. ¿Cuántos países del mundo aceptarán los petros a cambio de sus mercancías? ¿Cuántos aceptarán los petros a cambio de las deudas que les deben ser pagadas? ¿Los países del Alba acompañarán a Venezuela en esta aventura? ¿O quizás Bielorrusia? ¿China y Rusia aceptarán petros a cambio de las deudas que se tienen con ellos? Lo más probable es que todos los que piensen en esa idea pidan garantías un poco más tangibles y exigibles que el petróleo que está debajo de la tierra. Quizás algunas minas, o algunas refinerías, o fábricas, o tierras, o petróleo ya extraído, etc. Pero nadie va venir a Venezuela con un taladro a extraer petróleo para cobrarse de los dólares que les corresponden a cambio de los petros. También puede suceder que después de una cierta emisión de petros, sus poseedores se den cuenta de su poca convertibilidad, y los petros se comiencen a devaluar rápidamente, tal como ha sucedido con los bonos emitidos por Pdvsa y por la República en los últimos años.
La única verdad verdadera es que el país se quedó sin dólares primero, y después se quedó sin capacidad de endeudarse, y que el mundo sabe el grado real de garantía que tiene cada papel que emita Venezuela, llámese como se llame. Todo lo demás es poesía.
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