La ciudad marginante, por Federico Vegas
Urbanismo y urbanizaciones – Urbanistas y urbanizadores
Solemos hablar —usualmente con elegante impunidad— sobre marginalidad, pero muy poco, o nunca, de una ciudad marginante. Para que exista marginalidad necesariamente tiene que haber marginación. En el caso de Caracas los levantamientos cartográficos comienzan a revelar que en las areas calificadas de marginales habita más del 50% de la población.
(La palabra “marginal” tiene un peso despectivo. También se utilizan los adjetivos “informal” y “espon†aneo”. Por “marginal” me refiero a una marginación o ausencia de la legislación y la planificación urbana, sistemas de financiamiento, estudios de suelos, participación de arquitectos e ingenieros en las edificaciones, sistemas preestablecidos de electricidad y aguas blancas y aguas negras en los urbanismos).
Lo que antes era una espontánea excepción se está convirtiendo en una realidad creciente, dominante. ¿Cómo se fue gestando este proceso que ha ido convirtiendo al margen en centro, a la supuesta excepción en la norma? ¿Hemos perdido el rumbo, la orientación, el arte y la ciencia de integrarnos, de hacer ciudad?
En 1980 el abogado Allan Brewer publica Urbanismo y propiedad privada. Al leer el prólogo encontramos una frase que va a ser el tema central de su libro:
Hemos sufrido un proceso de urbanización acelerado, pero hemos carecido de urbanismo; hemos tenido urbanizadores pero, también, hemos carecido de urbanistas.
Ya ha pasado casi medio siglo desde que Brewer nos planteara que Caracas sufría “la violencia de la urbanización”. Para ser más precisos usemos el término “Urbanizacionismo”. Si el urbanismo debe garantizar los intereses colectivos del hombre en su relación con la ciudad, nuestras “urbanizaciones” representa lo contrario pues no se basan ni promueven un desarrollo integrador, ecuménico, de la ciudad. ¿En qué medida, cuando prevalecen estas urbanizaciones promotoras de una condición de aislamiento, tienden a producirse los asentamientos poblacionales incontrolados que solemos llamar “barrios”?
(Es importante señalar que Venezuela es de los pocos paises latinoamericanos que utiliza el término “barrio” para definir los desarrollos que calificamos como “marginales” o “espontáneos”. En el resto de latinoamérica la palabra “barrio” se refiere a los urbanismos más entrañables, clásicos y congregadores).
Brewer fue de los primeros en explorar este tema:
¿Por qué decimos que hemos tenido urbanización y urbanizadores, y que hemos carecido de urbanismo y urbanistas? Porque en la relación del interés colectivo y el interés particular no ha prevalecido el primero. En el crecimiento de nuestras ciudades el interés privado es el que ha tenido preeminencia.
Los urbanizadores no sólo han actuado en el campo privado sino que se han entronizado en el sector público. El derecho que ha guiado el proceso de urbanización ha sido concebido al servicio del interés particular y de la propiedad privada. También podemos decir que en Venezuela carecemos de un derecho urbanístico y sólo hemos tenido un derecho al servicio de la urbanización.
A continuación Brewer nos recuerda que en la historia de Venezuela —como en todos los países de América Latina— durante las últimas cuatro décadas se ha verificado lo que J. Miller, en su libro Latin American Urban Policies and the Social Sciences (Miller, John; Gakenheimer, Ralph A. 1971), califica como la “segunda era urbana», consistiendo la “primera” en la fundación de ciudades realizada por el Imperio Español desde el siglo XVI hasta comienzos del XIX y, luego, por inercia, después de la Independencia hasta comienzos del XX.
Al analizar la historia de Caracas podemos observar que durante esa “primera era” el urbanismo hispanoamericano mantenía una tendencia a congregar, a crear un sistema de crecimiento que sostenía una homogeneidad en las proporciones de calles, plazas viviendas y servicios. A mediados del siglo XX esta dinámica cambiaría radicalmente. El urbanismo de Caracas dio paso a otro tipo de desarrollo urbano basado mayormente en la receta de la urbanización.
