La confesión de Pudreval, por Teodoro Petkoff
Hace dos semanas publicamos en TalCual un conjunto de reportajes agrupados bajo el título «las confesiones de Pudreval», en los que plasmamos el colosal fracaso que ha constituido, desde su nacimiento, la Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos (Pdval). La serie, que ahora ha sido continuada por otros medios de comunicación, se sustenta en un informe de gestión elaborado por la propia empresa a comienzos de junio, tras el hallazgo de los primeros lotes de contenedores con comida dañada.
Lo expuesto allí no es otra cosa que la versión de los hechos contada por la misma empresa a través de un documento que es la mejor prueba de la ineficiencia que corroe a la compañía estatal y constituye, de hecho, una confesión de su responsabilidad en la pérdida de al menos 100 mil toneladas de alimentos.
Parte del rosario de culpas que reconoce Pdval incluye retrasos en la emisión de cartas de crédito, deficiencias de la infraestructura portuaria no previstas; demoras en las emisión de los permisos de importación por entes oficiales, insuficiente capacidad de transporte para extraer los contenedores del puerto; así como limitaciones de almacenamiento y distribución.
En el maloliente fracaso de Pdval no faltaron los muchachos de Fidel. Según se lee en el informe, en octubre de 2007 la Vicepresidencia de la República asignó «un equipo de asesores cubanos que se encargarían de dictar los lineamientos» concernientes a «cantidades a comprar, cronogramas de entrega, permisología necesaria, especificaciones técnicas, panel de proveedores, logísticas de envío, entre otros».
Las estimaciones, sin embargo, se efectuaron de una manera tan faraónica que al final se desbordó la capacidad de los puertos para manejar la carga, en especial la refrigerada, lo cual obligó a las líneas navieras a mantener «un número significativo de contenedores en varios puertos del Caribe» y a Pdval, a pagar por su almacenamiento.
Por si fuera poco, la empresa chocó de frente con los trámites de nacionalización. Las demoras en el otorgamiento de los permisos por parte del Seniat y los ministerios de Salud y Alimentación, impactaron «negativamente a la extracción de los alimentos» y generaron «cuellos de botella en los puertos, con riegos sanitarios, almacenes colapsados y afectados en la logística de extracción y deudas inmensas por demoras en la devolución de contenedores», asegura el informe de la empresa.
Como guindas de la torta figuraron la falta de transporte para sacar los contenedores del puerto y la limitada capacidad de almacenamiento y distribución de Pdval.
Al final, en medio del desespero por la acumulación de contenedores en La Guaira y Puerto La Cruz, los responsables de Pdval pidieron auxilio al Seniat para que declarara en abandono legal la comida almacenada. Por este atajo, sólo en abril pasado se agilizó la extracción de «alrededor de 2.000 contenedores». Casi la mitad de los que hallaron con comida podrida.
¿De quién es la culpa de este fracaso? Más allá de sus componentes económico, judicial y moral (que dejan muy mal parado al gobierno), el de Pdval, es ante todo un problema político. Es una prueba más de la mala gestión del chavismo en la conducción del país, cuyos ejemplos abundan: el descontrol inflacionario, el alto costo de la vida, las devaluaciones sucesivas del bolívar, el racionamiento eléctrico, el fracaso en la construcción de viviendas, la inseguridad galopante, el desempleo, la impunidad.
El caso Pdval es una muestra más del voluntarismo del actual gobierno, su improvisación y chambonería en la planificación de políticas públicas. Hablar de Pdval, en definitiva, es hablar de Chávez.