La ciudad y el Estado fallido, por Marco Negrón
Hoy nadie osa negar que, bajo el llamado Socialismo del siglo XXI, Venezuela se ha convertido en un Estado fallido, incapaz de garantizar las cuestiones básicas de la seguridad y la estabilidad de la sociedad, y que además propaga sus nefastos efectos hacia los países vecinos. En sociedades altamente urbanizadas y que fueron razonablemente prósperas, sus impactos devastadores llevan al límite los desequilibrios y el malestar social. El resultado puede ser tanto la indignación, una fuerza capaz de alimentar la rebelión, la voluntad de no dejarse apabullar, como la resignación, la pasiva y triste aceptación de que nada es posible frente a las fuerzas destructoras.
Quienquiera que entre un día cualquiera a una autopista caraqueña por ejemplo, a la de Prados del Este, podrá constatar la decadencia de nuestra principal, otrora orgullosa área metropolitana en cosas tan elementales como la precariedad e inadecuación, a veces incluso la ausencia de la señalización vial
Pero si ya ha caído la noche descubrirá además que, en realidad, está entrando en una boca de lobo en la cual reina una oscuridad absoluta que vuelve invisible hasta esa precaria señalización, de modo que el riesgo de accidentes se incrementa exponencialmente. Comprobará además que, si necesitare de ellos, también las autoridades y los cuerpos de auxilio vial han desaparecido del horizonte.
A quien escribe le tocó experimentar en carne propia la sensación de desamparo ciudadano e impotencia personal a causa de un banal accidente en la mencionada vía en la noche de un día especialmente inactivo como el 25 de diciembre. Las llamadas vía celular a quien podía prestar auxilio los servicios de grúa, privados desde luego, o de taxis- resultaban inútiles: en unos casos no había quien las atendiera, en otros la respuesta era que prácticamente no había vehículos en servicio; por supuesto, intentar detener alguno de los escasos autos en circulación era un ejercicio inútil: es evidente que todos los pasantes sospechaban que podía tratarse de una trampa para el asalto o el secuestro, no en vano vivimos en una de las ciudades más inseguras del mundo.
Pero a veces el azar es benévolo y puede aparecer una patrulla de la policía municipal, tripulada por un solitario funcionario que amablemente se detiene, ofrece regresar después de cumplir con una misión que le han asignado y da instrucciones bien intencionadas, desde luego, pero se sospecha que inútiles- para alejar o neutralizar a eventuales delincuentes que quisieran aprovecharse de la situación. Pese a ello se agradece el gesto del funcionario, pero se le ve partir sin demasiadas esperanzas de que regrese o, en todo caso, llegue primero que los malandros. Se recuerda además que, inconstitucionalmente, el Ejecutivo Nacional se ha arrogado la gestión de las vías rápidas, pero no queda otra esperanza y el atribulado ciudadano se encierra en la vulnerable cápsula en que se ha convertido su automóvil.
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Otras veces el azar asume apariencias de milagro, y conste que lo dice un irreductible no creyente: resulta que las luces del carro que mucho después se detiene detrás del accidentado no son las de los malandros sino las de uno de los pocos taxistas en servicio, que recibió el mensaje y acudió cuando estuvo disponible. Y tampoco son las de los malandros sino de la patrulla de Baruta las que al rato aparecen detrás del taxi. Happy end: al final el atribulado ciudadano respira gracias a que la desaparición del Estado no ha logrado liquidar, al menos no del todo, la solidaridad de los caraqueños.
Desde luego, lo narrado corresponde a un incidente menor y personal pero que se inscribe en el contexto de la gravísima e injustificable crisis de los servicios básicos de nuestras ciudades y la galopante inseguridad, problemas que según el telefonista de Miraflores (Eduardo Fernández dixit) resolverá el Plan Venezuela Bella, dotado de 1.000 millones de euros para que en las calles de nuestras principales ciudades “no haya ni un solo hueco”. Payasada trágica: mucho me temo que son otros los huecos por tapar.