Una era anterior
Esta propuesta de una “primera era urbana” nos da una idea de cómo y cuánto se ha olvidado, borrado, por no decir sepultado, la idea de una era anterior: la de una arquitectura y un urbanismo indígena con su amplia gama de manifestaciones en todo el continente. El nombre de Venezuela proviene de la “pequeña Venecia” que Américo Vespucio imaginó al contemplar las viviendas llamadas palafitos en aguas del lago de Maracaibo. Esto nos da una idea de un “antes” con soluciones constructivas y urbanas.
El urbanismo hispano, basado en la idea de un damero que parte de un “borrón y cuenta nueva”, tendía a incorporar algunas técnicas y materiales de construcción propios de América a la nueva arquitectura. El tema de nuestra era original y autóctona sigue pendiente y quizás podrá ofrecernos pistas sobre nuestro actual estado de confusión.
La ciudad ordenada
En Urbanismo y propiedad privada Brewer no se adentra en la historia de esos cuatro siglos de urbanismo hispanoamericano que luego cambiaría radicalmente en cuatro decadas (1940-1980). Será veinte años más tarde cuando Brewer va a sumergirse en esa tarea pendiente y publica en el 2006 un libro exhaustivo, escrito bajo la pasión del asombro y una creciente obsesión: La Ciudad Ordenada. Cuando presenta su libro en la Universidad Menéndez Pelayo comienza diciendo:
En toda la historia de la humanidad ningún Imperio ha fundado tantos pueblos, villas y ciudades en un territorio tan grande, en un período de tiempo tan corto, y en una forma tan regular y ordenada, como lo hizo España en América, además, con tan poca gente, y en su gran mayoría, gente joven. ta tiempo
Llama la atención esta referencia a “tan poca gente, y en su mayoria, gente joven”. Creo que Brewer estaba hablando a los estudiantes, animándolos a retomar el destino de sus ciudades, a estudiar a fondo aquella aventura tan duradera y provechoza, ordenada y legible.
En este ensayo voy a tratar de conectar los procesos en la historia del urbanismo hisanoamericano, que Brewer describe e ilustra en La ciudad Ordenada, con los desarrollos urbanos examinados en su libro, Urbanismo y propiedad privada, una evolución en la que hubo más rupturas y abandonos que integración y desarrollo.
Ciertamente perdimos la sabiduría que nos ofrecía una herencia urbana de siglos y proporciones continentales con ejemplos y variantes en todas las ciudades y pueblos hispanoamericanos. La Caracas que continúa creciendo nos obliga a establecer las bases para una nueva legislación y un nuevo paradigma en la formación de arquitectos, urbanistas y abogados, y todo aquel que jugará un papel en el destino de nuestras ciudades. Necesitamos revisar nuestra historia urbana desde sus inicios (incluyendo esa “era inicial”) hasta donde alcance nuestra vocación de futuro, para permitirnos un desarrollo histórico coherente y provechoso.
El rancho y la quinta
Hace ya unos tres años vi una serie de planos que sacudieron mi visión de Caracas. Mostraban la insólita magnitud y la decidida perseverancia de los llamados asentamientos espontáneos. Aparecen en el libro Cartografía de los barrios de Caracas 1966-2014 (Silva, E., Sacchini, M., Caradonna V., CABA Cartografía de los barrios de Caracas 1966 – 2014. Caracas: Fundación Espacio)
Siendo nuestra ciudad más cóncava que plana podemos observarnos los unos a los otros, pero no imaginaba la desmesurada extensión de los desarrollos que llamamos “barrios” formados por “ranchos” (dos términos, insisto, con una patética carga de prejuicios e imprecisiones). Se trata de una realidad que se ha venido desarrollando fuera de la legislación urbana, de las oficinas de urbanismo y las facultades de arquitectura (las intervesiones de estas instituciones, cuando ocurren, suelen ser siempre ante desarrollos consumados). Esta cartografía constituye un testimonio irrefutable de la escala y la presencia cada vez más determinante y permanente de los también llamados “asentamientos espontáneos”.
Luego me asomé a otro grupo de planos, realizado por el mismo equipo, donde se intenta definir las áreas que ocupa el modelo que nuestra legislación ha bautizado sin pudor como “Vivienda unifamiliar aislada” (semilla principal de la mayoría de nuestras urbanizaciones) . Se trata, básicamente, de la llamada “quinta”, una casa para una sola familia rodeada de jardín con retiros laterales de frente y de fondo, formando racimos en urbanizaciones que también pretenden aislarse del resto de la ciudad. Es también asombrosa la extensión que ha ocupado en el valle y las colinas de Caracas esta tipología, tan distinta a la multiplicidad de funciones y a la congregación que ofrecía la ciudad tradicional latinoamericana.
