La crisis de Ucrania y la pesadilla occidental, por Andrés Rivarola Puntigliano
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En 1904, el geógrafo británico Sir Halford Mackinder presentó el estudio The Geographical Pivot of History, que ha tenido gran impacto en el análisis y pensamiento geopolítico hasta nuestros días. Mackinder planteaba que la supremacía del imperio británico estaba en peligro frente a estados con capacidad real de controlar un continente. Se refería a Estados Unidos y al imperio ruso. En lo que respecta al primero, ambas potencias lograron un balance con la cesión a EEUU de la hegemonía de lo que esta consideraba su espacio vital—el continente americano—en el marco de la Doctrina Monroe.
El imperio británico relegaba así este espacio para concentrarse en el conflicto sudafricano pero, sobre todo, en el continente euroasiático, visto por Mackinder como central para el poder global. La ‘Isla Mundo’, como la denominaba el geógrafo, era considerada un pivot central, o heartland que se extendía desde Siberia hasta la actual Ucrania.
Gran Bretaña, había combinando el control de los mares con ser la primera potencia industrial para imponer su hegemonía sobre el sistema global sin ser una potencia continental. El punto de Mackinder era que esto era posible si no surgía una potencia alternativa que lograra controlar la ‘isla (continental) del mundo’.
Las tesis de Mackinder no eran del todo nuevas, pero sí ponían un marco racional y geopolítico (aunque no usara esa palabra) a lo que ya era un modus operandi del imperio británico. Un desafío continental al imperio británico vino de la Francia napoleónica y su intento de crear un «sistema continenta»’, intentando incluir a Rusia por la fuerza.
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La confrontación franco-rusa fue un gran logro británico, cuyo apoyo a Rusia impidió el surgimiento de un potente rival euroasiático. Algo más de un siglo después, retornó la amenaza continental en el pacto Molotov–Ribbentrop entre Alemania y la Unión Soviética. Esto podría haber sido una seria amenaza continental a la alianza talasocrática británico-estadounidense. Pero no primó en Alemania, ni la geopolítica ni las lecciones del pasado. Nuevamente se quebró el frente continental y fue Rusia (ahora la Unión Soviética) quien nuevamente salvó a las potencias talasocráticas.
En la confrontación de la Guerra Fría, la URSS retomó el objetivo de construir una plataforma euroasiática a través de la cual lograr una proyección global. Tenía el control del heartland, pero esto no alcanzaba, por lo cual buscó la alianza con el nuevo estado comunista que se constituía a partir de 1949, la República Popular China. Sin embargo, esa alianza no logró una fuerza determinante dado que China estaba enormemente debilitada por décadas de guerras y pérdida territorial.
Si bien la Unión Soviética tenía un poder de alcance global, no lograba una posición de liderazgo en términos económicos y tecnológicos frente a EEUU y sus aliados. En otras palabras, había un débil frente continental. Por ello, a pesar de la fatal derrota en la guerra de Vietnam, EEUU logró un objetivo estratégico en términos de geopolítica global: el quiebre de la alianza Chino-Soviética en el año 1972. Nuevamente la potencia talasocrátrica pudo respirar gracias al debilitamiento de la alternativa euroasiática que se desvanecía aún más con la debacle de la URSS.
Pero el sueño euroasiático es recuperado por el nuevo estado ruso, que bajo el liderazgo de Vladimir Vladimirovich Putin, lo institucionaliza en la creación de la Unión Euroasiática, una unión aduanera entre Bielorrusia, Kazajistán y Rusia. Naturalmente, el nombre no hace al contenido. Si bien Rusia se mantiene como potencia militar, está lejos de la anterior fuerza política, económica e incluso territorial de la URSS.
Es aquí que, entrado el siglo XXI, nos topamos con el resurgimiento de otra potencia euroasiática, la República Popular China, ya desconectada de la alianza con EEUU y con una agenda geopolítica propia. Esta tiene elementos que nunca lograron Rusia (ni siquiera en su etapa soviética) ni cualquier otra potencia continental euroasiática. Por un lado, tener una economía de alcance global con proyección a ser la primera economía del mundo. La presencia de China en América Latina es un buen ejemplo de esto, desafiando al espacio comercial estadounidense y occidental como nadie anteriormente. El otro elemento es estar en la avanzada en el área tecnológica, como lo es en el nuevo estándar de 5G en telecomunicaciones.
Esta renovada alianza China-Rusia es, sin duda, una pesadilla mackinderiana para la actual potencia talasocrática y sus aliados. El desafío ruso al orden de seguridad de Europa occidental que vemos ahora en el conflicto de Ucrania sería imposible sin esta alianza euroasiática. El comercio bilateral entre China y Rusia se ha duplicado entre 2013 y 2021, lo que para Rusia significa un aumento en la proporción de China en su comercio exterior de 10 a 20 por ciento.
Pero la ambición es mucho mayor, ya se ha anunciado una profunda estrategia de integración regional hacia lo que denominan la ‘Gran Asociación Euroasiática’. Esto significa un entrelazamiento de la Unión Euroasiática dirigida por Rusia con la ”Iniciativa de la Franja y la Ruta” promovida por China. Agreguemos a esto las conexiones que, al mismo tiempo de la crisis de Ucrania, se están estableciendo entre el espacio chino-ruso con Irán y la India, que jugará un papel clave en la composición del tablero geopolítico euroasiático y global.
Si este espacio continental se continúa consolidando, no solo significaría la alternativa de una potencia continental sin precedentes en el espacio euroasiático. También sería la primera vez que una potencia de este tipo tiene un verdadero peso global, tanto en lo militar como (aquí la novedad) en lo económico. Rusia determina un peso decisivo en lo primero, China en lo segundo.
Sin duda, el conflicto de Ucrania antagoniza a Rusia con Europa occidental y EEUU, pero desde el tablero global la unión euroasiática cobra fuerza. El efecto ya se ve, y lo hará aún más en América Latina que pasará a jugar un papel de mayor importancia por sus recursos naturales, por el poder de consumo de su población y por ser parte del heartland de EEUU.
El destino de Ucrania es una advertencia para los países débiles que anden solos por el mundo. Rusia no duda en intervenir y, más allá de mucha retórica, no hay tropas occidentales asistiendo a los ucranianos. Confrontar a las grandes potencias en conjunto debería ser un imperativo de seguridad para los países latinoamericanos.
Historiador económico y profesor titular en Estudios Latinoamericanos en el Instituto Nórdico de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo. Investiga en temas de geopolítica y desarrollo.
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