La Carta, un estímulo para discutir, por Eloy Torres Román
Twitter: @eloicito
Recientemente leímos una carta, dirigida a Joe Biden. Sus firmantes introdujeron un elemento polémico en el país. Basta leer o escuchar a toda esa sinfonía de analistas, políticos, académicos como a toda esa suerte de individuos que se bañan en las aguas del negativismo crítico a mansalva, para comprender que la epístola, tuvo un impacto.
La carta, me parece un acierto, pues genera discusión y debate. Vemos que hay elementos polémicos que permiten despertar los sueños truncados a lo largo de todo este tiempo. Ella busca recomponer el escenario político. Tenemos 24 años con el mismo libreto, mismo escenario, actores e igual resultado: un fracaso y las butacas del teatro, por lo menos el de la oposición, siguen vacías.
La respectiva carta, históricamente hablando, lo más seguro, se inscribirá, entre tantos intentos, como el detonante que buscó sincerar la discusión acerca de qué es lo que nos ocurre como país. Repetimos, son 24 años con el mismo libreto. El gobierno en Miraflores y en el Fuerte Tiuna frente a los factores opositores dispersos, sin coherencia alguna. Un gobierno que tuvo legitimidad de origen, la cual ha ido perdiendo, gracias, no sólo a sus ejecutorias y escasas habilidades; sino también porque los factores de la oposición se han movido irresponsablemente. Son 24 años sin acordar seriamente cuál es el país que queremos. Una dirigencia política que se siente nimbada con la corona de ser “la expresión de la dignidad y deseo de libertad del pueblo”. Todos sufren del mismo mal: la vanidad.
La carta en sí, hay que reconocerlo, no es un documento de profundidad filosófica o politológica; e incluso tiene aspectos discutibles. Lo que importa es que ella busca rescatar la urgencia por encontrar un denominador común. Éste, no podría ser sino un esfuerzo que sirva cual palanca de Arquímedes para recomponer el espacio opositor. Buscar los problemas de la gente; para lo cual es necesario un mínimo de condiciones económicas. “La máxima presión” no dio resultados; dicho, incluso por uno de sus principales propulsores: Elliot Abraham.
Interesante, como la carta fue recibida: Ella, generó una sugestiva confrontación. Por un lado, saltaron los negadores tradicionales; como los eternos detractores cuyo diccionario de insultos se reduce cada vez más; esto es, para no hablar acerca de su exponencial pobreza en ideas innovadoras para recomponer el espacio opositor y enfrentar al gobierno con sus 24 años de perdición y deterioro. El texto, creo yo, puso a pensar a la oposición en sus distintas expresiones. Pero, hay que decirlo, también el gobierno compró su lectura. Las cosas en política son así. Pretender negar su significación es muestra de una ceguera reiterada. Por lo que los laboratorios de análisis político del gobierno; especialmente los que dirigen los cubanos y los rusos, verán en el texto epistolar un conjunto de elementos a considerar.
El género epistolar, del cual soy cultor, sirve como factor estimulante; basta releer mi trabajo, dedicado a mi Padre “Cartas a mi Viejo”; luego, próximamente saldrán editados dos libros míos: 20 epístolas de amor y una evocación reiterada” y “Cartas a un venezolano de la decadencia”. En las mismas obras se busca encontrar verdades y apuestan por hurgar en la existencia del ser humano, sus valores y falencias.
La carta de este grupo de venezolanos la cual ha generado tanta polémica debe ser asumida como un intento por encontrar soluciones; aunque en algunos momentos se perciba equivocada e inocente; para decir lo menos. Pero, es injusto calificar con tanto epíteto a esos individuos. Puedes estar en desacuerdo, pero, insultarlos y denigrar de su historia de vida, política, profesional e intelectual no es justo. Recuerdo yo a un periodista amigo, quien recurre al manido argumento del “macarthismo” como adjetivo para enfrentar a los que no están consustanciados con el pensamiento de izquierda.
Este amigo, lo condena, como práctica, pero, en su reiterada narrativa no se observa reproche alguno a los gulags, las confesiones, las autocriticas y el paredón. Sobre este último, en Venezuela ha tomado cuerpo esa especie denigratoria (“macarthista”) que urge detenerla, mediante un serio compromiso al interior de los factores opositores. Esto es, para no heredar un disenso reiterado, el cual impedirá la conjunción necesaria para edificar la gobernabilidad. No es fácil desmontar la senda de los insultos fáciles y desconsiderados. El lenguaje crea realidades.
La historia se nutre del género epistolar, no solo para la reflexión literaria; sino para contribuir a revelar el substrato político de una intención que se busca establecer. Basta evocar al historiador inglés Simon Sebag Montefiore quien ha desarrollado un interesantísimo recorrido por distintas épocas y de las cuales no se puede abstraer el dato epistolar.
