La comedia humana, por Gisela Ortega
En su origen, la comedia solía exagerar los vicios y defectos humanos. Con una intención moralizante y educativa, y para ello ponía en ridículo esos libertinajes o malas costumbres con el fin de corregirlos mediante la risa o como método preventivo para evitar que los adquiriera el espectador.
La comedia tiene su origen en el siglo V a.C, y nació como sátira política, en ocasiones violenta y otras veces grotesca, e incluso obscena. Sus principales autores fueron: Aristófanes, Cratés y Cratinos.
El tratamiento dramático de esos desenfreno, por lo general contrarios al bienestar social de la comunidad en la que vive el protagonista, le lleva a transgredir esa sociedad. En el esquema de la comedia tradicional su castigo será el ridículo. Así por ejemplo, en el caso del Tartufo, Moliere usa la hipocresía del personaje, prototipo del mojigato que finge vivir valores que en verdad no tiene y que solo persigue su bienestar a costa del daño que produce en los demás.
El desenlace es feliz para el desgraciado, sorprendente y rocambolesco. Los obstáculos que el protagonista tendrá que sortear a lo largo de la trama, azarosa pero optimista, serán finalmente superados por su esfuerzo unas veces y por casualidad otras. Los buenos ganarán y los malos serán castigados y puestos en ridículo.
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La comedia humana, es también el título de uno de los mayores proyectos narrativos de la historia de la Literatura: Honoré de Balzac -1799-1858- su autor se propuso escribir 137 novelas e historias interconectadas que retratarían la sociedad francesa en todos sus aspectos, desde la Revolución hasta su época. El proyecto se vio truncado por la muerte de Balzac, éste dejo escritas 94 novelas completas.
La síntesis que reúne el teórico francés Patrice Pavis en su diccionario teatral “Dramaturgia, estética, semiología” 1996, define a la comedia como “perspectiva contradictoria del mundo”.
La versatilidad de la comedia, su vocación natural de “auto parodia” la convierten en herramienta y prototipo del llamado teatro en el teatro.
En la representación literaria y estilística suelen distinguirse como géneros mayores del teatro: la comedia, obra dramática de desenlace apacible o festivo, y cuyo trama suele ser el retrato de las costumbres; el drama, composición literaria, generalmente representable, en que se manifiesta una acción de la vida mediante el dialogo de los personajes imaginados por el autor, conmueve profundamente el ánimo y suele tener un desenlace funesto; si se recitara con canto se llama opera; la tragedia, es una composición trágica de final doloroso, en que intervienen personajes ilustres o heroicos; la farsa, es una pieza cómica destinada principalmente a hacer reír, grotesca, chabacana e incongruente; ficción, creación y guion más o menos ingeniosos; melodrama, es una obra dramática que procura mantener la atención y estimular la emoción sensiblera del auditorio, mientras que la revista y el vaudeville son géneros ínfimos reservados a públicos con ánimos de reír.
La opereta, género teatral ligero, de carácter cómico y alegre, y la zarzuela composición dramática. española en la que alternan los fragmentos hablados y cantados. En sentido figurado, todos estos sinónimos se extienden en infinitas aplicaciones. Se puede calificar a un hombre de opereta; un romance de melodrama por los factores sensibles; una situación de comedia, por la confluencia fortuita de disparates.
Existe otra comedia en la que es el hombre el actor encargado de representar aquel personaje que es su auténtico yo. Y, como el ser humano posee un amplio margen de libertad con respecto a su destino, sucede que muchas veces es infiel a sí mismo y se niega a realizarlo.
Tal vez lo más trágico en la condición humana radica, precisamente, en esa suplantación que hace el hombre de sí mismo, en esa falsificación de su vida que es a la vez, negación, deformación, infidelidad, deserción de su vocación y destino; huida de la realidad, defraudando y defraudándose; disfraz y máscara bajo la cual se mueve; en un negarse a ser el que tiene que ser y a llevar la existencia que tenía que llevar; en ser lo que no es; en carecer de autenticidad. Ante la comedia humana, no ríe la gente.
Vivimos, cada vez más, una farsa general donde casi todas las posiciones y las actitudes son interna y externamente falsas. Nos asomamos a diario, a un mundo de fingimiento y de comediantes cuyas actuaciones pretender ser admiradas, reconocidas y dejar huella en el ánimo de quienes la contemplan.
Transitamos entre la sublimidad y la ridiculez; del querer ser al creer que se es ya, que es la distancia de lo trágico a lo cómico. También asistimos a la comicidad resultante de la introducción de nuevos dioses a nuevas costumbres.
Y es que, cuando se pretende destacar negando, desdeñando y haciendo explotar para ello la tradición, lo consabido y lo habitual, pareciera que el instinto de conservación no lo puede tolerar y se venga, volviendo una comedia y envolviendo en la comedia a las súbitas y originales ocurrencias.
Por eso damos la cómica. Caemos en lo cómico cuando la caracterización de lo mediocre va adueñándose de todo. Ante este tipo de comedia, la gente no debería reír.
Frente a la vida falsificada que es huir del propio destino y evitar cada cual el careo con lo que se tiene que ser y hacer; ante las actitudes revocables de quienes no se dan por entero y sin reservas; en épocas de corrientes, a las que casi nadie presenta resistencia; en un mundo de comedia, comediantes y cómicos que hacen de un género literario un estilo y sistema de vida, existen aún todavía seres auténticos, genuinos que se enfrentan a su destino, que hacen lo que tienen que hacer y son como deben ser.
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