La catástrofe electoral de la oposición, por Víctor Álvarez R.

María Corina Machado (MCM) calificó las elecciones de diputados, gobernadores y alcaldes como una derrota para Nicolás Maduro: «90% de los venezolanos desobedecimos a este régimen». El resultado de esa desobediencia fue que los candidatos oficialistas se llevaron 256 de los 285 diputados a la Asamblea Nacional, 23 de las 24 gobernaciones y 285 de los 335 alcaldes.
Con sobradas razones, MCM cuestiona que en las Presidenciales de 2024 el CNE anunció un sorpresivo e inesperado resultado contrario a las encuestas preelectorales, a las consultas a boca de urna y a las actas en manos de los testigos que daban como ganador a su sustituto, Edmundo González Urrutia.
Pero en vez de llamar a votar en las siguientes elecciones para contarse otra vez y demostrar con quién está la soberanía nacional ejercida a través del voto, llamó a la abstención y se dedicó a difundir una narrativa desmovilizadora, afirmando que Venezuela ya se había pronunciado en las Presidenciales del 28-J, y lanzó la línea de no participar en ninguna otra elección hasta tanto se publiquen las actas que demuestren el resultado de las presidenciales del año pasado. Con el enorme rechazo a los candidatos oficialistas, lo más fácil era ganar. ¿Por qué MCM no llamó a votar?
Si MCM y su partido Vente Venezuela hubiesen podido postular candidatos en el ciclo de elecciones parlamentarias, regionales y municipales que acaba de concluir, seguramente habrían participado y llamado a votar masivamente para capitalizar electoralmente su momentum y arrasar con la mayoría de los 3.300 cargos públicos que estuvieron en disputa. Incluso –con su partido ilegalizado y sus candidatos inhabilitados, presos y en el exilio–, MCM pudo haber aprovechado su liderazgo para promover candidaturas únicas y unitarias entre los diferentes bloques de la oposición, aunque no fueran militantes de su partido.
Pero se necesitaba demasiada grandeza y desprendimiento para subordinar su proyecto partidista particular y sus ambiciones personales, al interés nacional de construir una sólida posición de poder en el parlamento, las gobernaciones y alcaldías que fuese reconocida por el gobierno, la FANB y la comunidad internacional.
MCM se propuso evitar a toda costa la consolidación de una fuerza política no controlada por ella y que pudiera desplazarla en la disputa interna por el liderazgo de la oposición. Para conjurar esa amenaza, necesitaba hacer desaparecer del ecosistema político a la oposición participacionista, y por eso la desacreditó acusándola de falsaria, traidora y colaboracionista del régimen. Sus llamados a la abstención agravaron el desgano y la apatía electoral que se reflejó en la desmovilización del país descontento. Y así, los partidos habilitados que sí pudieron inscribir candidatos, no lograron capitalizar electoralmente el rechazo a los candidatos oficialistas para lograr un mejor desempeño.
Los partidos que conforman la PUD y obedecieron el llamado a no participar se quedaron sin diputados, gobernadores, legisladores regionales, alcaldes ni concejales. No representan nada en el ecosistema político nacional, prácticamente dejaron de existir y seguramente perderán su registro en el CNE como organizaciones políticas activas. Lo que pudo haber sido una aplastante victoria se convirtió en una lapidaria derrota que dejará fuera del radar a esa constelación de micro partidos sin representación en los espacios de poder institucional.
Otro factor que explica la catástrofe electoral es la división de la oposición participacionista que se presentó partida en cuatro bloques. Las organizaciones políticas están muy desprestigiadas y no dan señales de reinventarse para desarrollar nuevas formas de conexión con la sociedad.
En vez de generar propuestas concretas y viables para resolver la problemática que afecta a las comunidades, el debate político-electoral estuvo signado de insultos y ataques personales. Los partidos viven sumergidos en sus crisis internas y pugnas con otros partidos donde el desprecio, la descalificación y el insulto signan la campaña electoral. Es la política del escándalo que agrava el desgano y la apatía electoral.
El elector no se siente motivado por la pobreza de un discurso electoral que se limita a describir una problemática que ya conoce muy bien porque la sufre y padece día a día. El elector quiere escuchar propuestas concretas para solucionar los problemas concretos que afectan su cotidianidad. Para romper la inercia abstencionista, había que motivar al elector con propuestas claras para mejorar la calidad de vida en el municipio donde habita, y eso no se hizo. Se compitió sin programa, sin propuestas, sin una oferta electoral convincente y movilizadora.
En Venezuela las organizaciones políticas son cascarones vacíos que han perdido vigencia como medio de organización y participación ciudadana. Los partidos de la oposición exigen democracia y alternancia en el poder, pero no celebran elecciones internas para renovar sus directivas, los viejos dirigentes se aferran al mando y le cierran el paso al nuevo liderazgo, dando origen a pugnas internas que ha servido de pretexto para judicializarlos, intervenirlos y entregarles su conducción y símbolos a disidentes que tampoco cuentan con el apoyo y reconocimiento de las bases del partido.
Por lo tanto, no hay nada que celebrar. A la luz del catastrófico resultado electoral que ha dejado no se puede celebrar la abstención como un acto de desobediencia civil. Con la abstención, MCM logró que desparecieran del ecosistema político las fuerzas opositoras que podían hacerle contrapeso a su ambición de imponer un liderazgo unipersonal, no subordinado a ninguna institucionalidad política de la oposición; pero lo logró al precio de entregar al oficialismo el control absoluto de la AN y de la mayoría de las gobernaciones y alcaldías.
Como dijo el poeta: «nada se ha perdido si se tiene el valor de proclamar que todo se ha perdido y hay que empezar de nuevo». De cara al próximo ciclo electoral, quedan por delante cinco años de arduo e intenso trabajo para conectarse con el sentir del elector. Los partidos políticos están llamados a reinventarse para fortalecer su capacidad de análisis y comprensión de la realidad a transformar, tienen que ofrecer un programa de gobierno atractivo que estimule a votar, postular buenos candidatos -con liderazgo y capacidad de gestión-, y contar con una maquinaria electoral capaz de organizar y movilizar al electorado descontento.
*Lea también: La teoría de cambio dialoguista post 27J, por Rafael Uzcátegui
Con el férreo control económico, militar, social y político que ha logrado el gobierno, no hay vía rápida para restaurar la democracia venezolana y recuperar la alternabilidad en el poder. Esto será posible cuando el país descontento y políticamente organizado acumule suficientes fuerzas para lograr la reinstitucionalización de los poderes públicos. Es una tarea de largo aliento, de recuperación gradual de los espacios de poder y decisión perdidos por la abstención y división de la oposición.
Serán cinco años de sostenido trabajo organizativo y quienes se propongan capitalizar el descontento nacional en el próximo ciclo electoral, tienen que ofrecer al votante una alternativa superior a la de su competidor. De lo contrario su aspiración política será vista como simple ambición personal y serán considerados como más de lo mismo, o más de lo peor.
El país descontento necesita un nuevo liderazgo que- en vez de dividir– unifique a la Nación en un mensaje de reencuentro y reconciliación, y la guíe hacia una solución electoral y pacífica del largo y extenuante conflicto político venezolano.
Víctor Álvarez R. es economista. Investigador/consultor. Premio Nacional de Ciencias. Director del Proyecto Pedagogía Económica y Electoral
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo