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La confianza se convierte en un método de pago en pueblos costeros



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Carlos Seijas Meneses | @carlosgmeneses | junio 14, 2019

En un embarcadero en Higuerote ofrecen el viaje a Caracolito, que dura aproximadamente una hora desde La Pérgola, en 12 dólares por persona porque en el pueblo «los precios de aceites y repuestos son calculados en esa moneda», según un capitán


“Son 5.000 bolívares”, les dijo a tres caraqueños una mujer que alquila sillas y sombrillas en la playa Caimán, ubicada en Chirimena, un pueblo costero del estado Miranda. Era sábado, pasadas las 4:00 pm. Prácticamente no había nadie. En un terreno que hacía las veces de estacionamiento había tres camionetas Range Rover y dos Dongfeng, de las cuales una era de los citadinos. “No tenemos nada de efectivo, ¿tienen punto de venta o aceptan transferencia?”, preguntó uno de los caraqueños.

La respuesta fue negativa, pues no había luz desde las 10:00 am del día anterior. El pueblo costero llevaba más de 24 horas sin electricidad, ni señal telefónica.

Sin puntos de venta ni transferencias bancarias, la única opción que queda en cualquier parte de Venezuela para adquirir algún producto o pagar un servicio es el efectivo, pero los billetes del cono monetario actual han perdido tanto su valor por la hiperinflación que el Banco Central de Venezuela (BCV) se vio obligado a emitir paulatinamente tres nuevas piezas de 10.000, 20.000 y de 50.000 bolívares. El hasta entonces billete de mayor denominación –500 bolívares– no alcanza ni para comprar una chupeta.

En Chirimena los días sin servicios públicos son la norma, una situación que se agravó luego de que el sistema eléctrico nacional colapsó en marzo y desde que la administración de Nicolás Maduro impuso un férreo racionamiento. Los lugareños fácilmente pueden pasar una semana a oscuras y ya no les sorprende que no haya luz. Además, casi nunca tienen agua potable. Se bañan y lavan la ropa en algún río o quebrada.

“Es muy difícil sobrevivir así. Nosotros dependemos de la gente que viene a la playa, pero no ha sido fácil vender un pescado o alquilar una silla porque no tenemos cómo cobrar”, explicó la mujer, quien ofrecía los platos de pescado entre 20.000 y 30.000 bolívares y el alquiler de una silla en 5.000 bolívares.

“La única opción que me queda es confiar en la gente. O confío en que me pagarán después, o no vendo nada”, afirmó.

La economía de pueblos costeros como Chirimena, que depende de turistas, se ha visto afectada en los últimos años por la pérdida del poder adquisitivo del venezolano, la falta de efectivo y el colapso de los servicios públicos. Sin turistas, aquellos que alquilan sillas y sombrillas, trasladan a personas en peñeros hacia los cayos y venden alimentos, tragos, pulseras y collares dejan de obtener ingresos.

Por la orilla de la playa Caimán, prácticamente desierta, caminaba en horas de la tarde de ese sábado 8 de junio un hombre que vendía pepitonas. En frascos de vidrio ofrecía el molusco entre 20.000 y 50.000 bolívares, más que un salario mínimo (40.000) y el equivalente a 8 dólares al tipo de cambio oficial.

Ese sábado el vendedor informal inició la venta a las 11:00 am y, tras más de cinco horas recorriendo las orillas bajo un sol inclemente, no había vendido ni un frasco pequeño. “La situación del efectivo es difícil. Cuando vendo confío en que la gente me transferirá después”, añadió mientras un vendedor de pulseras y collares artesanales pasaba por su lado. A veces hace trueques con pescadores e incluso en licorerías. Cambia un frasco por el equivalente en pescado o cervezas.

El dólar también se ha abierto camino en el pueblo costero. El trabajador de una posada situada al lado de la playa Chirimena cobraba 6.000 bolívares o un dólar por el servicio de estacionamiento.

12 dólares por persona

En el pueblo de Carenero, al norte de Higuerote, un embarcadero dejó de ofrecer traslados en peñeros hacia cayos porque no recibía turistas. Ahora solo se dedica a la pesca.

Quedan dos que todavía prestan el servicio a La Playita y a Buche en 10.000 y 13.000 bolívares por persona, respectivamente, pese a que también reportan una caída de la afluencia de visitantes.