Pienso que existe una relación muy estrecha entre lo que nos revelan estos dos extremos, el de la “quinta” y el del “rancho”. Si definimos a la ciudad ideal como el lugar donde se da la mayor cantidad, variedad y calidad de intercambios con la menor violencia, es evidente que tanto la precariedad y aglomeración de los ranchos, como la privacidad y aislamiento de las quintas, no facilitan una amplia y cívica gama de relaciones humanas en condiciones favorables, propicias.
Digamos que los asentamientos informales son desarrollos ignorados por una legislación que, a su vez, ha validado y protegido la permanencia de la “vivienda unifamiliar aislada”. Por indiferencia en un caso y por mesquindad en el otro, se ha promovido, sustentado y legalizado el subdesarrollo de Caracas impidiendo una evolución justa y armónica.
¿Existe una relación entre los extremos del “rancho” y la “quinta”? Pienso que por una simple ley de compensación en una ciudad donde se siembran “quintas” en los terrenos idóneos para hacer urbanismos, tarde o temprano prevalecerán los “ranchos” en terrenos menos propicios para ser urbanizados.
Se habla de cuánto nuestra ciudad tiende a ranchificarse y muy poco de cómo podemos re-urbanizarla, dotarla de urbanidad. El rancho es considerado el extremo más crítico y precario. La quinta representa el extremo más deseado, idealizado y congelado. En un caso se está al margen de la ciudad por necesidad; en el segundo por elección. Mucho se ha escrito sobre el problema que representa el rancho; muy poco o nada sobre la subutilización de las posibilidades y recursos urbanos que implica la quinta. Entre una pesadilla creciente y un bucólico sueño cada vez más insostenible continua a la deriva la búsqueda de una ciudad integrada y plena de opciones.
La tarea urgente, impostergable, es permitir a los ranchos y a las quintas, a los barrios y a las urbanizaciones, evolucionar hacia un urbanismo que, lejos de acentuar las diferencias, tienda a unir los anhelos de vivir en una ciudad congregada, provechosa.
Caracas a través de sus planos
En el proceso de conquista y colonización de un continente inmenso y desconocido, la obsesión de España fue la concertada creación de ciudades y pueblos. En el exhaustivo libro de Allan Brewer Carías, La ciudad ordenada, encontramos los motivos, propósitos y alcances de esta proeza urbanizadora.
La teoría de un orden debía anteceder a la práctica de hacer la ciudad para evitar el caos, estableciendo de antemano guías precisas, legibles, reproducibles, permanentes, capaces de regir un futuro cierto en territorios inciertos. Una fundación era un pueblo, dos una ruta, tres un territorio de la Corona. En Venezuela tuvieron tanta consistencia y perdurabilidad estos trazados urbanos que un alto porcentaje continúa subsistiendo sin que se extinga su legado de orden y cordura. Vamos a asomarnos a una breve explicación de cómo se originaron y desarrollaron nuestras ciudades a traves del estudio de varios ejemplos que una vez desarrollé con el arquitecto Iván González en Caracas del valle al mar. Guía de arquitectura y paisaje. (María Isabel Peña, iván González Viso y Federico Vegas, 2015)
En las instrucciones de 1513, entregadas a la expedición comandada por Pedrarias Dávila, se ordena que haya un lugar para la plaza, un lugar para la iglesia y un orden en las calles, “porque en los lugares que se hacen ordenadamente desde el comienzo, sin ningún trabajo ni costo quedan ordenados, mientras los otros jamás se ordenan”. Esta frase debemos leerla y releerla una y otra vez para urdir los hilos de nuestro pasado con los de nuestro futuro.
Un interesante ejemplo de esta obsesión por establecer un orden es el plano de la fundación de Caracas. Vemos un dibujo, “rasguñado” a pluma de 43 x 60 centímetros, de una incipiente y endeble ranchería que tiene apenas unos once años. Según un informe enviado a los Archivos de Sevilla, está formada por casas de “palos hincados cubiertos de pajas” y “de tapia sin alto ninguno y cubiertas de cogollos de caña”. En resumen, una “ranchería” en la que desde “hace dos o tres años se ha comenzado a labrar tres o cuatro casas de piedra y ladrillo y cal con sus altos cubiertos de teja”.
