La crisis climática: una crisis de liderazgo e imaginación, por Latinoamérica21
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Autores: María Inés Carabajal, Fany Ramos Quispe y Kim Portmess
¡La COP27 llegó y se fue! Y al comenzar el 2023, con todas las mejores intenciones y resoluciones, nos preguntamos: ¿quién apoyará y hará operativos los acuerdos alcanzados?
Uno de los principales resultados de la Conferencia de las Partes (COP27), de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Cmnucc), fue la creación de un fondo específico para pérdidas y daños, a fin de apoyar a los países más vulnerables al cambio climático. Esta es una demanda histórica de los países del sur global, particularmente las pequeñas naciones insulares y los países menos desarrollados, que están sufriendo los efectos de los fenómenos meteorológicos extremos y otros desastres climáticos. De hecho, la creación del fondo de pérdidas y daños es fundamental con miras a complementar el esfuerzo en cuanto a mitigación y adaptación que ya se está dando.
Después de treinta años de discusiones y negociaciones sobre el cambio climático, nuestros líderes políticos a escala mundial no han enfrentado el problema de manera efectiva, tampoco han proporcionado alternativas globales para la acción climática ni guiado el cambio para un futuro más justo, inclusivo y sostenible.
Muchas personas de todo el mundo, esto es, activistas, ambientalistas, científicos y ciudadanos, desconfían de los resultados de las reuniones mundiales, como la COP27, lo que debilita su legitimidad. Sin embargo, han surgido simultáneamente muchos espacios nuevos para una participación comprometida y más amplia, que tratan de llenar el vacío entre la ciencia, la política y la sociedad.
¿Cuáles son los principales resultados a los que han llegado los actuales dirigentes en la COP27?
El fondo para pérdidas y daños es uno de los principales logros de la COP27. Sin embargo, este es solo el comienzo de una conversación que marcará la agenda de los próximos años. ¿Qué países deberían proporcionar financiamiento? ¿Cómo se distribuirán los fondos? ¿Qué pasa cuando desaparecen las formas tradicionales de habitar el planeta, y las prácticas culturales se transforman a causa del cambio climático?… ¿Se pueden compensar con dinero? ¿Cómo medimos los pagos y las compensaciones, debido a la destrucción del planeta?
La conversación continúa con otros resultados importantes para las Américas. El Plan de implementación de Sharm el Sheij destaca que una transformación global hacia una economía de poco carbono necesitará al menos de entre 4 y 6 billones de dólares al año. No obstante, la meta de los países desarrollados de mover 100 mil millones de dólares al año, para el 2020, no se ha cumplido.
En 2023, los países presentarán planes climáticos más sólidos y ambiciosos a la Secretaría de la Cmnucc. Estos serán analizados para ver qué tan cerca estamos de mantener la meta de 1,5 °C. Además, se decidió establecer un programa de trabajo sobre la transición justa.
La magnitud de la crisis climática representa otros retos en cascada que deben afrontarse en un futuro cercano, pero que si se trabaja adecuadamente, podrían ser la clave para construir un mundo más justo, democrático y equitativo: mejorar la participación, amplificar la voz de los jóvenes, generar confianza entre países, y potenciar el liderazgo en todos los niveles con la intención de hacer frente a nuestros complejos retos comunes.
Construyendo esperanza para afrontar la crisis climática: otro significado del liderazgo desde el continente americano
Durante las últimas tres décadas, dirigentes nacionales y mundiales vienen discutiendo las repercusiones de la actividad humana en el planeta y los efectos negativos que la modernidad y el desarrollo ejercen sobre el clima, la naturaleza y la biodiversidad, lo que se ha dado a llamar el Antropoceno. Esta es una época en la que los humanos están encabezando cambios a escala global como una fuerza geológica. El síntoma prominente del Antropoceno es la crisis climática, debido al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y a un liderazgo humano caracterizado por apostar por y defender un crecimiento económico sin fin, que se basa en la dominación, el crecimiento y la explotación, y comprende, a su vez, siglos de esclavitud.
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La ciencia ha sido clara durante muchos años sobre la necesidad de reducir notoriamente las emisiones, a fin de cumplir con los objetivos internacionales y descarbonizar las actividades humanas. El tiempo se acaba, y en este contexto crítico cada acción (e inacción) cuenta. Todavía hay una gran brecha para vincular a la ciencia con la política y con la acción social, y no existe una fórmula mágica para resolver los complejos problemas que padecemos, incluyendo a la emergencia climática. Entonces, ¿cómo podemos (re)construir una nueva arquitectura científico-política y (re)activar la imaginación para pensar en caminos alternativos, a fin de hacerle frente activamente a nuestros problemas? La crisis climática también es una crisis de liderazgo e imaginación para construir consensos.