Nada se compara con una carta. Especialmente cuando se trata de la autenticidad del hombre. Con ellas, creemos recordar lo que señala Sebag Montefiori, pues, colocamos sobre la mesa de los recuerdos, nuestras experiencias vivenciales. Éstas, van desde el amor, hasta el odio. Es la necesidad de confirmar, en cuatro letras o varias líneas, la idea de afirmarnos como seres o de predecir nuestro final. Es el deseo por superar, en un papel, la maldición y superficialidad del Internet, o como diría Umberto Eco acerca de las redes sociales, cuya majestad es muy benigna con todo el mundo, incluso con los idiotas que se esconden, tras sus ciento y tantos caracteres para denigrar de cualquiera.
Hoy los firmantes de esa carta a Joe Biden, son víctimas de insultos provenientes de todo bicho de uña que se permiten usar en las redes sociales, irresponsablemente. La carta firmada por estos venezolanos me parece un acto sensato y valiente. Algunos de ellos, son amigos fraternales y camaradas de vida, con todo lo que ello implica: compartir alegrías, penurias, derrotas, miserias experimentadas, sufrimientos y fundamentalmente toda una vida de cercanía existencial que podría decirse que es una hermandad. Me refiero al Flaco Padilla, el Dr. Alfredo Padilla, cuya dilatada historia de vida está repleta de tantas vivencias y experiencias que resulta ridículo leer, ese lenguaje soez y denigrante hacia su persona, como hacia los otros firmantes quienes tampoco merecen ser insultados. No se discute el contenido político y las implicaciones de la carta; sino que se ha edificado todo un escándalo sobre lo que supuestamente resalta, a primera vista: las sanciones.
Como hombre preocupado por el tema internacional; no me es ajeno el tema de la guerra de Putin y su entorno; es decir, el ejército de los siloviki (hombres fuerzas, como los llaman en Moscú) especie de mafia enquistada en los servicios secretos (antiguo KGB) contra Ucrania. Ese grupo liderizado por el diminuto hombre del Kremlin (por ahora) desarrolla una absurda guerra. Por su parte Zelensky, el líder ucraniano, quien al principio no respetó los límites ni las proporciones, al pretender encallejonar a Kiev contra Moscú. Él olvidó la vieja sentencia de Porfirio Díaz acerca de la cercanía de México con los EE. UU. “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los EE. UU.”.
No se trata de moralismo ni de consideraciones entre lo bueno y lo malo de la diabólica realidad internacional. Muchas veces Dios cierra sus ojos, ante los desvaríos de los hombres en la tierra. Hoy, Zelensky, más allá de su heroísmo, como el de su pueblo, pero, acosado por la guerra ha declarado, con gran inteligencia, estar dispuesto a sentarse a negociar con Vladimir Putin, una salida al conflicto. ¡Él, es el representante de un país agredido y pide entablar una negociación ¡
En tal sentido pretendo extrapolar el valor de los firmantes y de su polémica carta a Joe Biden. En nuestro país tenemos varios “mariscales” (sobre todo desde el exterior) y alguna que otra “mariscala” que asumen la misma postura desde hace 24 años. Todo o nada. SunTzu, decía que un conflicto, no puede durar una eternidad. Pues bien, en Venezuela debemos buscar una salida a esta desgracia, hecha realidad que nos carcome. La carta, como los intentos de otros factores opositores deben ser evaluados, ponderados y no denigrados o rechazados a priori. Hay que buscar el punto intermedio que permita fijar un denominador común y enfrentar al gobierno.
Hemos escrito en otras que Venezuela está atrapada en un conflicto, el cual, todos quieren ganar y nadie quiere perder. Viene a cuento la narrativa acerca de nuestra guerra federal que vio su fin con un acuerdo negociado entre las partes; inmersas ellas, en un sangriento conflicto que se llevó más de 150.000 almas. El deterioro del país, tras la guerra de independencia, aumentó considerablemente. Muchos caudillos y chafarotes, juntos y revueltos, buscando poder, riquezas y mayor ascendencia sobre el ciudadano.
El caso es que se llegó a un acuerdo: el Tratado de Coche, pues, los factores involucrados pudieron reconstruir a la sociedad y los venezolanos, en 1863, resolvimos el conflicto. Tal como señala el Dr. Carrera Damas “… ese Tratado de Coche fue “una especie de tregua, de respiro, para no poner en peligro lo esencial, que era la existencia misma de la clase dominante y su capacidad de control de la sociedad” Germán Carrera Damas, Una nación llamada Venezuela. Pág. 115. Edit. Monte Ávila 1984) Es decir, los desacuerdos, creemos interpretar, seguirían, pero bajo una modalidad “acordada” entre todos. Todo fue resguardado en 1863 por un Decreto de garantías y luego por la Constitución de 1864.