Al mismo tiempo, estamos ante el esquema de una ciudad prefigurada e idealizada en un simétrico damero de 25 cuadras. Están presentes el tablero de un sabio juego y sus piezas: la calle, la casa, la cuadra y la plaza. Al este de la trama encontramos una norma escrita: “De esta suerte va todo el pueblo edificándose”, una regla que, como en el ajedrez, permite con principios simples y finitos generar infinitas combinaciones.
Esta simple hoja, con un simple dibujo y breves instrucciones, que acompaña al conquistador Jerónimo de Aguayo en sus viajes al Amazonas y el Orinoco, nos da una idea de cuan elemental y comprensible ha sido esta propuesta de urbanismo (la retícula y la plaza) que ya tenía milenios y, suponemos, que continuará en el que estamos empezando a transitar.
En este plano de la aldea de San Fernando, observamos esta vocación de orden y la jerarquía de la plaza en lo que apenas es un simple caserío. Nótese la proporcion de espacio público y privado. Cada casa tiene el nombre de su dueño.
Incluyo este plano, de 1775 (dos siglos más tarde que el anterior), por dos razones. Es uno de los más bellos de la cartografía caraqueña y tiene que ver con el tema que estamos explorando, pues se titula: “Plan de la ciudad de Caracas, con división de sus barrios”.
Se trata de un cuadrado perfecto y diez veces más extenso que el de 1578, 16 x 16 cuadras. Estas 256 cuadras han crecido según lo establecido en el primer plano de 1567: “De esta suerte va todo el pueblo edificándose”. La trama sigue siendo igual de omnipotente e idealizada. Todas las cuadras son del mismo tamaño e igual forma, cuando en la realidad presentan variaciones de tamaños y ángulos.
Cada uno de estos “barrios” que componen la ciudad mantiene las mismas proporciones, funciones y leyes de crecimiento que el resto de la trama (incluyendo una plaza y una iglesia). Existe un criterio urbano de continuidad, homogeneidad y legibilidad entre las partes y el todo. En el índice que acompaña el plano aparece un listado de templos, conventos, una universidad y un hospital. Comienza a darse una variedad de tipologías, pero estas no existen como entes autónomos, aislados, sino siempre delimitadas y referidas al damero. Especialmente la vivienda, cuya forma y funciones representan un microcosmos de lo urbano, al punto que la relación entre la casa y las habitaciones y el patio es semejante a la de la ciudad con sus cuadras y plazas.
Estamos ante la Caracas colonial en todo su esplendor. Simón Bolívar aún no ha nacido. Francisco de Miranda tiene 25 años y es un oficial en la invasión española a Argel. La extraordinaria obra imperial hisapnoamericana de poblamiento está a punto de culminar. Para hacernos una idea de su alcance, más del 90% de los pueblos y ciudades venezolanas han sido fundados durante la Colonia.
Este plano de 1874, levantado por Estevan Ricard y encomendado por Guzmán Blanco (con toda razón llamado “el déspota ilustrado”) es uno de los que ofrece mayores aportes urbanos y arquitectónicos, topográficos y topológicos.
Se titula “Plano topográfico de Caracas” y es genuinamente topográfico, pues el dibujo representa las medidas fidedignas de unas manzanas con sus formas y tamaños verdaderos. Caracas ya no es parte de aquella gramática colonial de dameros ideales y universales; ahora la ciudad comenzará a buscar un estilo propio y el primer paso ha sido el levantamiento de su realidad, de su especificidad, de su particular geografía. Es interesante que la cuadra más pequeña sea la Plaza Mayor, luego Plaza Bolívar
Guzmán Blanco parte del modelo urbano que lo precede, pero comienza a introducir cambios importantes. No es casual que sea el primer plano ilustrado con las fachadas de sus edificios públicos. El Palacio Legislativo, el Templo Masónico, el Museo Venezolano y la Universidad Central aparecen con sus recién estrenadas fachadas flotando en el borde inferior de la lámina. Si antes las calles se leían como un sistema de muros continuos con portales y ventanas, ahora la cuadra colonial pasa a servir de soporte a fachadas autónomas con nuevos estilos.
