La casa, por Marcial Fonseca
Agradecido a mi hija Marcia Carolina por la idea.
La instrucción que recibía en sus muertes cotidianas, que es el dormir, era que se mudara para la casa sita en las esquinas de la siete y la trece; el sueño recurrente desapareció cuando finalmente se trasladó, en el mundo onírico, a la vivienda indicada. También le decían que estuviera pendiente de la casa anharaglits; y por alguna razón que no entendía, él entendió que se referían a una casa impertinente. Despierto, se preguntaba cuándo sucedería todo aquello. Ya el sueño llevaba un poco más dos mil años y todavía no la había ubicado. Aunque sabía que anharaglits era una palabra armenia; ignoraba que su significado era diferente o fuera de lugar; es decir, impertinente.
Ya iba para cinco años viviendo en su última morada; todo a su alrededor le parecía normal, con la excepción, desde esta mañana, de una mansión que no había visto antes, aunque después de pensarlo mejor, se convenció de que quizás él no le había prestado la debida atención. Una de las puertas de la nueva, porque era nueva, e inmensa casa era la entrada a una librería; esta se veía pequeña para lo grande de la vivienda. Entre los libros en exhibición uno le llamó la atención porque brillaba; se entretuvo mirándolo para ver si había algún truco, descartó que fuese un engaño; así que entró para adquirirlo. Solicitó el libro al dueño del establecimiento; este le pidió al ayudante que lo trajera.
-¿Usted lo vio?, señor -preguntó el librero al cliente cuando el asistente le informó de que ahí no había tal libro
-Claro que sí, véalo –reaccionó el cliente-. Mire, mire ese que está ahí.
-Por favor, señor, agárrelo usted mismo, y perdone -mientras el comprador recogía el ejemplar, el propietario buscó una bolsa y presentó la factura.
El comerciante entregó el artículo, cobró y el comprador se marchó con su adquisición. Aquel se desplazó a la trastienda para hablar con el maestro Melquíades, un armenio ahogado en años, quien le había entregado el ejemplar vendido esta mañana para la venta.
-¿Ahora que pasará?, maestro
-Él fue capaz de ver el libro por lo que él es el judío errante; así que el próximo paso es que lo lea; luego de la lectura, debería venir el arrepentimiento por la ofensa que le hizo a nuestro Señor; y después ocurrirá lo que él busca, dejar de errar y volverse mortal y así morir a su debido tiempo.
-¿No cree que debí cobrarle más?
-No, haberlo hecho hubiese sido simoniaco.
Mientras el librero y el maestro hablaban, el comprador del libro raro se había marchado orgulloso de su compra. Al salir de la casa que había visto por primera vez esa mañana, cruzó la vía; más adelante se volteó para ver nuevamente la librería, y en lugar de la majestuosa puerta, un paredón simplificaba el lugar. Se quedó pensativo sin saber cómo actuar; bajó la vista, la levantó, ahora ya la casa no estaba. Apuró el paso, en una plaza decidió descansar. Abrió la bolsa, sacó el libro, lo hojeó, las páginas estaban en blanco; lo soltó y ya en el suelo brillaba, nadie lo recogió porque nadie lo veía, salvo él; así que lo levantó y al hacerlo el azul acero de la bóveda celeste lo encerró en la calle donde estaba y él continuó su eterna caminata.
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Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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