Paradójicamente, al mismo tiempo que se llevó a cabo la COP27, 30 científicos de carrera de temprana y profesionales de diferentes disciplinas, participantes, a su vez, del programa de Ciencia, Tecnología y Políticas (IAI-STeP) de 14 países de todo el continente americano, se reunieron en Uruguay con el objeto de abordar uno de los desafíos más apremiantes que está relacionado con la crisis climática: cómo vincular efectivamente el conocimiento científico-técnico y las dimensiones sociales, políticas y éticas con miras a apoyar una política ambiental inclusiva y orientada hacia la acción.
Las(os) profesionales del programa IAI-STeP tenemos como objetivo trabajar con el propósito de construir un tipo de liderazgo más eficiente que cada persona pueda ejemplificar; una dirigencia pluralista, ética, colectiva, inclusiva y horizontal, más adecuada, asimismo, para abordar los retos del siglo XXI. Esta dirigencia debería poder facilitar la participación efectiva de todos los actores de la sociedad en la coproducción de conocimientos y soluciones, y en la amplificación de las voces de los que ya están sufriendo los impactos del cambio climático. Traer a la mesa una rica diversidad de conocimientos y experiencias requiere de empatía, vulnerabilidad y capacidad de escucha, habilidades necesarias para reimaginar conjuntamente opciones de desarrollo, construir resiliencia y, quizás, consensos, en la búsqueda de soluciones a la crisis del clima.
La COP27, al igual que las conferencias anteriores, dejó muchos asuntos e inquietudes sin resolver, como las finanzas, las responsabilidades, las relaciones de poder y la transparencia, que vuelven a ser los aspectos pendientes.
Estos puntos son parte de los problemas estructurales que evolucionaron junto a la colonización, la exclusión y la explotación; procesos históricos encabezados por grandes grupos de poder. Por eso, el principio de «responsabilidades comunes pero diferenciadas (CBDR, por sus siglas en inglés)» fue incluido en la Cmnucc. Sin embargo, su implementación no ha avanzado aún con miras a construir un buen consenso entre los dirigentes mundiales de este momento.
Los resultados de la COP27 son una vez más un ejemplo de posiciones contrapuestas en nuestro propio continente americano, posiciones que no parten de una visión compartida de la crisis del clima. Nuestros países continúan negociando desde diferentes grupos como países desarrollados, en vías de desarrollo y menos desarrollados. Todavía necesitamos asumir y conciliar los problemas de injusticia, racismo, desigualdad y colonización.
¿Llegará el día en el que nuestro continente tome una posición común o consensuada frente a la crisis climática? Volvemos a la pregunta: ¿quién apoyará y ejecutará los acuerdos alcanzados en la COP27? Tal vez serán los profesionales de programas de ciencia, tecnología y política (STeP) de todo el mundo que trabajan con Gobiernos nacionales, organizaciones internacionales, universidades y el sector privado, que finalmente harán que se alíen la ciencia, la política y la sociedad para la acción eficaz. Confiamos en que, con un grupo creciente de líderes interamericanos, como las(os) profesionales del programa STeP, una comunidad amplia, resiliente y significativa, que trabaja en puestos donde se deben tomar decisiones, esto se pueda lograr.
María Inés Carabajal es profesora y doctora en Antropología, de la Universidad de Buenos Aires (UBA). STeP Fellow en el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI). Se ha especializado en las dimensiones humanas del clima y el cambio climático en el Antropoceno.
Fany Ramos es ingeniera ambiental, por el Instituto Politécnico Nacional (México). Tiene una maestría en Cambio Ambiental y Desarrollo Internacional, por la Universidad de Sheffield (Inglaterra). Es miembro de OWSD Bolivia, y actual IAI STeP Fellow.
Kim Portmess lidera el Ciencia, Tecnología y Políticas (STeP) Fellowship Program del Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI). Se graduó de la Universidad de Cornell en ciencias botánicas y actualmente está cursando una maestría en gestión del riesgo de desastres y gobernanza climática. Vive y trabaja en Panamá.
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