Nótese como en el borde de todas las cuadras se dibujan los elementos que la componen. Aparecen el primer parque (El Calvario) y la plaza Mayor se convierte en plaza Bolívar, un plaza arbolada alrededor de la estatua del Libertador. Es un sistema más complejo, una totalidad cada vez con más partes.
Ya Venezuela tiene un siglo de independencia y comienzan a aparecer variantes fuera de la disciplina del Damero. En 1929, Ricardo Razetti, quien desde 1897 se dedicó a registrar y conducir la evolución de Caracas, realiza su último plano.
Aparecen variantes que serán determinantes: El conjunto “El Paraíso”, al sur del río Guaire, plantea la alternativa radical de las quintas aisladas de alto costo (y además “antisísmicas”).
Al noroeste aparece el desarrollo “Nueva Caracas” con un subtítulo que no era usual encontrar en estos planos: “Urbanización”. Su extensión equivale a 80 de las cuadras del centro tradicional, el más grande desarrollo urbano hasta la fecha. Viene a constituir un modelo de ciudad satélite, pues se encontraba separada del casco central por el largo brazo que partía hacia la Guaira y destinada para la clase obrera (recibe este título en algubnos planos), una especificidad que difiere de la multifuncionalidad de la trama colonial. Comenzaban a manifestarse criterios de zonificación y desintegración.
Nótese que un mismo plano aparecen por primera vez dos modelos de urbanización, El Paraíso para los más ricos y una ciudad para obreros.
En un borde de esta lámina se encuentra un pequeño plano titulado: Caracas, las parroquias foráneas. Razetti nos está presentando, anunciando, el sistema que conformara la nueva ciudad al señalar los pueblos vecinos que a lo largo del siglo XX van a ser englobados por la metrópoli.
Caracas está por enfrentar un período de franca expansión sin un sistema de organización urbana y de criterios uniformes para determinar sus partes, y va a carecer desde entonces hasta de una nomenclatura común que le dé un sentido de unidad, coherencia y organización. Será una ciudad sin urbanismo, de urbanizaciones y barrios.
En este plano de 1934, titulado “Caracas y sus alrededores”, la geografía va a ser el principal protagonista, ya no la historia y el peso de aquellos dameros presentados como una abstracción omnipresente.
Observemos cómo la retícula de la ciudad tradicional está circunscrito a una pequeña zona del valle y es solo parte de un sistema mucho mayor donde hay pueblos a punto de ser englobados, nuevas urbanizaciones con tramas disímiles que se ignoran unas a otras y, sobre todo, amplios territorios que la ciudad está ansiosa de conquistar. Aquí se exaltan los accidentes geográficos, los llenos y vacíos, los relieves y las sinuosidades, las diferentes alturas en la topografía, las posibilidades y limitaciones que cada urbanizador privado ajustará a su estilo y criterio comercial.
El casco colonial del centro y los pueblos de origen colonial, como Petare y Chacao, se señalan en naranja. En tonos de amarillo y resaltando sus edificaciones aisladas las nuevas urbanizaciones que avanzan hacia el este: San Bernardino, Los Caobos, La Florida, el Country Club, Campo Alegre, Los Palos Grandes y Sebucán. Este plano nos revela la nueva tendencia que caracterizará esta suerte de «Conquista del Este». Se está pasando de la ciudad congregada a una ciudad disgregada por vocación y con diferentes tipos de trama y redes.
Mientras los conceptos que generaron el urbanismo hispanoamericano iban perdiendo vigencia, comenzarían a ganar terreno de una manera súbita y eruptiva las “urbanizaciónes” (tal como describe Brewer). Las ciudades ya no se desarrollarán bajo un mismo principio urbano, sino mediante una aglomeración de episodios autónomos que responderán a diferentes tendencias. Ya no existirá la idea de aquel urbanismo imperial tan obsesivo como la religión católica y vinculante como el castellano, donde los más pobres y los más ricos, igual que compartían un mismo idioma y un mismo credo, habitaban en un mismo sistema de dameros y plazas. Los nuevos principios urbanos, o “urbanicionistas” que tomarán fuerza a mediados del siglo XX ya no serían congregantes, al contrario, cada urbanización responderá a un nivel socioeconómico, a una fantasía figurativa y establecerá unos límites para separarse de sus vecinas dificultando incluso la continuidad de los recorridos a través de la ciudad.
