La Cuaresma en silencio, por Rafael A. Sanabria M.

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La Cuaresma debe ser tomada como un tiempo de reflexión y oración, por lo que los católicos deben apartarse de las distracciones externas para reflexionar y orar.
Vivimos en un mundo muy ruidoso, ruido en la calle por los carros, ruido humano, tenemos ruido en el autobús, ahora los teléfonos es mucho ruido pero la cuaresma es un tiempo propicio para guardar silencio y poder escuchar evidentemente a Dios.
El llamado es a no estar con tanta palabrería y a reflexionar junto a los feligreses, en silencio, para poder escuchar la voz de Dios mediante la oración y la meditación, pero haciendo un esfuerzo de alejarse de todo lo que provoca distracción. Y para marcar distancia de ese mundo ruidoso es necesario el silencio de la boca, el silencio de los ojos, el silencio de los oídos y el silencio del corazón y la mente.
Si estos silencios son bien aplicados en nuestras vidas, nos ahorraríamos incendios sociales en nuestros contextos cotidianos y estaríamos haciendo un gran esfuerzo por alcanzar la santidad. Hacemos más que rezando, viacrucis, arreglando imágenes, escuchando miles de palabras que entran y salen por otro lado.
De tal manera lo importante es que el hombre moderno aprenda a hacer silencio y a silenciar los ruidos, no solo de la televisión sino de la vida para poder escuchar a Dios, porque Dios prioritariamente habla en silencio de la vida, en el silencio de la soledad.
Es urgente reconocer que el ritmo de vida moderno es el que aísla a los jóvenes y niños a través de diversos medios, por lo que es difícil que puedan encontrar la paz del silencio y abrir el corazón a Dios.
Por eso hay que aprender a silenciar la vida, los ruidos de la vida para poder escuchar a Dios, es una recomendación muy sabia que todos los laicos debemos escuchar y sobre todo practicar en nuestras casas o espacios donde interactuemos con una prudencia muy particular orientando y enseñando a nuestros semejantes a hacer silencio en la vida.
El silencio no se limita a callar las palabras externas, más bien, significa adentrarnos en nosotros mismos. Es un diálogo sin palabras, un medio que nos permite abrirnos a la escucha de Dios, de nuestros hermanos y de nosotros mismos.
Este silencio nos invita a examinarnos, orar, meditar y encontrar las respuestas a nuestras interrogantes en lo más profundo de nuestro ser. Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «mirar a quien nos mira». Estamos en este tiempo en el desierto para encontrarnos con el Señor, para aprender a no caer en la tentación y buscar una verdadera vida de conversión. «Jesús nos invita a experimentar la delicadeza del silencio para buscarle a través de la oración”. “Estamos llamados a vivir una vida de oración». «Necesitamos rezar sin parar».
La Cuaresma, por tanto nos quiere ayudar a reavivar nuestra vida de oración, retomando nuestra iniciación cristiana, que implica también la iniciación a la oración. Sólo quien practica un silencio saludable conseguirá escuchar la voz de Dios, escuchar lo que el Señor tiene que decir a cada uno de nosotros, buscando los dones del Espíritu Santo para discernir lo que es fundamental en nuestra intimidad con el Resucitado, que está presente entre nosotros.
Los cuarenta días dedicados a una oración incesante, al ayuno, a la penitencia, a la limosna, a una buena confesión sacramental, son un tiempo favorable de conversión, entendida sobre todo como un cambio de mente y de corazón, sin centrarnos en las cosas externas ni como se presentan, sino en la presencia de Dios en el mundo.
No perdamos el celo, la alegría de ser llamados por el Señor. Dejemos que nuestra juventud espiritual se renueve para preservar la alegría de caminar con Cristo hasta el fin de alcanzar el final del camino. El silencio nos proporciona una visión nueva de todas las cosas. Necesitamos el silencio para poder acercarnos a las almas. Lo más importante no es aquello que decimos, sino aquello que Dios nos dice y lo que dice a través de nosotros. Jesús está siempre pronto a presentársenos en el silencio. En el silencio, nosotros lo escuchamos, Él habla a nuestro espíritu, y nosotros podemos escuchar su voz.
El silencio interior es sumamente difícil, pero tenemos que esforzarnos por pedirlo. En el silencio hallaremos una nueva energía y una genuina unión con Dios. Su fuerza será nuestra fuerza para poder cumplir bien nuestras tareas, y eso ocurrirá por la unión de nuestro pensamiento con el suyo, por la unión de nuestras acciones con sus acciones, por la unión de nuestra vida con su vida. Todas nuestras palabras serán por completo inútiles a menos que procedan de lo más íntimo de nosotros mismos. palabras que no procuran la luz de Cristo no hacen más que aumentar en nosotros la confusión.
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Todo esto exigirá mucho sacrificio, pero si efectivamente intentamos orar y queremos sinceramente orar, hemos de estar prontos a hacerlo ahora mismo. Estos son sólo los primeros pasos hacia la plegaria, pero si nos decidimos a darlos con resolución, podremos llegar hasta el último grado: la presencia de Dios.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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