La cebolla de Caracas: Estado y ciudadanos, por Enrique Alí González
En un artículo anterior señalábamos la existencia de al menos diez elementos morfológicos de la cultura de Caracas y logramos presentar los dos primeros: las culturas de los pueblos absorbidos por la ciudad y la relación con lo rural. Esta vez queremos seguir avanzando en la descripción del tercer elemento: el papel del Estado en el campo cultural de la ciudad.
I.- No se puede hablar de los elementos culturales de una ciudad si no tomamos en cuenta el rol del aparato estatal sobre ellos, pues el nacimiento de la ciudad es concomitante con el nacimiento del Estado, desde el tardío Neolítico, hace aproximadamente 9.000 años, 7.000 años A.C.
Es una característica de lo urbano la presencia cotidiana, física o virtual, de un Estado que ejerce funciones regulativas, administrativas y coactivas sobre los ciudadanos. La manera como tales funciones sean ejercidas incidirá en la creación de valores y modos de relacionarse de los habitantes entre sí y con los organismos públicos.
La opacidad o transparencia del Estado moldeará la conciencia de lo que debe hacerse o decirse, en público o en privado, dando pie a una poca o mayor distancia entre las dos conductas, rompiendo la verticalidad de una conducta única, cambiándola por una acción oportunista, sin valores fijos sino solo situacionales.
En el caso de Caracas, puede condensarse en una frase máxima que ha privado en la relación Estado-ciudadano desde el siglo XVI: «Se acata, pero no se cumple».
Esta presencia del Estado en la ciudad puede ser homogénea o heterogénea, según la fuerza institucional de que disponga. En el primer caso, podríamos hablar de una cobertura total del área urbana, es decir, el Estado está en todas partes. En el segundo, la heterogeneidad se evidenciaría en dividir a las ciudades; en áreas dominadas por el Estado y en áreas abandonadas por el Estado, lo que nuevamente dará origen a dos tipos de conducta por parte del ciudadano.
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En aquellos sectores de la ciudad controlados por el Estado, las relaciones tenderían a ser formales basadas en las leyes escritas y los conflictos serían dirimidos ante los organismos competentes. En los lugares sin Estado las relaciones serían totalmente informales, no universales sino obedientes a los tipos de poder de facto, que ejercen el control de esos espacios. En este último caso, se genera una apropiación privada de lo público, se privatiza lo público.
Los lugares sin la presencia del Estado son aquellos sin servicios públicos (sin luz, agua, aseo urbano, protección policial) que promueven que algunos sectores privados se conviertan en dadores de los servicios ausentes, normalmente aumentando la explotación económica y el cercenamiento de la libertad de optar por otras soluciones. Verbigracia, la venta de cisternas de agua a precios escandaloso; la contratación privada ilegal de miembros de una institución estatal para asuntos de electricidad; la creación de los hoy llamados colectivos, autoencargados de la seguridad vecinal que, en la práctica, actúan como hacendados que recibieron en herencia una parcela de tierra con personas destinadas a ser sus siervos de la gleba.
II.- Si historiamos brevemente la situación de Caracas, observamos que el Estado español buscó legislar, controlar, administrar y ejercer su autoridad en toda la ciudad. Autoridad que, entre los siglos XVI-XVIII, se consolidó de manera muy importante. Esta etapa estuvo signada por la máxima: «Se acata, pero no se cumple».
Luego, al concluir el período turbulento de la guerra de secesión entre 1810-1823, se logró destruir casi que por completo, el aparato estatal de lo que era la Capitanía General de Venezuela. Valga el ejemplo de que los escombros arrojados por el terremoto de Caracas de 1812, vendrán a ser recogidos por el Gobierno de Guzmán Blanco en 1872, 60 años después.
La etapa de 1830-1930 se caracterizó por la no existencia del Estado, salvo para la represión y exacción económica. Incluso hemos afirmado en otro trabajo que el mayor control del Estado sobre la población fue alcanzado a finales del siglo XVIII, muy superior a lo logrado en los siglos XIX, XX y XXI.
A partir de la explotación petrolera, el Estado comenzará a tener presencia en la dotación de algunos servicios públicos, la que irá aumentando hasta alcanzar logros extraordinarios en construcción de edificaciones escolares; aumento del tejido eléctrico; creación y pavimentación de caminos, carreteras, autopistas; casi universalización del acceso al agua potable; aumento de las redes de radio y TV, etc. Esta etapa (1931-1980) se sintetiza en la idea: el Estado es un gran dador de servicios.
Decae la velocidad de la dotación de servicios, aumenta el deterioro de los existentes. Se inicia una afectación gradual de las condiciones económicas y se percibe cada vez más, como una rodada del país cuesta abajo.
Esta etapa (1981-1998) marca el final de la democracia civil, el comienzo de la autocracia militar y la instalación de una doctrina en la capa dirigente del régimen con la máxima: el Estado soy yo.
Resumiendo. La actual relación entre la cultura caraqueña y el Estado se desenvuelve en un imaginario colectivo atravesado por estas corrientes:
-La memoria histórica subyacente entre 1567-1930, a la cual solo se puede acceder a partir de la voluntad individual de conocer lo que somos.
-La memoria difusa de lo ocurrido entre 1931-1980, transmitida por padres y abuelos.
-La memoria confusa de lo realmente vivido entre 1981-1998
-La memoria en construcción, acorralada y golpeada para impedir su coherencia, en lucha desigual en esta GPP4G (guerra popular prolongada de 4ta generación), del Estado en contra de la sociedad.
Enrique Alí González es profesor titular de la UCV, UCAB. Dr. CSoc, filósofo, teólogo, sociólogo, coordinador de la Cátedra de Pensamiento Latinoamericano UCV/1990-2010. Ciscuve.
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