Los nuevos asentamientos que no encontraron lugar en estos nuevos desarrollos, se han venido ubicando, y continuarán haciéndolo sin orden ni concierto, en los terrenos sobrantes, en los intersticios, en quebradas y cerros con excesivas pendientes, mediante sus propios medios y a su suerte, sin otra ley que la extrema necesidad y las limitaciones topográficas. La historia del urbanismo no los ampara ni los guía. No hay más tradición que la de guarecerse. La falta de servicios básicos y de legalidad en la ocupación de las tierras acentúa la tendencia a permanecer en un estado de creciente precariedad.
En este plano de 1956 observamos, sobre todo al sureste, los trazados de las nacientes urbanizaciones con laberintos que solo obedecen a las curvas de nivel. Son trazados geográficos que no hacen concesiones a la historia, a futuras densificaciones o a la idea de ciudad.
También observamos al suroeste de Caracas desarrollos atomizados que van a formar el denso tejido de los “barrios”. Esta suerte de excepción se representa con mínimos cudrados rojos, como una especie de salpullido, colocados sobre el terrerno sin orden ni concierto. Nadie imaginaba al inicio de los cincuenta que aquella tipologia incipiente llegaría a albergar a más del 50% de los caraqueños.
A la búsqueda de la Ciudad Reordenada
Incluimos este plano de Cumana hacia finales del siglo XVIII. La ciudad ya tenía entonces dos siglos y medio de fundada (1515) y, habiendo crecido con cierto desorden, comienzan a darle un orden a sus calles por Real Orden de 1772. Es ciertamente un ejemplo de rcomo “reurbanizar”.
Nótese al sur una retícula en color amarillo con un complejo damero que recuerda las ciudades ideales del siglo XV.
Se trata de una propuesta para un asentamiento indígena (N: pueblo proyectado para los guaiqueríes de Alta Gracia). Nótese la atención que se le presta a lo que podría considerarse una población indígena. Podemos considerar esta iniciativa, que no llegó a concretarse, como una sabía y justa solución urbana o como una estrategia de marginación o dominio.
Recordemos la advertencia a Pedrarias Dávila en 1513: “los lugares que se hacen sin orden desde el comienzo jamás se ordenan”. En nuestros asentamientos informales esta falta de orden en su origen representa una enorme dificultad, pero no debe considerarse una condena inexorable. Existe la apasionante tarea de buscar en el caos un nuevo tipo de orden. Muchas veces el calificativo “desordenado” es una manera de evadir el problema, la reflexión. Pero no podemos olvidar las bondades y beneficios de plantear desde el inicio un ordenamiento y un trazado que facilite la integración al resto de la ciudad.
La frase de Leon Battista Alberti es sencilla: “La ciudad, según sentencia de los filósofos, es como una casa grande, y viceversa, la casa es una pequeña ciudad”. Según Alberti, la arquitectura propicia una sucesión enriquecedora de contextos y elementos donde todo lo que contiene es a su vez contenido. La enorme mayoria de nuestra arquitectura considera concluida esta relación entre las partes y el todo dentro de los predios de su propio lote. A partir de los linderos nada más existe.
Cuando nuestra ciudad pretendió ser desarrollada y moderna se encontró con un extraño cuerpo atomizado. Sus hectáreas planas y bien servidas aún están llenas de estas viviendas unifamiliares aisladas que van invadiendo sus propios retiros para intentar congregar a los hijos y los nietos. Este afán de aferrarse a un modelo que está en lucha con nuestro propio desarrollo urbano no ha sido confrontado ni evaluado, y aún se ofrece la quinta aislada como paradigma del buen vivir y como un apetecible ejercicio de arquitectura.
Aristóteles también nos ofrece una referencia y un imperativo: “Por naturaleza, la ciudad es anterior a la casa y a cada uno de nosotros, ya que el conjunto es necesariamente anterior a la parte”. Nuestra generación creyó que la ciudad se inicia con la casa. Entendimos el parto al revés y perdimos la oportunidad que nos ofrecía una gran herencia urbana de siglos y de proporciones continentales, con ejemplos en todas las ciudades latinoamericanas. La conciencia de haber fallado como creadores de ciudad y haber creado un monstruo con burdas costuras y heridas que continuan abiertas nos obliga a poner en duda nuestra legislación urbana, los actuales modelos y conceptos . Me refiero a una duda profunda y creadora, que comience a crear las bases para una nueva legislación y un nuevo paradigma en la formación de arquitectos, urbanistas y abogados, y todo aquel que juega un papel en el destino de nuestras ciudades y pueblos.