Evidentemente, los actores comprendieron (¿o, fue la realidad la que los hizo comprender?) que el gravísimo deterioro del país, lo impulsaba. Es decir, una negociación los condujo a encontrar el camino, para poco a poco, enderezar al país. No había recursos para mantener ejército alguno. La situación económica era dura y difícil. El desorden institucional acosaba al país, la corrupción de los militares era muy grande. El tratado Coche fue producto de un gran acuerdo negociado y no de un deseo voluntarioso de algunas mentes añorando una solución mágica.
El Tratado de Coche fue una negociación a puerta cerrada que estableció la paz. Tras discutir los detalles, se dispuso la renuncia de Páez y se acordó convocar una Asamblea, para nombrar autoridades que formarían un nuevo gobierno. Ese Tratado convirtió, al famoso decreto de Juan Crisóstomo Falcón en una Constitución, cuya referencia axiológica moldeó las constituciones posteriores, hasta que vino la de 1999, la cual, a su vez, ha sido violentada en más de una ocasión, por el propio gobierno que la adelantó; aun cuando ella misma es violatoria del espíritu del acuerdo del decreto de 1863, año cuando se logró el gran objetivo: la paz.
Para finalizar creemos necesario y urgente releer la historia. Cuando la invocamos, hay quienes, enceguecidos por la desesperación y la angustia, ante cualquier experiencia de los tiempos, dicen: “¡Otra vez con las lecciones de historia; eso ya pasó!”. Pareciera que nos quieren decir: ¡“es otra realidad, se trata de Venezuela, estamos en el siglo XXI!
Santayana decía y quien parafraseamos: “…quien olvida su historia está condenado a repetirla”. El caso es que hoy nos topamos con una realidad. Es un hecho, la carta destinada a Biden hay que verla como una propuesta para iniciar un proceso, complejo, por demás, para negociar una salida al desastre que vive Venezuela. Los factores opositores que trabajan, diariamente, no para los medios de comunicación social, equivocados o no, hacen sus esfuerzos. En su seno hay voces disidentes que rechazan los primeros escarceos de diálogo y se utilizan las baterías de insultos: “alacranismo” y componendas. En el gobierno también. Se habla de traición y blandenguerías. Pero, lo primero que debemos hacer en la oposición (indiferentemente de cual) es dejar los insultos, las burlas y los chistes malos, como los epítetos fuera. Se trata de convencer a la inmensa mayoría y no regodearse, como minoría que se desvive por ladrarle a la luna, en nombre de la “dignidad”. Tenemos 24 años en eso.
El caso es que hoy, el país nos obliga a negociar una salida. México, nos ofreció una oportunidad. Su fracaso fue estimulado por el gobierno, a pesar de estar ellos divididos. Sus radicales se ven acosados por el futuro. Por lo que hay que poner los ojos sobre la tabla de la realidad, la maña, astucia, inteligencia, habilidad.
Es la gran oportunidad para reencontrarnos, políticamente, con la realidad y hacer que ésta florezca favorablemente en el campo opositor. En el oficialismo, la desesperación se observa en su rostro; en sus discursos muestran su mazo para descalificar y generar molestias en el liderazgo opositor. En tanto que, en éste, algunos, hablan de traición y de no tomar en cuenta los principios; otros dicen que los oficialistas son unos bandidos y en quienes no se puede creer. Todos estamos de acuerdo, aunque no lo son todos. Pero, ellos están allí y no hay más con quien negociar. El conflicto que experimenta el país lo reclama.
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Se procura una salida que supere este estadio que acosa al venezolano y que no le ofrece descanso. Hay que superar este conflicto. Repetimos al citado Sun Tzu “… No hay ningún país que se haya beneficiado por guerras prolongadas”. En tal sentido, vemos muy positivo esta epístola que busca estimular un clima para negociar una salida que impulse el panorama de la oposición hacia nuevos triunfos. La negociación, ofrece una salida al país, como a los dirigentes del PSUV. Algunos de ellos cercados por la realidad nacional e internacional.
Es válido citar a Don Rómulo Gallegos quien pone en boca de Reinaldo Solar, uno de sus más emblemáticos personajes, estas palabras: “…los venezolanos sufren este mal incurable, está en la sangre, somos incapaces para la obra paciente y silenciosa. Queremos hacerlo todo de un golpe; por eso nos seduce la forma violenta de la revolución armada. La incurable pereza nacional nos impulsa al esfuerzo violento, capaz del heroísmo, pero, rápido, momentáneo. ¡Todo o nada! Pueblo que sabe arriesgar la vida, pero que es incapaz de consagrarla a una empresa tesonera. Al fin nos quedamos sin nada”.
Eloy Torres Román es analista internacional y miembro de @COVRI_org
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