Hace tres años en temporada alta uno de los embarcaderos atendía a más de 500 personas cada día, y en la Semana Santa pasada no recibieron ni a 300 personas en una jornada, de acuerdo con la encargada del muelle.

Al día siguiente, domingo al mediodía. Una familia y un grupo de amigos esperaban por montarse en un peñero para dirigirse a Buche. Los montos que cancelaron por el traslado no se comparan con los altos precios de los platos de comida en la playa, donde un pescado costaba 65.000 bolívares y una ración de tostones 25.000 bolívares. El alquiler de un toldo salía en 20.000 bolívares. También aceptaban dólares.

Sin embargo, el traslado hasta La Playita o Buche era mucho más costoso si la persona salía del embarcadero La Pérgola, ubicado en pleno pueblo de Higuerote. El viaje costaba 18.000 bolívares por persona. Un capitán, que estaba desocupado por la nula afluencia, dijo que al hacer dos vueltas –llevar a las personas, regresarse al muelle y buscarlas más tarde– el motor consumía fácilmente dos litros de aceite. Indicó que en el pueblo cada litro cuesta alrededor de 45.000 bolívares.

El viaje a la playa Caracolito, que dura aproximadamente una hora desde La Pérgola, costaba 12 dólares por persona o 73.041 bolívares a la tasa oficial. “Nosotros calculamos el costo del viaje en dólares porque aquí en Higuerote prácticamente todo se maneja en esa moneda, como el aceite y los repuestos. Una rolinera cuesta 30 dólares”, añadió el capitán, quien solicitó el anonimato.

El embarcadero ya casi no recibe personas. El estacionamiento, cuya entrada es custodiada por milicianos, luce yermo, por lo menos los fines de semana en temporada baja. El lugar es utilizado por lugareños para realizar reuniones. Los peñeros y las lanchas permanecen inmóviles al borde del muelle. No hay ni un alma que se acerque a la taquilla donde unas mujeres se encontraban ociosas y aburridas.

“Antes atendíamos hasta a 700 personas un fin de semana en temporada baja, ahora si acaso a 50 entre el sábado y el domingo”, dijo el encargado de La Pérgola.

Higuerote se queda solo

Un centro comercial que hay en Higuerote, Flamingo, no es ni la sombra de lo que solía ser: un edificio atestado de turistas que abarrotaban los establecimientos como las perfumerías, las licorerías, negocios de comida y las tiendas de ropa playera. El estacionamiento también colapsaba.

Hoy día, sobran los puestos vacíos para estacionar los vehículos un sábado casi al mediodía. Muy pocas personas caminaban por los pasillos o se encontraban sentadas en mesas de establecimientos que expenden alimentos. Las empanadas costaban 5.000 bolívares (pollo), 6.000 bolívares (queso), 6.500 bolívares (carne mechada), 7.500 bolívares (cazón) y 8.500 (salchicha, camarón, jamón y queso, y marinera). “Siempre hay problemas cuando se va la luz”, dijo una empleada.

El único supermercado que había cumplió recientemente un año cerrado. Las tiendas estaban abiertas a pesar de que no había clientes. En un negocio había una oferta de 10% y 20% de descuento en mercancía seleccionada y en otro tenían una planta eléctrica puesta en la puerta del comercio. No era ni mediodía cuando la luz ya se había ido más de dos veces.

“Cuando se fue la luz tuve que irme a otra parte donde tienen planta eléctrica. Higuerote no es como antes, cuando era alegre. Está solo”, dijo Angélica Quintero, una consumidora.

En un comercio de ropa playera solo se encontraba una mujer. El trabajador ofrecía shorts para hombres en 80.000, 95.000 y 140.000 bolívares. Unas prendas para damas salían en 70.000 bolívares. Aceptaban dólares, “como en todas partes”, según el encargado, quien prefirió no identificarse. “Antes esto se llenaba, era la Venezuela bonita”, añadió.

“Maduro acabó con todo”, dijo el trabajador de una panadería, ubicada en el centro comercial Flamingo. En efecto, entre el tercer trimestre del 2013 –año cuando el gobernante asumió el poder– y septiembre de 2018 se perdió la mitad de la economía: se contrajo 52,3%.

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