Una trilogía a integrar: urbanización – bario – damero.
Cierro este ensayo con una lámina que me ha cedido el arquitecto Ignacio Cardona. Aquí vemos a la isquierda una urbanizacion (La Urbina) de viviendas mutifamiliares insistentemente aisladas y separada por una ancha autopista de un inmenso y denso sistema de barrios ubicados a la derecha.
Al sur vemos una suerte de rótula. Es el casco de Petare, un pueblo fundado en 1671 cuya plaza e iglesia tienen la misma proporción que la plaza Bolívar y la Catedral de Caracas en el casco central. El damero de su urbanismo no llegó a extenderse como el de aquella Caracas inicial. Es evidente que en su entorno prevalecieron, sin pudor ni contención, los modelos de la “urbanización” y el “barrio”.
Continúan conviviendo a lo largo del área metropolitana de Caracas esta trilogía compuesta por la fórmula urbana original hispanoamericana junto al aséptico aislamiento de las “urbanizaciones” y la abrumadora aglomeración de los “barrios. Es tan gráfica y significativa esta imagen de un damero olvidado junto a dos manifestaciones con más crecimiento que evolución. Estamos ante un presente que se nos ha ido haciendo cacofónico e impertérrito.
La parodoja es que nuestros barrios, en apariencia la versión más frágil en cuanto sistemas constructivos y servicios, tienden a ser los sectores más densamente poblados: 300 habitantes por hectárea; los más barrios más antiguos y consolidados llegan a 600; mientras el promedio de densidad de la totalidad de Caracas es de 100 habitantes por hectárea.
Pienso que necesitamos densificar ordenadamente nuestras urbanizaciones y generar una trama legible y reproducible de espacios publicos en nuestros barrios. Es complejo definir esta estrategia de llenos y vacíos, pero contamos con la referencia de cuatro siglos de urbanismo junto a las evidencias de nuestras amnesias y desprecios hacia nuestra propia historia. Las tareas por hacer son imperiosas, inaplasables. Ciertamente debemos mantener vigentes la actualización de nuestras cartografías. Son muchas las huellas por explorar, por evidenciar. El devenir de una ciudad es un viaje que va generando un mapa del cual debemos estar concientes, abiertos a sus mensajes, tesoros y miserias, a nuestro evidente pasado y posibles futuros.
El barrio y la urbanización deben nutrirse con los testimonios de nuestros dameros, tanto el del Casco Central como el de los pueblos englobados por la metrópoli: Petare, Chacao, Baruta, El Hatillo, La Vega, Antímano. En este proceso de reurbanizar es fundamental la participación de las Universidades y las instituciones Públicas. Estamos sumidos en una tragedia cuya escala avasallante la hemos dejado, tal como planteaba Brewer, en manos de privados, desde los grandes grupos economicos que construyen las urbanizaciones hasta el ciudadano aislado y sin recursos que resuelve su vivienda en circunstancias extremas.
Las evidencias de este proceso son tan evidentes y su caudal resulta tan abrumador que vamos cayendo en la tentación de romantizar nuestro drama y considerarlo algo propio de una particular cultura urbana que debemos valorar y disfrutar. Ciertamente cada ciudad es una individualidad, un alma que debemos asumir y comprender, pero también es cierto que hay referencias clásicas tan milenarias como futuristas, tan universales como propias de una idiosincracia caraqueña que se acerca a sus quinientos años.
Y habrá también otras tareas pendientes, desconocidas, pues no sabemos a dónde puede llevarnos esta aventura de recrearnos, de asomarnos sin complejos ni preconcepciones a nuevas realidades, siempre que no sean marginantes e ignorantes de esa alma antiquísima y siempre cambiante llamada ciudad.
Federico Vegas es arquitecto y escritor venezolano. Cuentista, ensayista y narrador. Tiene ocho novelas publicadas de un total que supera las 20 obras literarias creadas
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